20 de febrero de 2013

Da igual

El debate sobre el estado de la nación es esa cosa que nuestra clase política celebra anualmente para dar lustro al Parlamento y que parece interesar únicamente a los periodistas.
En él veremos a un presidente que ha llevado al harakiri a los que escribieron su programa electoral buscar en sus apuntes algún dato económico para el optimismo.
Veremos también al líder del primer partido de la oposición llevarle la contraria por sistema y atizarle con ese caso de supuesta financiación ilegal que no termina por llevarse a nadie por delante.
Después, con suerte, si los medios lo permitimos, veremos qué dicen el resto de partidos, aunque lo que más nos interese sea la encuesta en torno al ganador, como si en la discusión sobre el estado de algo pudiera haber vencedores y vencidos.

Da igual, en cualquier caso, lo que suceda en el Congreso, esa institución tan blindada como nunca antes en la historia de la democracia para evitar que la calle se acerque demasiado.
Da igual porque no nos lo creemos.
El presidente no hallará solución al desastre de los últimos despidos, al goteo continuo de desahucios, a un Estado del bienestar en proceso de desmantelamiento, a la ausencia de un futuro en un país sin tejido industrial ni planes a largo plazo para el modelo productivo.
El líder de la oposición -si es que alguien lidera eso- no se reconocerá, públicamente, incapacitado para liderar absolutamente nada. Entre los partidos minoritarios -que injusto ha sido siempre ese calificativo de los medios- habrá alguno que tape descaradamente sus vergüenzas porque no puede ser ejemplo de nada y habrá alguno que otro que lance brindis al sol esperando que sea suyo el titular de la sección de política del día siguiente.

Con unos partidos políticos esforzándose cada día por aparecer más desacreditados a ojos de la ciudadanía, con una casta estupefacta ante las circunstancias y un país entero protestando por lo negro que pinta el mañana, da igual lo que hagan, porque ya no nos creemos nada.
 
Publicado originalmente en: LaSemana.es

6 de febrero de 2013

Cómplices en Calabria

Imaginad un país en el que todo el establishment -político, económico, aristocrático, judicial, mediático- parece confabulado por una simple cuestión de ambición. Ponedle una banda sonora a lo Nino Rota y llevádle la historia a un guionista estadounidense. Un drama político al más puro estilo hollywoodiense no tendría tanta enjundia como la España actual, que se hunde en una crisis de credibilidad interna sin precedentes.
No hay mucha diferencia entre la mafia calabresa, por ejemplo, y algunos -amplios- sectores de nuestra clase dirigente. En lugar de familias se trata de una casta política formada por familiares, amiguetes y cachorrillos, con sus grupitos de matones y sus afiliados pusilámines, sus curritos y sus capos. Unas estructuras de poder e influencias definidas y engrasadas en las que priman la ambición y los chanchullos; como en las calles, pero a lo grande.
La historia tampoco es nueva. España lleva funcionando así desde hace siglos, con la única diferencia de que en las últimas cuatro décadas nos habíamos creído el cuento de la sana democracia. Mirábamos por encima del hombro a Italia o a Grecia, con Berlusconi y sus astracanadas, con sus políticos metiéndole mano a la caja europea, con su ciudadanía acogotada y dividida en corifeos.
La realidad ha demostrado que no somos tan distintos como creíamos.
Desde la Casa Real a los principales partidos políticos, pasando por gobiernos forales, comunidades y ayuntamientos, nadie parece libre de culpa. Sin embargo, el haber llegado a este punto no es más que una de las consecuencias de la picaresca española, esa de la que presumimos, codo en barra y sonrisa sardónica en la cara, de tanto en tanto.
Todo esto que ahora produce indignación y protestas, pero sobre todo vergüenza ajena, es una réplica a mayor escala de las facturas sin IVA, las bajas médicas falsas, el primo enchufado, los días libres a cuenta de la empresa, el peloteo interesado. En definitiva, uno de esos juegos de trileros en los que a los españoles no hay quien nos gane.
En cierto modo, hemos sido cómplices del desfalco al que se ha sometido al Estado del Bienestar, poniendo nuestro granito de arena con nuestras pequeñas faltas, mirando hacia otro lado cuando éstas sucedían en casa, acordándonos únicamente cuando las cosas han venido mal dadas.
Ahora solo queda esperar que la Justicia actúe con ellos tal y como haría con cualquiera de nosotros, pero eso, me temo, no sucederá. Quizá sea eso lo peor de todo: hemos perdido la esperanza de que el sistema vuelva a funcionar.

PS.- Como enjuague, un dato para el optimismo: las encuestas dan por aniquilado el bipartidismo. Por fin la calle se moja en la política.

Publicado originalmente en: LaSemana.es