27 de marzo de 2013

David Fonseca: “El mercado debería ser Iberia y no España y Portugal”

El portugués David Fonseca. Foto: IPopYou 

El portugués remató en 2012 uno de sus proyectos más ambiciosos: ‘Seasons’, un álbum doble compuesto a lo largo de un año, pero en dos momentos anímicos completamente distintos.

Fenómeno de masas en Portugal, David Fonseca es un desconocido en la escena española, que ha realizado pocas incursiones en el país vecino en busca de artistas en los que indagar.

Músico desde adolescente, David Fonseca lideró la banda de pop Silence 4 a mediados de los 90 hasta que en 2003 decidió seguir en solitario. Desde entonces, ha publicado seis referencias, las dos últimas dentro de ese Seasons (Universal, 2012).

“En el resto de álbumes trabajaba haciendo canciones y luego trataba de juntarlas de la mejor manera posible. Seasons fue distinto, partiendo de una idea sencilla: marcar una fecha en el calendario, el primer día de primavera, y durante un año componer canciones a modo de diario y que al final pudiera ver pasar el año con música”.

“Al final tenía dos discos, uno sobre la primavera y el verano y el otro sobre el otoño y el invierno”, explica Fonseca durante una entrevista. Surgieron así Seasons: Rising y Seasons: Falling, dos discos en un único proyecto de sensaciones diametralmente opuestas.

“La primera parte la escribí mientras estaba de gira; era como subir una montaña, estaba muy ilusionado todo el tiempo con el proyecto. Después se acabó la gira y volví a casa y estuve allí durante seis meses”.

Falling surge en esa suerte de resaca post-gira, que parece ser común a muchos músicos y que le llevó a unas canciones distintas a las de Rising.“El primero es muy festivo, mientras que el segundo está escrito en una atmósfera muy tranquila, muy melancólica”.

Cerrado ahora el proyecto, Fonseca mira atrás y reconoce ciertos momentos duros en la elaboración del mismo. “Cuando empecé estaba muy contento con la idea, pero hacia el final me di cuenta de que componer durante un año entero era demasiado. Requiere mucha concentración no perderte en el proyecto”, admite.

Las canciones, como muchas obras de arte, pueden llegar a ser objetos de los que uno no sabe cuándo desprenderse, cuándo poner el punto final y dar por terminada la creación. A ese momento en el que se decide rematar la obra y abandonarla se llega, sostiene el músico, con la práctica.

“Hay un momento en el que debes saber decir: no le puedo dar nada más a esto. Y eso te lo da la práctica. Cuantas más canciones haces, esa experiencia mejora”, reflexiona el portugués, que dice no buscar “la perfección” en cada una de sus creaciones.

“Si solo tienes cinco canciones en tu vida seguramente quieras que sean perfectas, pero yo lo que busco es que expresen perfectamente lo que sentía en el momento en el que las hice. No que sea la canción más bella que exista, sino que capture lo que pensaba en un momento determinado”.

Con dos conciertos programados en las dos grandes ciudades españolas por delante, David Fonseca admite cierta incertidumbre en su visita a España, pese a que no es la primera, ni será la última.

“En 2012 hice esta gira en Portugal y tuvo un gran éxito, la gente lo disfrutó porque es como un viaje, como contar una historia comenzando en un sitio y acabando en otro. Quiero ver cómo reacciona la gente en España, porque aquí se tiene una concepción distinta de mi carrera”, señala.

Y es cierto, mientras en su país natal se le considera “un artista de la escena mainstream”, en España Fonseca llega precedido por comparaciones con el británico Morrissey y, por qué no decirlo, de cierto halo indie.

“Creo que es porque en Portugal utilizamos herramientas mainstream para llegar al público y puede que aquí en España la escena indie sea más grande y más difícil llegar a ese punto al que hemos llegado en Portugal”.

“Lo que define a la música es básicamente de dónde viene y qué le da a la gente. La música mainstream es aquella que va dirigida a gente que realmente no está interesada mucho en la música, que no le presta especial atención o que no se pasa todo el día escuchando música”, considera.

“Por su parte, la música independiente la hace gente muy‘metida’ en la música para gente muy interesada en la música. Gente que trata de saberlo todo, que trata de descubrir cosas nuevas. En cierto modo, la música mainstream es aquella que se escucha incluso si no quieres escucharla”.

Pese al éxito del que goza en su país, David Fonseca no se considera a sí mismo un artista mainstream, pero tampoco indie. “En Portugal no tenemos una escena indie tan fuerte como la de España, si fuera un músico indie en Portugal probablemente no existiría, así que la única manera de estar en esto, trabajando a tiempo completo en la música, es encontrar un hueco en las herramientas mainstream”.

Amante de clásicos como Elvis Presley, Roy Orbison o Jeff Buckley, el músico describe la escena portuguesa como la de “un país muy pequeño en el que se puede escuchar todo tipo de estilos”. “Tenemos fado, rock, soul, rap, gente cantando en inglés, en español y en francés, tenemos el jazz... lo malo es que la industria, ni la indie ni la mainstream, tiene el dinero o los medios para apoyar más proyectos”.

“Cuando empecé en solitario hace diez años había cinco proyectos nuevos cada mes en un solo sello, ahora es muy difícil que los nuevos artistas lleguen al público, porque no hay medios. Internet es bueno en este sentido para algunas cosas, pero si quieres llegar a algún sitio donde alguien pueda verte tienes que invertir en ello”, recalca.

Como muchos otros portugueses, Fonseca se reconoce poco ducho en el panorama musical español, aunque reconoce ciertos nexos de unión con el portugués en la variedad de estilos que se pueden encontrar.

“Y nos une también el hecho de que no hemos encontrado la manera de hacer un ‘crossover’ entre nuestras músicas. Somos vecinos, trabajamos uno al lado del otro, pero en el circuito portugés no se ven bandas españolas ni aquí se ven bandas portuguesas. Yo creo que deberíamos intentar que el mercado musical fuera Iberia y no Portugal y España por separado”.

Para superar ese escollo, Fonseca cierra la entrevista con algunos de los que considera imprescindibles de Portugal: Rita Red Shoes, Sean Riley and the Slowriders, Deolinda Dand y Luisa Sobral.

21 de marzo de 2013

No hay respeto

A los tupper los llamábamos fiambreras.
Lo recuerdo a cuenta del debate en torno a la última ocurrencia de un alto cargo de Educación de la Xunta.

Los hechos: se debate una reforma del modelo de ayudas a la educación pública en el Parlamento y, en un momento dado, el político en cuestión deja caer que las autoridades no pueden garantizar "el análisis, trazabilidad y el principio de cautela" de los tupper que los alumnos llevan al colegio. Que precisamente por eso está completamente justificado que lo que antes recibía una subvención pública ya no la reciba tanto y que a partir de ahora a pagarlo. Y además, sin remedio, porque las fiambreras no son trazables.
Horas después rectifican: Perdón, que no era eso, que sí estarán permitidos, pero como no se pueden garantizar "el análisis, trazabilidad y el principio de cautela" de los tupper, que los niños se sentarán en un sitio aparte, por si todas esas palabras propias de un gestor de residuos tóxicos son infecciosas y acabamos todos fatal de lo nuestro.

La primera reacción ha sido la misma que habría tenido la madre del alto cargo si, sentado en la mesa, rechazara la comida por no poder garantizar "el principio de cautela" de la misma: Hasta aquí podíamos llegar, qué barbaridad, ni la comida de una madre nos van a respetar. Una colleja le caía, seguro.
Y, en fin, cuando uno recuerda las loas de algunos a nuestro presidente del Gobierno; cuando tira de archivo y rememora panegíricos sobre la austeridad y la sobriedad con las que llegó Rajoy a Los Quintos de Mora con su coche, su familia y su tupper en el maletero, no puede menos que esbozar una sonrisa. Por lo tozuda que es la realidad en una hemeroteca y por los golpes al hígado que a veces nos da a políticos y periodistas.

Con esa sonrisa y algo de sardonismo se sienta uno ante el teclado cuando recuerda algunas historias que le han contado sobre colegios públicos de la España de los últimos 30 años. Historias que seguro que se repiten en muchos otros centros de todo el Estado.
Resulta que existen algunos colegios, en algunos barrios, en los que algunos niños tienen, digamos, mal controlados los hábitos alimenticios y se presentan día sí, día no, todos los días, con poco o nada que comer.
Ábrase a partir de aquí el debate sobre los motivos, pero vamos al grano: esos casos existen. Lo podrán contar muchos profesores de la enseñanza pública sin suavizar tanto las formas.
Sumemos a esos casos los que produce la dispersión poblacional en la tierra gallega. El resultado es un mayor número de niños necesitados del apoyo de lo público: el colegio, la consejería, la Xunta y el Gobierno de Rajoy, que sabe por experiencia que aunque la comida se lleve en un tupper, llega fría.

Pero en este punto de la ecuación topamos con el maldito parné. Porque se supone que algunos, como contribuyentes, pagamos impuestos para garantizar que lo público haga ciertas cosas. Servicios de comedor, transporte a quien lo necesite, bibliotecas, actividades extraescolares, profesores de refuerzo, esas cosas.
Hasta hace unos años así, con sus más y sus menos, ha venido ocurriendo. Con nuestros impuestos, digamos, garantizábamos una educación pública de calidad, que facilita la igualdad de oportunidades. Que es para lo que algunos, insisto, pagamos nuestros impuestos.
Pero es que ahora, ay, los impuestos están a otra cosa.

Los impuestos están, por ejemplo, para el deporte europeo de moda: pagar deudas y amainar mercados. Eso, claro, no nos lo van a decir nuestros políticos, así que prefieren poner sobre la mesa el tupper.
Así no discutimos qué ha pasado con nuestras contribuciones, ni si podemos prescindir de las ayudas a los servicios de comedor en los colegios o la idoneidad del reparto de las partidas presupuestarias. No. Protestamos para evitar que prohiban los tupper. Derecho a un tupper digno y todo eso.
Y nos olvidamos que una vez nuestros impuestos sirvieron para eso hasta que los malgastaron y que ahora nos tocará pagar -otra vez, es decir, a repagar- por un servicio que hasta hace dos días se consideraba parte de lo público.
Y el que no pueda pagarlo, que se aparte con su tupper poco trazable. Toda una parábola de lo que la enseñanza pública de la igualdad de oportunidades acabará siendo de seguir por estos derroteros.

Así que, en fin, quizá sea mejor volver al principio: ¿Por qué llamamos tupper a una fiambrera?
 
Publicado originalmente en: LaSemana.es