9 de octubre de 2014

Gente normal

Hace tiempo que no sé nada de mi amigo W. aunque conociéndole lo poco que le conozco dudo que él utilizase esa palabra, amigo, para definir nuestra relación. Era, o es, más bien, uno de mis conocidos más queridos, una de esas amistades del siglo XXI: sigues su actividad aquí y allá, la que puedes ver en los distintos perfiles online o de la que él quiere informarte, tienes retales de su vida a través de fotos, esbozos si escribe algunas líneas en su bitácora pública y te das por satisfecho con eso, porque una llamada no procede y haría que ambos sintiérais acabada la conversación después del primer qué tal estás y las cuatro frases comunes en ese tipo de diálogos: todo bien, como siempre, aquí sin mucha novedad, aunque quizá todas ellas no sirvan para resumir grosso modo un fragmento de vida y simplemente sirvan para evitar ahondar en temas que al otro no le conciernen, que no queremos compartir o que no tenemos tiempo a desarrollar.

Su desaparicion fue algo abrupta. Un día, sin más motivo, simplemente dijo adiós y sus perfiles dejaron de estar activos y su bitácora no recibió nuevas actualizaciones. Este tipo de salidas de escena pueden ser hoy por hoy más confusas que la muerte; ésta se lleva a alguien sorpresivamente y tú te enteras porque la gente comparte mensajes de duelo y dolor que lees con algo de estupor, era tan joven, es increíble, no parecía enfermo, no merecía irse ya; supongo que las reacciones siguen siendo las mismas a pesar de lo mucho que ha cambiado la forma en que nos enteramos de la noticia o podemos responder a ella.

No creo, en todo caso, que W. haya muerto, de ahí que me resista a hablar de él en pasado. Creo que simplemente decidió apagar una parte de su vida a la que no le encontraba satisfacción alguna. Creo también que salió de escena detrás de una mujer, quizá argentina, quizá chilena, no recuerdo, y se mudó con ella a Buenos Aires o Santiago, utilizando como excusa la mierda de panorama que teníamos por delante los profesores universitarios en España.

Quizá allá haya encontrado plaza docente, que era una de sus metas la última vez que pude compartir terraza y cerveza con él, o esté trabajando como un animal de carga, como se trabaja en todas partes actualmente dicen, en cualquier otra cosa que le permita llegar a casa con un sueldo para comer y salir al cine o comprar libros de cuidadas ediciones que subrayar y releer cuantas veces el tiempo libre le permita, alternándolos con los fines de semana al lado de su argentina o su chilena, que sé yo, que le recibe cada noche tras una larguísima jornada con un cansado qué honda o un cómo fue, y él se derrumba agotado a su lado, sin más ganas que de abrazarla y despertar al día siguiente con su sonoro buen día o escucharle decir un largo pucha en la u cuando le cuenta que todo ha ido como la mierda, porque fulano le cagó la mañana, pero que es maravilloso poder tenerla tan cerca a diario y que no cambiaría su plaza en España, sus amigos y familia, su proyecto de novela, por instantes como esos, en los que ella se le amarra y se le olvida todo: que tuvo otra vida, que tuvo otros planes, que se vió rodeado de otra gente y que compartió en sus perfiles y en su bitácora otra clase de cosas que nada tienen que ver con su argentina o chilena, quién sabe, y que renunció a todo a cambio de convertirse en una persona normal.