Se te adhiere el miedo.
Agarrota las articulaciones, paraliza los dedos, despierta un siniestro temblor en tu interior.
He te aquí a la bestia frente a tí, monstruosa y altiva, y tú con una única bala en el tambor.
No se han desatado tormentas, ni es más oscura esta noche que la anterior.
Ha llegado silenciosa y se ha plantado frente a tí, sin dramatismo ni épica, la hora del duelo.
Mueves la mano lentamente hacia la cadera, llevas el índice al gatillo, acaricias con la palma la culata y con el pulgar amartillas, muy despacio, el revólver.Y entonces, en dos fracciones de segundo, apuntas, desenfundas y disparas.
BANG.
Nadie te juzgará.
Eres tú o la bestia, al fin y al cabo.
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