Apago la televisión y todavía no sé que pensar.
No sé qué tiene más mérito, el triunfo de la selección española de fútbol o que dándole -muy bien- patadas a un balón los chavales hayan conseguido arrancarle al presidente del Gobierno unas palabras a la prensa, con todo lo que luego le cuesta ofrecerlas en sede parlamentaria o en el Palacio de la Moncloa.
Gracias a la selección a muchos -más de los que lo dicen- se les ha alegrado la noche y yo, algo profano en todo esto, me acuesto un poco más tranquilo: lo que tiene el presidente entre manos son "líos europeos" (sic).
Enciendo el ordenador y mi confusión es aún mayor.
Entre palabras como 'historia', 'leyenda' o 'eterno', aparece una imagen de los jugadores celebrando la victoria en el vestuario. Les acompañan Mariano Rajoy y el Príncipe. Unos chicos que juegan como nadie al fútbol eufóricos por lo logrado y dos hombres que se encuentran al borde del tiempo de descuento a su lado.
La historia popular recordará durante décadas los nombres de algunos de los presentes, se hablará de Iniesta y Xavi, del 'santo Iker', de 'la España de Del Bosque', pero nadie recordará que allí estuvieron Mariano y Felipe.
Apago mi último cigarrillo y llego a una conclusión.
Dentro de cuatro días se nos habrá pasado la borrachera y volveremos a la deprimente realidad, veremos las decenas de miles de hectáreas de bosque calcinado en Valencia y la guerra en Siria por televisión, y a final de mes nos acordaremos de las medicinas, la luz y el gas.
Así que, sabiendo que todo volverá a su lugar, por qué no alegrarse unas horas por ese grupo de deportistas y su victoria y, como dice un buen amigo, intentar no mezclar el tocino con la velocidad.
Lo dejó escrito un filósofo árabe nacido en Córdoba: "Dejad que las almas se explayen en alguna niñería que les sirva de ayuda para alcanzar la verdad".
No sé qué tiene más mérito, el triunfo de la selección española de fútbol o que dándole -muy bien- patadas a un balón los chavales hayan conseguido arrancarle al presidente del Gobierno unas palabras a la prensa, con todo lo que luego le cuesta ofrecerlas en sede parlamentaria o en el Palacio de la Moncloa.
Gracias a la selección a muchos -más de los que lo dicen- se les ha alegrado la noche y yo, algo profano en todo esto, me acuesto un poco más tranquilo: lo que tiene el presidente entre manos son "líos europeos" (sic).
Enciendo el ordenador y mi confusión es aún mayor.
Entre palabras como 'historia', 'leyenda' o 'eterno', aparece una imagen de los jugadores celebrando la victoria en el vestuario. Les acompañan Mariano Rajoy y el Príncipe. Unos chicos que juegan como nadie al fútbol eufóricos por lo logrado y dos hombres que se encuentran al borde del tiempo de descuento a su lado.
La historia popular recordará durante décadas los nombres de algunos de los presentes, se hablará de Iniesta y Xavi, del 'santo Iker', de 'la España de Del Bosque', pero nadie recordará que allí estuvieron Mariano y Felipe.
Apago mi último cigarrillo y llego a una conclusión.
Dentro de cuatro días se nos habrá pasado la borrachera y volveremos a la deprimente realidad, veremos las decenas de miles de hectáreas de bosque calcinado en Valencia y la guerra en Siria por televisión, y a final de mes nos acordaremos de las medicinas, la luz y el gas.
Así que, sabiendo que todo volverá a su lugar, por qué no alegrarse unas horas por ese grupo de deportistas y su victoria y, como dice un buen amigo, intentar no mezclar el tocino con la velocidad.
Lo dejó escrito un filósofo árabe nacido en Córdoba: "Dejad que las almas se explayen en alguna niñería que les sirva de ayuda para alcanzar la verdad".
Publicado originalmente en: LaSemana.es
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