Me lo dijo con aquel aire de desdén con el que vestía todas las palabras su acento del sur levantino, fumándose un pitillo mal liado y oteando la calle a la espera de un taxi libre. Aún así, había más melancolía que rabia en su tono de voz, como si al decirlo sintiera nostalgia por algo que llegó a su fin hace demasiado tiempo.
"¿Miedo? Claro que tengo miedo. Como todos supongo. A la soledad, al fracaso, a la muerte... y sigo teniendo pesadillas a veces y como los niños chicos me entra también miedo a la hora de irme a dormir.
A veces le temo a la noche y a veces le temo al día, pero voy notando mejorías: ya nunca tengo miedo de él. Ya no se cuela entre mis terrores, ni sale en mis pesadillas. A veces tengo miedo, pero ya nunca es por él".
Me dio dos besos y una sonrisa. Apagó el pitillo con la punta de uno de sus zapatos de tacón, como imitando a la femme fatale de una película, y se marchó.
Había mucho de exceso y otro tanto de pose en toda ella, pero nunca le faltó valentía.
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