Pongo en situación: concierto de un grupo de Barcelona en Madrid, un
cuarteto que canta en catalán y que se atreve con el público de la
capital. Con la que está cayendo, me dijo alguien, hay que echarle
valor. Pero la verdad es que no.
La música tiene la capacidad de reconciliar al ser humano, pienso
mientras les veo hacerse lentamente con el público. He oído en la puerta
a varias personas hablando en catalán y me topo dentro con algún que
otro conocido de mis años madrileños y con un grupo de italianos en la
barra. Juegan en un campo algo heterogéneo, se podría decir.
Sin embargo, sobre las tablas veo a toda una banda de catalanes
desenvolverse con naturalidad y sé que nadie está pensando en Wert y
Artur Mas. No es que se hayan olvidado de ellos o de los demás corifeos
políticos y mediáticos, es que lo que digan les importa, perdón, una
mierda.
España tiene una gran virtud: cuenta con más buenos artistas que
mediocres políticos y hooligans de tertulias televisivas o foros en la
Red. En cierto modo, ellos y su público son los que mejor desacreditan a
los que se empeñan en ver más las diferencias que los puntos de sutura.
Lo he visto en las muchas y distintas entrevistas que he podido mantener
con músicos de todo tipo de géneros. Los que están tocando esta noche y
han hecho que el patio de butacas se ponga en pie me lo dejaron muy
claro en la conversación que tuve con ellos: “al final todos somos
vecinos”.
Mientras hablábamos en aquella ocasión se les iban colando muletillas
catalanas y barbarismos en el discurso, igual que esta noche en Madrid,
pero todos parecen entenderlos sin necesidad de misiones de
españolización. Al final, se trata de comunicar algo, no de hacer de la
lengua trinchera.
“El problema es que en Cataluña sabemos poco de lo que se hace en
Galicia culturalmente hablando, igual que en Andalucía poco saben de lo
que hacen en País Vasco”, me decían, augurando, en cierto modo, que poco
a poco conseguiremos que la cultura fluya de un lado a otro libremente y
por canales distintos a los emponzoñados.
Y entonces, tras escucharles en aquella ocasión y verles esta noche
actuar, me reafirmo en el poder reconciliador de la música y llego a una
conclusión: Necesitamos mucha menos política y mucho más arte.
Publicado originalmente en: LaSemana.es
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