15 de enero de 2008

Malditos

Canta el joven trovador a la tristeza cuando descubre cuan arduo es el vivir siempre en el camino; añora encontrarse con el próximo castillo, donde podrá volver a componer al resguardo de la piedra y la madera, olvidar por un tiempo las noches a la intemperie, los lobos al acecho en la inmensidad del bosque.
Quién sabe cuántos pasos más habré de dar hasta encontrar el próximo pórtico, quién sabe si acaso éste existe allá donde dirijo mi andar, se pregunta constantemente y, por no intuir el final, arrecia el llanto en su laúd, se ennegrece el día en sus ojos y desea regresar atrás, permanecer en el regazo que le ofrece su anterior parada.
Mas le enseñaron que los más sabios no se recluyen en monasterios en sus primeros tropiezos, sino que avanzan sin detenerse a lamer sus heridas, pues éstas cicratizan por su cuenta y sólo cabe obtener de ellas la lección necesaria para eludir reabrirlas en el futuro, y recorren la senda que han elegido o que la suerte les ha dejado con el ánimo dispuesto.
Y el trovador comprende que dejarse arrastrar por un vacío desánimo le conduce a morir la vida, a rendirse al hado, pero tambián al fado. Quizá por eso vuelve a brillarle ahora la mirada, dejan sus cuerdas de pensar en el inevitable mañana o en el rancio ayer y recicla su alma perdida. Sólo por eso le dedica tres únicos minutos a la melancolía.

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