El Rey es campechano. Eso es, como que Barcelona es cosmopolita y Soria existe, un dogma de fe, y por eso todos sus hits están junto a los de sus súbditos en youtube y sus correrías son la comidilla de una sobremesa cualquiera. Aceptamos su genio y figura, como accedemos a que el Sol salga por el Este y muera en el Oeste o a que la Tierra gire sobre sí misma, sin legítima elección, porque, al fin y al cabo, así se aceptan los asuntos regios desde que decidimos que la guillotina no era ni mucho menos la mejor solución.
Siempre están, lógicamente, los insatisfechos con su actuación por el Estado o los que se sienten ofendidos porque lo que le puso en el trono fue el dedo del hombrecillo del uniforme siniestro. Aunque con los que le cuestionan con cierta gracia parece no existir agravio, porque, como buen español y a pesar de lo mucho que tiene de Borbón, con unos tintos de por medio hablando se entiende la vasca, como debió decirle la presidenta a lo chulapa, acogiéndose a sagrado por tal locutor. Por eso pocos políticos y empresarios se pierden alguna de esas recepciones, tan monárquicas ellas como el término que las engloba; sólo faltan los que temen que se les atragante la corona.
Con otros que no le sacan ni una sonrisa, no se molesta en disimular, que es lo bueno que tiene ser de la cercana y familiar monarquía desde hace tanto tiempo: que puedes montar un cisco de bar en cualquier lugar y circunstancia y en casa todos dicen que eres un tío de puta madre, porque, en el fondo, a tus súbditos les recuerdas, cada vez más, al abuelo enrollado pero tierno que la monta a lo Fernando Fernán-Gómez.
Y nadie de casa se te acercará y te dirá que esas no son formas, que el papel del Rey es levantarse en señal de indignación desde el principio o poner los puntos sobre las íes con sobriedad y contundencia; que mientras otro pide respeto como base esencial para cualquier diálogo democrático uno no puede dirigirse en tono de reyerta gitana al interlocutor, por mucho que éste se merezca las dos hostias que le quiere dar. Y mucho menos si eres el jefe del Estado.
Ni de lejos. Tal y como está el patio, en casa sacaremos las gloriosas enseñas nacionales en alegres manifestaciones en tu defensa y, de paso, en defensa de la nación, dios, la familia y de tu libertad de expresión, que es la que más mola. Y, cuando en la Casa Real miren hacia otro lado, los unos y los otros utilizarán el vodevil para seguir intentando partirse las piernas, que los asesores han dicho que cada voto cuenta, así que a sangre y fuego.
¿Por qué no te callas? debe ser a estas horas el tono de móvil de moda, porque sí, en casa somos todos gilipollas.