28 de noviembre de 2007

Quejío jondo

Ay! hermano, si tú entendieras que no soy yo, sino mis manos, que este tiempo que invierto lo dedico por entero a descifrar lo que me quieran decir y una vez que dan por terminada su automática perorata sólo puedo mirarlas con temor por el engendro inesperado que se han dignado en escupir.
Después es sencillamente ver sucederse los segundos en una larga y tensa espera, haciendo tamborilear los dedos para que no enmudezcan por falta de uso, escribiendo milongas sobre el mundo que nos rodea y aguantando con estoicismo el extraño cante jondo que toma forma aquí, bajo el esternón, envuelto de carne y hueso.
Si tú comprendieras que no soy yo el que agarra eslabón, yesca y pedernal y prende fuego a las palabras, que no persigo más que librarme del peso de las cenizas de las que renacen, olvidar su origen, articulación o significado, que no pretendo otra cosa que librarme de ellas amontonándolas en cualquier rincón.
Ay! hermano, si tú supieras que no soy yo, que son mis manos.

16 de noviembre de 2007

...en minuto y medio...

"… ponerse uno a escribir una cosa sin saber adónde ha de ir a parar, descubriendo terreno según marcha, y cambiando de rumbo a medida que cambian las vistas que se abren a los ojos del espíritu. Esto es caminar sin plan previo y dejando que el plan surja"

...teclear porque sí y acabar no sé cuando, reinventar el ensayo de Unamuno es jugar a ser el vivíparo que espera que seas, los dedos acompañan a la música con la insolente ligereza del que hace playback y más bien se limitan a contar mentiras del yo o actos fatuos que acontecen en el universo, describen con quirúrgica precisión, por ejemplo, el número de vueltas que es capaz de dar un aro de humo bajo la luz intermitente de la lampara de mesa, o arrojan sobre el papel excelsas opiniones, el corazón en las yemas y solemne el baile de pulsaciones, y otras veces, las menos, pero las peores, les da por lanzarse a contar intimidades...
Nota al Pie: Unamuno no lo advirtió, pero ser un mamífero debería estar prohibido para el cualquiera que es incapaz de gestar una criatura con sentido

11 de noviembre de 2007

El tono de moda

El Rey es campechano. Eso es, como que Barcelona es cosmopolita y Soria existe, un dogma de fe, y por eso todos sus hits están junto a los de sus súbditos en youtube y sus correrías son la comidilla de una sobremesa cualquiera. Aceptamos su genio y figura, como accedemos a que el Sol salga por el Este y muera en el Oeste o a que la Tierra gire sobre sí misma, sin legítima elección, porque, al fin y al cabo, así se aceptan los asuntos regios desde que decidimos que la guillotina no era ni mucho menos la mejor solución.
Siempre están, lógicamente, los insatisfechos con su actuación por el Estado o los que se sienten ofendidos porque lo que le puso en el trono fue el dedo del hombrecillo del uniforme siniestro. Aunque con los que le cuestionan con cierta gracia parece no existir agravio, porque, como buen español y a pesar de lo mucho que tiene de Borbón, con unos tintos de por medio hablando se entiende la vasca, como debió decirle la presidenta a lo chulapa, acogiéndose a sagrado por tal locutor. Por eso pocos políticos y empresarios se pierden alguna de esas recepciones, tan monárquicas ellas como el término que las engloba; sólo faltan los que temen que se les atragante la corona.
Con otros que no le sacan ni una sonrisa, no se molesta en disimular, que es lo bueno que tiene ser de la cercana y familiar monarquía desde hace tanto tiempo: que puedes montar un cisco de bar en cualquier lugar y circunstancia y en casa todos dicen que eres un tío de puta madre, porque, en el fondo, a tus súbditos les recuerdas, cada vez más, al abuelo enrollado pero tierno que la monta a lo Fernando Fernán-Gómez.
Y nadie de casa se te acercará y te dirá que esas no son formas, que el papel del Rey es levantarse en señal de indignación desde el principio o poner los puntos sobre las íes con sobriedad y contundencia; que mientras otro pide respeto como base esencial para cualquier diálogo democrático uno no puede dirigirse en tono de reyerta gitana al interlocutor, por mucho que éste se merezca las dos hostias que le quiere dar. Y mucho menos si eres el jefe del Estado.
Ni de lejos. Tal y como está el patio, en casa sacaremos las gloriosas enseñas nacionales en alegres manifestaciones en tu defensa y, de paso, en defensa de la nación, dios, la familia y de tu libertad de expresión, que es la que más mola. Y, cuando en la Casa Real miren hacia otro lado, los unos y los otros utilizarán el vodevil para seguir intentando partirse las piernas, que los asesores han dicho que cada voto cuenta, así que a sangre y fuego.
¿Por qué no te callas? debe ser a estas horas el tono de móvil de moda, porque sí, en casa somos todos gilipollas.

4 de noviembre de 2007

Ladrones de sabores

Jean-Baptiste Grenouille guardaba en pequeños frascos los perfumes de los más diversos objetos, el olor fresco de la madera humeda, el herrumbroso del metal oxidado, el añejo de las piedras contorneadas por el río, el caduco de las hojas castañas... mas guardó el recipiente de mayor delicadeza, aquel que encalidaba únicamente por la belleza de su forma, para la esencia que consideró la cumbre de lo sublime, la fragancia que desprendía la piel de la joven más bella de Grasse.
La conquista del bálsamo tuvo su precio -pues así dicta la naturaleza su justicia, igual que otorga, arrebata- y en el proceso murió el tarro que contenía el codiciado bálsamo, tan torpes como eran las correosas manos de su captor; aún viéndola sufrir, los ojos del abominable Grenouille brillaron de éxtasis, hipnotizado como estaba con la sola idea de poseer en un envoltorio perfecto el aroma perfecto.
El paso del tiempo y la falta de uso -el mimo que le tenía a aquellas gotas le impedía siquiera acercarse a menos de dos pasos para admirarlo, allí en su pedestal- corrompieron lentamente la superficie del diminuto contenedor, que fue perdiendo su translucidez, y terminaron por hacer huir el alma del perfume.
Únicamente ese aciago día comprendió el esmerado artista que, pese al regocijo que había inundado su alma en los años que pasó en compañía de su preciada alhaja, jamás le habían robado el sabor de los labios, nunca supo que la muchacha del otro lado del Pont du Cours tenía almizcle en la punta de la lengua, que la caña de azúcar bautizaba cada una de sus mordidas o que su barbilla rebosaba cardamomo.
Y fue entonces, sólo entonces, cuando a Jean-Baptiste Grenouille le invadieron las ansias de matar y dejó de ser amante empedernido para convertirse en asesino.

2 de noviembre de 2007

A mano alzada

Hay gente que nace con un profundo deseo de inmortalidad adherido a su espíritu. Otros se limitan a estar vivos. Claro que siempre está el que abandona y, con el paso del tiempo, se rinde a la inercia del camino humano. Se conforma entonces con dejar huella en los suyos, sin saber -ingenuo de él- que los demás también se irán y que nadie hablará de él cuando todos hayan muerto.
Nota al Pie: Alguien dijo una vez que temía que sus grandes aspiraciones fueran empequeñeciendo con el paso del tiempo y que los sueños, la pueril esperanza de ser algún día astronauta, el guerrero de la turbulenta adolescencia, el líder de la madurez, el sabio en la vejez, fueran cayendo uno a uno, para dar paso a un insondable conformismo.