25 de noviembre de 2014

El mundo sin abrigo

Imagínatelos en cueros, con la carne al descubierto en situaciones en las que normalmente se protegerían con una camisa, un vestido, unos pantalones.
Imagínate que solo llevaran sus chaquetas para protegerse del frío y que despojarse de ellas, en el metro o el autobús, al llegar a la oficina o al entrar en el supermercado, fuera un striptease tan natural como socialmente aceptado.
Imagínatelos a todos desnudos. Ese hombre que se parece a Alfredo Landa, esa colegiala de falda plisada y a cuadros que lee 'Leyendas y Rimas' de Gustavo Adolfo Becquer (cuando tú y yo estudiábamos eran 'Rimas y Leyendas', hasta ese punto hemos perdido la poesía) ese ejecutivo trajeado que mira al frente marcial y engominado, esas dos señoras que intercambian recetas camino de vete a saber a dónde.
Así es como veo yo el mundo, despojado de artificios y tan vulgar como en realidad es.
Recuerdo que ella lloraba en un banco, en un parque, una tarde, y yo solo podía pensar en que sus axilas estaban empapadas; corroboro que cada vez que un jefe se me ha impuesto con órdenes yo he observado sus tristes pelotas flácidas y peludas colgando; que podría interrumpir a los más persuasivos oradores para decir: tu piel se arruga de una forma extraña sobre tu labio superior, o simplemente: tienes un moco ahí; que viendo porno no puedo apartar la vista de la celulitis que folla en pantalla.
Observo el mundo y este me devuelve su imagen en bruto, sin malear, sin sublimar, sin pretensiones de agradar o embellecer.
Observo el mundo y este es sincero, lo cual es de agradecer algunas veces y detesto la mayor parte del tiempo ahora que ya nadie aplaude mis ocurrentes verdades, mi afilada minuciosidad.
Imagínate el mundo desvestido, como aquel día que salió a la calle el emperador y yo grité: ¡está desnudo!
Y la gente aullaba y aplaudía y reía, sin saber que la condena era la mía, que, al tiempo que lo decía, me dolía, que yo sí quería ver su traje nuevo.

9 de octubre de 2014

Gente normal

Hace tiempo que no sé nada de mi amigo W. aunque conociéndole lo poco que le conozco dudo que él utilizase esa palabra, amigo, para definir nuestra relación. Era, o es, más bien, uno de mis conocidos más queridos, una de esas amistades del siglo XXI: sigues su actividad aquí y allá, la que puedes ver en los distintos perfiles online o de la que él quiere informarte, tienes retales de su vida a través de fotos, esbozos si escribe algunas líneas en su bitácora pública y te das por satisfecho con eso, porque una llamada no procede y haría que ambos sintiérais acabada la conversación después del primer qué tal estás y las cuatro frases comunes en ese tipo de diálogos: todo bien, como siempre, aquí sin mucha novedad, aunque quizá todas ellas no sirvan para resumir grosso modo un fragmento de vida y simplemente sirvan para evitar ahondar en temas que al otro no le conciernen, que no queremos compartir o que no tenemos tiempo a desarrollar.

Su desaparicion fue algo abrupta. Un día, sin más motivo, simplemente dijo adiós y sus perfiles dejaron de estar activos y su bitácora no recibió nuevas actualizaciones. Este tipo de salidas de escena pueden ser hoy por hoy más confusas que la muerte; ésta se lleva a alguien sorpresivamente y tú te enteras porque la gente comparte mensajes de duelo y dolor que lees con algo de estupor, era tan joven, es increíble, no parecía enfermo, no merecía irse ya; supongo que las reacciones siguen siendo las mismas a pesar de lo mucho que ha cambiado la forma en que nos enteramos de la noticia o podemos responder a ella.

No creo, en todo caso, que W. haya muerto, de ahí que me resista a hablar de él en pasado. Creo que simplemente decidió apagar una parte de su vida a la que no le encontraba satisfacción alguna. Creo también que salió de escena detrás de una mujer, quizá argentina, quizá chilena, no recuerdo, y se mudó con ella a Buenos Aires o Santiago, utilizando como excusa la mierda de panorama que teníamos por delante los profesores universitarios en España.

Quizá allá haya encontrado plaza docente, que era una de sus metas la última vez que pude compartir terraza y cerveza con él, o esté trabajando como un animal de carga, como se trabaja en todas partes actualmente dicen, en cualquier otra cosa que le permita llegar a casa con un sueldo para comer y salir al cine o comprar libros de cuidadas ediciones que subrayar y releer cuantas veces el tiempo libre le permita, alternándolos con los fines de semana al lado de su argentina o su chilena, que sé yo, que le recibe cada noche tras una larguísima jornada con un cansado qué honda o un cómo fue, y él se derrumba agotado a su lado, sin más ganas que de abrazarla y despertar al día siguiente con su sonoro buen día o escucharle decir un largo pucha en la u cuando le cuenta que todo ha ido como la mierda, porque fulano le cagó la mañana, pero que es maravilloso poder tenerla tan cerca a diario y que no cambiaría su plaza en España, sus amigos y familia, su proyecto de novela, por instantes como esos, en los que ella se le amarra y se le olvida todo: que tuvo otra vida, que tuvo otros planes, que se vió rodeado de otra gente y que compartió en sus perfiles y en su bitácora otra clase de cosas que nada tienen que ver con su argentina o chilena, quién sabe, y que renunció a todo a cambio de convertirse en una persona normal.

20 de agosto de 2014

El olor del vino

Cuando me contó la siguiente historia, acompañaba yo a Don F. a su visita diaria a los viñedos. Hablaba mientras revisaba con ojo experto las espalderas y examinaba con detalle las vides engarzadas a los hilos metálicos.
En el momento en el que ocurrió debía tener él unos 15 años. Me contó que se había enamorado entonces de una joven a la que había conocido en un campamento de verano al que sus padres le habían enviado mientras realizaban un crucero por el Nilo, una ilusión que acompañaba a su madre desde hace muchos años y que su padre, viéndose fuerte de bolsillo, se decidió a cumplir.
La llamaba G. y era un año menor que él. G. ya sabía cómo utilizar la sexualidad que caracteriza a las chicas a esas edades: prematura para los de su edad adolescente, deliciosa para esos prontos adultos recién llegados al polvo, las carnes prietas y la lencería de centro comercial.
G. era pura sensualidad, nervio adolescente y avanzada madurez. Nunca antes había conocido a una mujer así, me decía Don F. camino del bar, con esa fuerza para transmitir sus decisiones, con esos andares firmes y peligrosos, que viniera a besarme y lo hiciera como si no importara nada más que ella y yo, allí y entonces, en algún punto de la sierra granadina a mediados de julio, o donde y cuando cojones pasara todo aquello, que me hago viejo y se me olvida. Eso me decía.
En esas andaba, adolescente, hormonado y enamorado el Don F. casi niño cuando apareció por el campamento un nuevo monitor que vino a agitar aquel verano que estaba pasando como pasan los primeros veranos al acabarse la niñez. 
Puede que al enfrentarlo ahora lo viera de otra manera, pero su recuerdo lo describía con la planta de un guerrero antiguo, la efigie de un Aquiles alto y de músculo cincelado, de espalda ancha y extremidades ágiles y fuertes, aunque -matizaba- un rostro mas bien mediocre, algo desvirtuado por un agresivo acné del que, si bien no quedaba rastro, si había dejado huella.
Se correspondiera o no el recuerdo con la realidad, aquel monitor supo mirar a G. y G. sintió el escalofrío que sienten las adolescentes cuando un mayor se fija en ellas: agradecen el gesto, supongo, coquetean con ellos, desde luego, y queda en manos de cada una hasta dónde les permiten llegar.
Flirteaban, parece ser, sin ningún tipo de pudor ni reparo en que F. estuviera por allí, lo que le sacaba de quicio y le azuzaba los celos irremediable y comprensiblemente. G. seguía fiel a su noviazgo veraniego y negaba la mayor, por supuesto, pero no podía evitar esa mirada derretida del que desea y que a F. le hacía saberse un estorbo, mientras su rival se pavoneaba y se dejaba querer, al tiempo que -creía F.- merodeaba su presa.

En este estado andaban las cosas cuando se encontraron un día los tres en la cancha de frontón. Contra aquella pared de hormigón verde rumiaba y peloteaba todas las tardes mientras G. trenzaba pulseras de hilo y le hablaba de una tierra que él nunca llegaría a conocer. Era aquel un espacio para ellos hasta que se vio invadido por, digámoslo ya, su rival.
En qué términos se decidió el partido no lo recordaba Don F. con claridad, pero sí que aquello se convirtió en una carretera de polvo y arena en la que se colocaba de frente a un enemigo, la mano sobre el revolver, el sombrero calado y la mirada aviesa del que va a tirar a matar. Él, un chico enclenque y nada dado al deporte, frente a aquel gigante de mirada altiva que no apartaba la vista de las piernas de ella. David y Goliat jugando al frontón por el control de Egipto e Israel.
F. debió de ser un pasable jugador de tenis durante su infancia, porque aguantó punto tras punto el embate del oponente. Si le adelantaba en tres, él ganaba dos, si llegaban a un empate con ventaja, lo deshacía con resolución, si el otro saboreaba la victoria, él le igualaba el marcador. Y siempre en silencio, sin algarabía, hosco a la mirada de G. que, a él nunca le expresé esta opinión, debía asistir a una pelea de gallos con la emoción infantil del que se sabe en buena rifa.
Durante más de hora y media prolongaron el partido. Corrían, sudaban, golpeaban la pelota y se retaban en cada punto. F. recordaba cómo se le iba torciendo la mirada al otro, puede que porque esperase un contrario más fácil de rendir, puede que porque la memoria es mentirosa y quiere ver con el tiempo lo que le pasó desapercibido en el presente. Por ello el relato del último punto era épico, Ulises llegando a Ítaca, Atila cabalgando sobre Roma, la derrota de los turcos en Lepanto, Nelson herido en Trafalgar, la batalla del Ebro hasta la última bala, hasta que F. rompió a su rival con pelota lenta y larga que voló por encima de la raqueta, del brazo estirado, del cuerpo atlético y la cara erosionada, de las enormes deportivas alzadas cinco palmos sobre la pista agrietada y botó una vez y luego dos y tres y rodó como con prisa hacia el roto de la verja que servía para entrar y salir a la parte de atrás de la cancha.
Dijo Don F. que no lo celebró. Que solo se irguió un poco más que de costumbre al ver al gigante doblado por el esfuerzo y el peso de la derrota, que tiró la raqueta a sus pies, como Vercingétorix pero sin haber sido derrotado, y que cogiendo a G. de la mano abandonó el campo de batalla, sin mediar más palabra.
No sé si fue mi primera victoria, pero la recuerdo como si así lo fuera, me dijo Don F. arrancando con la mano varias uvas pochas y descartándolas para la tierra seca. Todas las victorias, dijo, saben a esa, todo el buen vino ganado a una mala cosecha huele a ella.

10 de agosto de 2014

Brevísimo apunte autobiográfico incompleto

Esnifábamos cocaína como disparábamos a los perros con nuestras escopetas de balines, bebíamos litronas calientes o hablábamos de follarnos a todas las mujeres que nos cruzábamos a la salida de la discoteca. Lo hacíamos porque era lo que creíamos que debíamos hacer.
Y lo hacíamos todo igual, con la misma intensidad desesperada del que lo quiere todo en el preciso momento en el que lo imagina, la del que no se puede permitir guardar nada para mañana, no por nihilismo o hedonismo, sino por el simple hecho de que tiene poco o nada.

Visto ahora y aquí, cincuenta y tantos años después, creo que solo éramos unos niños que tenían prisa por ser adultos cuando solo habían empezado a orillar la adolescencia. 
Por eso seguíamos echando carreras monte arriba, hacia el cementerio, donde los caminos de tierra se encabritaban y sacaban cabriolas de nuestras motos; asaltábamos desnudos el mar, corriendo como para dejar todo atrás; o compartíamos unas setas y nos tumbábamos a mirar las copas de los árboles contra las nubes, el cielo azul, los pájaros y el rumor del bosque.

Niños jugando a cosas prohibidas para los mayores, eso éramos.

12 de junio de 2014

Femme: “Me gustaría ver a más mujeres produciendo música”

Femme, la vie en rose. Foto: Vida Festival

Girls. Beats. Bass”. La británica sintetiza a la perfección su peculiar estilo musical con solo tres palabras. El mismo número de EP's le ha costado ganarse a la prensa especializada y hacerse un hueco en la escena musical de su país, que la alaba tanto por sus ritmos electrónicos, sus melodías pop y sus bases de hip-hop, como por la poderosa imagen que transmite.

Seis canciones agrupadas en tres singles le han bastado a Laura Bettinson para llamar la atención de los principales medios de música de su país. No viene de nuevas. Fue la voz de Ultraísta, grupo que compartía con Nigel Godrich de Radiohead y Joey Waronker de Beck, hasta que decidió poner todo su talento en una carrera en solitario.

No hay ningún proyecto paralelo, esta es mi vida. Vivo Femme cada día de mi vida”, sentencia esta artista del medio oeste de Inglaterra que confiesa su debilidad por “los peluches y las plataformas” cuando durante la entrevista se le pregunta por las influencias que su anterior carrera musical pueden haber dejado en su proyecto actual.

Poliédrica y polifacética, Bettinson tiene el control total, de principio a fin, de Femme. Y no se le da mal, pues ha conseguido poner en marcha ese murmullo que en la música anuncia un fenómeno fan próximo, casi a la vuelta de la esquina, aunque ella todavía se vea muy lejos de toda expectativa.

Es muy excitante. Me encanta que mi último single, 'Fever Boy', haya conectado con tantísima gente de todos los ríncones del globo. Me hace muy feliz saber que hay gente a miles de millas de distancia de donde originalmente escribí la canción (en Londres) escuchando y disfrutando mi música en sus propias palabras y universos”.

Tengo mucho camino por recorrer, pero he tenido, de lejos, un gran año”, confiesa la cantante y productora, que hizo debutar a Femme en 2013 con el single 'Who's That/Daydreamer' (Tape Music). A pesar de haber atraído todas las miradas de la prensa especializada, Laura dice no sentirse presionada.

Simplemente hago lo que hago y hago la música que me gusta, así que no estoy pensando realmente en nadie más cuando la hago. Todas las decisiones, desde la composición de las letras a la producción musical, pasando por los vídeos y el arte (de los discos) están tomadas por mi. Lo que estás viendo y escuchando es cien por cien mío”.

Aunque los tres singles de Femme han llegado en un momento en el que el álbum como concepto parece de capa caída frente a las listas de reproducción y el modo aleatorio de los reproductores de streaming, Bettinson planea lanzar un disco el año que viene: un disco “optimista y lleno de luz y descaro”.

Sin embargo, sigue pensando cómo publicarlo en un momento en el que “probablemente, la gente tiene periodos de atención más cortos debido a los avances tecnológicos, permanentemente está conectada a Internet y tiene a su disposición constantemente una amplísima cantidad de información”.

Yo pocas veces me encuentro a mi misma sentada escuchando un disco completo. Simplemente pongo listas de reproducción de mis canciones favoritas”, dice una artista que admite que no puede esperar que el público consuma su música de una manera distinta a la que ella lo hace con el resto del gremio.

Sí, pienso que el EP se ha convertido en algo más popular (que el álbum) simplemente porque la mayoría de la gente no está interesada en escuchar un álbum completo”, reflexiona, preguntándose hacia dónde se dirige el concepto de álbum y cuál es su futuro en un momento en el que la gente “simplemente quiere escuchar sus singles favoritos en modo repeat”.

La propuesta de Femme es pues, clara. Canciones pop agudas e ingeniosas que despunten entre listas de reproducción y radios aleatorias. “No hay nada que aborrezca más que las composiciones pop perezosas y las letras predecibles. No debemos confundir esto con las letras obvias y simplistas, que a veces son las mejores, pero una gran parte de lo que está en las listas de música mainstream no utiliza el cerebro a pleno potencial”.

La mejor música pop del pasado y el presente no hace eso. Como productora de música trabajando en un campo ampliamente dominado por los hombres, me gusta combinar los ritmos masculinos del hip-hop con las melodías y armonías de los grupos femeninos de los 60”.

Ese pop retro que se respira en la música de Femme viene determinado por la admiración confesa que siente por voces y figuras poderosas como las de Shirley Bassey, Dusty Springfield, Madonna, Grace Jones o Tina Turner, “divas que dieron un vuelco a la escena”.

Mi música es como The Crystals, Debbie Harry y Salt n Peppa en una noche de marcha de chicas en un bar de hip-hop”, añade la artista, que cree que nunca será como “el pop de Katy Perry”. “Aparentemente soy bastante buena escribiendo hooks que permanezcan en tu cabeza durante días. Siempre hay algo pegadizo en las canciones que escribo y no creo que eso vaya a cambiar”.

La respuesta da una idea del punto fuerte de Femme: “sé lo que me gusta, lo que me hace fuerte”, dice, consciente de que en la música lo que vale es el trabajo duro. “Eso es exactamente lo que es esto, trabajo duro, tienes que estar centrada y ser prolífica, no puedes tomarte un descanso porque en ese caso diez nuevas bandas se pondrán en tu lugar”.

A pesar del ritmo de trabajo, Bettinson se considera afortunada por poder rodearse de musicos, fotógrafos, diseñadores, directores y grandes colaboradores en su profesión, aunque dice echar de menos “más mujeres productoras en Reino Unido y en todo el mundo”. “Todavía hay un largo camino por recorrer hasta que las músicas seamos tomadas tan en serio como nuestros homólogos masculinos, especialmente en lo que se refiere a hacer ritmos y producir música en un estudio”.

Hay gente que me miran incrédulos cuando les digo que produzco todas mis canciones y que las escribo y interpreto yo misma. Me gustaría que no fuera así”, señala el alma mater de Femme, que, aunque se conforma con que en cada concierto que toque el público sea cada vez mayor y cante más fuerte, concluye con una poderosa premonición: “Si te gusta lo que has escuchado hasta ahora, te va a encantar lo que está por venir”.

28 de mayo de 2014

Matemáticas

Era profesor de química y todos le llamábamos Don P. Se ponía gafas de sol solo para dar clase y a veces olía a cerveza, especialmente después del almuerzo, cuando subíamos del recreo y teníamos que sentarnos a recitar de memoria la maldita tabla periódica. 
Digo olía y no apestaba intencionadamente, porque lo primero supone un aroma que se desprende, que emana naturalmente de alguien, mientras que lo segundo, apestaba, tiene unas implicaciones peyorativas que no se corresponden con la figura de aquel profesor algo taciturno y derrotado que impartía, sucesivamente, química, física y matemáticas en mi clase de primaria.
Siempre fui un estudiante de ciencias pésimo. Cada jueves al llegar a casa me tocaba copiar la tabla periódica de arriba a abajo, de izquierda a derecha: alcalinos, lantánidos, halógenos, metaloides, por imperativo de aquel hombre que resoplaba cada vez que yo olvidaba el número atómico y el símbolo, por ejemplo, del Radón.
De igual manera, copié si no una, cien veces, la tabla del siete y realice como un autómata docenas de conversiones del gramo al kilo, de este al decalitro o al mililitro y vuelta a comenzar desde el principio sin entender en ningún momento para qué demonios iba a necesitar todo aquello en un futuro en el que todavía no tenía claro si quería ser psicólogo, como mi madre, o regentar un bar, como hacía mi padre.

Dada y demostrada mi ineptitud para todo lo relativo a los números, siempre me sentí algo responsable del espíritu embotado y triste que mostraba en clase Don P. Al fin y al cabo, pensaba, llega cada día a este aula tratando de enseñarnos una materia con la que aprenderemos a ordenar el mundo, entender el espacio-tiempo, ser resolutivos y funcionales en el mundo que nos espera, y yo solo le puedo devolver números mal escritos y enunciados no resueltos, aunque sin una falta de ortografía.
Lo prolijidad con que encabezaba los problemas que dictaba con esa voz aflautada, impropia de alguien de su envergadura, no me excusaba ante mí mismo -pues no hay peor juez que uno mismo a tan corta edad, cuando la línea entre lo bueno y malo está tan exquisitamente clara y bien trazada que la culpa y la recompensa son bache y meta de fácil acceso- por esas horas en las que jugaba con la X a despejar de la ecuación, la N del radio de una circunferencia o la A y la U del oro, olvidándome de que las letras tenían en ese contexto otro fin distinto a mis malabares.
Tampoco, por supuesto, me disculpaba un ápice ante Don P., que, supongo que aseveraría la mirada tras sus gafas de sol, apretaba los labios como única señal de disgusto ante la parálisis permanente que exhibían sus alumnos, algunos, por otro lado, sobresalientes en todas aquellas materias que no impartía él e incluso en esas mismas materias durante años anteriores.
En algún momento llegué a barruntar que varias generaciones de incapaces para los números habían minado  a aquel profesor otrora brillante, como lo era John Keating, capaz de levantar de sus pupitres a los alumnos más díscolos con entusiasmo, de hacerles resolver integradas, exclamar hipotenusas, hallar el mínimo común múltiplo de la esencia del universo y, en lugar de un poema, escribir una fórmula sintética con que resumirlo.
Llegue a pensar que todos, yo el primero por esa costumbre tan infantil de tomar lo poco conocido como medida del mundo, le provocábamos ojeras y jaquecas que debía ocultar tras las gafas, que a base de disgustos le habíamos obligado a refugiarse en el tabaco, el alcohol y la comida, y de ahí ese cuerpo orondo, ese andar fatigado y acompañado de bufidos, patizambo al apresurarse por no llegar tarde a clase cuando sonaba el timbre.
Llegue a pensar eso y mucho más -cosas como pequeños cabrones, hijos de puta sin futuro- al mirar a mis compañeros de pupitre, sólo por tratar de empatizar con aquel hombre que, pensaba, no tenía culpa por haber dado con unos ineptos como nosotros, incapaces de entender que el concepto infinito será siempre inasumible para cualquier ser humano, como lo es el no-ser de Parménides o la muerte, propia o ajena.
Aquella culpa me acompañó los dos últimos años de primaria y los tres siguientes de secundaria en los que me tuve que enfrentar cualquier asignatura relacionada con los números. Cada vez que aparecía un 2 me entraba el tembleque, sudores fríos si había más de un decimal e incluso me mareaba y perdía la vista si las cantidades ascendían a más de cuatro dígitos, para disgusto de mi padre, que veía en cada mácula del boletín de notas, en cada elección de itinerario académico eludiendo todo lo relacionado con el cálculo, un potencial fracaso de su único hijo a la hora de extraer márgenes de beneficio del café con leche.
Así, haciendo fintas para evitar las matemáticas, fueron pasando los cursos, hasta que pude respirar tranquilo en mi bachiller de Humanidades y posteriormente en mi carrera de Historia, donde progresivamente me olvidé de todos los números, aunque nunca de aquel ser mitológico que había sido Don P. y sus gafas de sol, intrigado como nos tuvo siempre por lo que escondía detrás de ellas.
No fue hasta casi 10 años después, cuando cursaba mi último año en la facultad, que pude dar por finiquitada aquella extraña fascinación.
Ocurrió en un aeropuerto, de regreso de uno de mis habituales viajes a Cartagena para ver a una novia con la que mantenía una sólida relación a distancia. Mientras esperaba el embarque, se sentó a mi lado un tipo con la pierna enyesada, orondo, viejo y desaliñado, que tardé varios minutos en reconocer.
No hubiera sido difícil imaginar que aquel hombre de edad bien avanzada era la evolución lógica de mi antiguo profesor de matemáticas, si no fuera porque ya no llevaba gafas de sol y unos intensos ojos de color parduzco, desconocidos para mí, escrutaban el mundo a cara descubierta, sin la barrera que tantos años antes me había parecido tan natural en él, restándole todos los años que el tiempo le había echado en forma de senectud. 
Creo que él no me reconoció, aunque traté de ponerle situación: curso del noventa y tantos, escuela pública de tal, sentado en la segunda fila a la izquierda del encerado, muy cerca de su mesa y la ventana desde donde se veía el patio, con fulanito y menganito como alumnos destacados, por sus logros o por sus andanzas.
Creo que no me reconoció, digo, pero aún así le debí encontrar exultante y hablador, porque en apenas 45 minutos supe más de lo que pude arañar en los años que compartimos tres horas semanales de clase. Supe entonces que era un fiel amante del arte del bonsai, que invertía horas en cuidar sus árboles en miniatura, en los que derrochaba casi todos sus ingresos; que su plaza como profesor nunca fue en Matemáticas, sino en Educación Física y que debido un problema congénito de rodilla llevaba años de baja, pues el departamento gubernamental correspondiente, sin mucha averiguación, le había considerado invalidado para dar las clases de gimnasia que, sobre un papel, debería tener asignada; que su ex mujer era policía y que le había abandonado cuando descubrió su affair en la red con una jornalera latinoamericana con dos hijos en Perú y un marido preso por pertenecer a una mara; que su hijo era transportista y que le iba bien, que él supiera, porque nadie de su familia le había perdonado aquel escarceo que comenzó como algo inocente en un foro de contactos de Internet.
Hablaba y yo asentía, solo por darle entender que seguía el hilo de su narración, porque en realidad tenía poco que decir mientras él se iba desnudando lentamente ante mí, desmontándose minuto a minuto, descubriéndome que aquel ser mítico de mi infancia, que aquel genio de la ciencia y los números, era un ser vulgar, lleno de carencias y ausencias y vacío de cualquier otro estímulo que no fuera él mismo y sus estúpidos árboles enanos.
Y así, en la sala de espera de un aeropuerto, mientras un profesor de matemáticas retirado por el Estado se adentraba en sus miserias sin saberlo -porque lo eran para mí y no para él- yo comprendí la importancia del hecho de desmitificar la Historia, de mirar a los ojos a los grandes nombres del pasado para comprender que fueron mis iguales, que quizá ni se ganaron su hueco en los libros de texto, sino que lo dictaron a niños sorprendidos y superados que escribían sin conocimiento, sin que nadie le supiera explicar la lección.
Fue entonces cuando pude librarme de mi culpa y perdí el miedo a los números, consciente de que aquel que los comprendía no era mucho mejor que yo.
Embarcamos y él se fue a su asiento y yo al mío, y, por primera vez, puede calcular mentalmente el coste económico de un fin de semana con mi cartagenera y lo que suponía su equivalente en facturas del gas y la luz a lo largo de un año.
Aquel día, es cierto, me libere de la culpa y me deshice de los mitos, pero también comencé perder a una novia a la que no quise volver a ver.

7 de mayo de 2014

Apuntes para poema #0605201401

Hay que estar ahí, al pie del cañón, en tu puesto de trabajo, ganándote el pan con el sudor de tu frente -malditos Adán y Eva- sacando adelante el trabajo, generando riqueza, siendo productivo. Hay que ganar dinero para luego gastarlo, comprarte unos nuevos zapatos, esa chaqueta que no necesitas, ropa interior que se desgasta con cada lavado.


Hay que estar ahí, es imperativo. En las redes sociales, diciendo chorradas, mentiras o medias verdades, siendo el más ingenioso, el más rápido, el primero en contarlo. Hay que ser único, original, inmediato, hay que saber qué decir, qué responder, morderse la lengua y no insultar. Hay que darle al me gusta, compartir solo buenas noticias, contar las tristes como si fueran las únicas, olvidarse de casi todo lo importante, hacer importante todo lo que no lo es, ser el más gracioso y el más solidario, contestar sin ser descortés.


Hay que estar ahí, es imprescindible. Ir al gimnasio, seguir una dieta, tocar la guitarra, leer cien best-sellers o doscientos clásicos, levantar doce kilos y apuntarse a pilates. Votar, defender una opción o la contraria, intentar decir mucho para no decir absolutamente nada, tachar los días del calendario, ser el primero en algo.


Hay que estar ahí, innegablemente. Hay que escribir en este blog, componer mil poemas, acabar cualquier dichosa novela, hacerse leer en treinta y cuatro países, en seis idiomas, dar conciertos para veinte mil personas, actuar en Broadway, exponer en el Moma, levantar rascacielos, marcar goles para la Historia.


Hay que estar ahí, desde luego, sin saber muy bien dónde. 

30 de abril de 2014

Trajano!: “Hay demasiadas canciones hablando de amor”

Trajano posando como emperadores.

Comenzar como “un proyecto extraescolar” y acabar grabando en Nueva York y rivalizando en los buscadores con un emperador romano. La historia de este grupo es breve pero intensa, con solo un EP en el mercado y su primer larga duración, 'Antropología', para buscar su hueco en la escena española.

Si al nombre del emperador romano se le añade la exclamación, Google devuelve dos resultados principales en su primera página: el castigador de los dacios y el bandcamp de este cuarteto que empezó a sonar hace unos dos años con un EP, Terror en el planetario.

Grabado en la casa-estudio de uno de los componentes de Triángulo de Amor Bizarro, aquel primer trabajo tuvo un éxito, en palabras de Lois Brea, cantante de Trajano!, “de una forma absurda”. Al menos para una banda que se conoció en Madrid y que comenzó a tocar como “un proyecto extraescolar”, dice Álvaro Naive.

Con aquel EP atrajeron a la crítica especializada, se colaron en la final del Proyecto Demo de la revista Mondo Sonoro y lograron el premio de la plataforma Make Noise Malasaña de Converse: una grabación en los estudios Rubber Tracks de Nueva York con el productor Aaron Bastinelli.

Fue en aquellos estudios donde se gestó el primer larga duración de Trajano!, Antropología (Marxophone, 2014) un “largo-corto” de ocho temas relacionados entre ellos por una simple cuestión “temporal”.

“Pasa mucho en España que se tiende a banalizar los EP's, como si no fueran una obra en si, si no como un comienzo de. Aunque un artista lleve varios discos en su carrera, si saca un EP se asume como algo de transición”, señalan los dos componentes de Trajano! para explicar esa voluntad y esas ganas que tenían de grabar un álbum de estudio.

“Nos gusta mucho la idea de hacer ocho temas y dentro de un año y medio volver al estudio y grabar otra cosa y no estar preocupándote de seguir una tónica por tratar de cerrar un disco”, dice Lois, que cree que los discos de larga duración “ya no tienen tanto sentido”.

“Ahora los discos son una amalgama de singles. Hay gente haciendo discos de 14 temas cuando con 7 les sobrarían”, añade el cantante, que dice tener “un recuerdo vivaz” de muy pocos discos completos, aquellos que conseguían encajar todos los temas y conformar un todo completo.

Ese concepto de disco compacto y cerrado parece más difícil cuando se habla de un grupo de jóvenes que se conoció en sus incursiones en la noche madrileña y que, en principio, no tendría por qué compartir unos gustos comunes.

Pero es que, alegan, “uno de los grandes errores en la historia de los grupos es juntarse diciendo quiero hacer esto”. “Lo ideal es juntarte y hacer lo que sale, no marcarse un estilo, por eso nos sorprende cuando dicen que nuestra música es post-punk, porque en realidad era lo que nos apetecía hacer en ese momento”.

“Cuando generas música no pensando en hacer un género concreto siempre te sorprenden mucho las etiquetas, a veces nos hablan de grupos que no hemos escuchado o de otros que sí tienen peso, pero que quizá tenemos referencias de ellos de una manera muy naïve”, explican Lois y Álvaro.

Las referencias de las que hablan son un amalgama de gustos por distintos grupos y estilos: The Libertines, el post-punk, el indie pop británico de los 2000, la psicodelia, el shoegaze de los 90, Nick Cave, Sonic Youth, Primal Scream, el pop español de los 80... Efectivamente, no hay un terreno común del que partir.

Quizá por ello confiesan que les costó muchos intentos elegir el nombre del disco, el título de las canciones o incluso la portada del álbum. Lo que sí tenían claro, “la premisa creadora de Trajano!”, fue “no hacer canciones que hablaran de amor”.

“Ya hay mucha gente que lo ha hecho y no lo íbamos a hacer mejor que ellos. Decidimos hablar de otras cosas: el primer EP está más inspirado en las películas y en el disco seguimos con esa idea de generar un escenario en las letras más que contar una historia”.

Antropología es, así, un conjunto de canciones que gira en torno a los ritos y en el que, aunque las letras tienen mayor importancia que en el EP, son más una forma de introducir la voz de Lois como una capa instrumental más en las canciones. De hecho, dicen, el 90 % de las canciones comenzaron a gestarse por una armonía.

La fórmula les ha funcionado y aquello que comenzó como un hobby de cuatro amigos se ha transformado en algo más serio y que exige más esfuerzo por parte de sus componentes. “Si nos tuviésemos que plantear un reto, sería conseguir un nicho dentro de la música española. No somos un grupo convencional, no tenemos un sonido que puedas encontrar fácilmente, para bien y para mal, porque también nos aísla de cualquier tipo de escena”.

“Así que sí, nos gustaría generar nuestro espacio... y hacernos ricos, qué cojones” bromea Lois. Ambos son conscientes, sin embargo, del tesón que hay que ponerle a la música en un país como el nuestro. “Aquí es especialmente complicado porque hay grupos que están entre la media frontera entre el grupo pequeño y el grande, que se pueden pasar cinco años avanzando un paso y retrocediendo dos hasta que surge una casualidad y o subes o te quemas”.

“Quizá aquí sea más complicado que en otros países, también es cierto que hay menos competencia, un grupo que triunfa aquí puede ser menos profesional que uno que triunfa en Inglaterra o Estados Unidos donde hay miles de grupos. Aquí quizá es más fácil ser original”.

A juicio de Lois, el problema de las bandas en España es que “se encuentran un techo y se conforman”. “Si estoy haciendo música para X gente y me permite vivir cómodamente, para que me voy a romper la cabeza... aunque siempre hay grupos valientes que se lanzan a una gira europea”, además, en un momento en el que el español, considera, ya no es una limitación a corto plazo.

Está Sudamérica, dice, señalando que debería convertirse en “un mercado de dos vías”. “Aquí tampoco llega mucha música de allí cuando hay un mercado común y ganas de que haya cosas, porque la gente está un poco cansada del sonido americano y del sonido inglés”, explica, yéndose también a un país más cercano y en el que los grupos españoles no giran: Portugal.

Puede que, como señalan, ampliar el circuito de giras posibles a lo largo de un año los grupos consiguieran vivir de la música con más dignidad o simplemente sobrevivir gracias a ella, algo que hoy por hoy es imposible, reconocen, para un grupo de su nivel.

“En España hay 30 grupos viviendo de esto en España, un número ridículo. Pero los canales se están expandiendo, están cambiando las oportunidades y creo que en un futuro cercano no será tan difícil vivir de esto”, consideran.

Las cosas son distintas, claro, en un mercado como el estadounidense, aseguran, donde los grupos tienen la oportunidad de dar conciertos en muchas más ciudades. “Aquí todo está más saturado, hay una programación cultural más coartada y la industria no tiende a mojarse demasiado, tratan de mantenerse en una posición de seguridad”, afirma Lois.

“También es cierto que es un poco culpa del público, que está acostumbrado a ir a festivales a ver, no a descubrir nuevos grupos”, continúa el cantante, que, por un lado, cree que “se ha cambiado la idea de ir a un festival a escuchar música por la de ir a hacer turismo musical” y, por otro, no considera muy recomendable montar el mismo cartel en seis festivales distintos. “Es que los grupos que están más arriba están asfixiando a los de abajo: no salen de España y como tocan aquí no hay sitio para los demás”, alega.

Con este panorama en mente, Trajano! está dispuesto a defender su primer álbum, que definen como “una buena misa en la selva” en las fechas y lugares que sea necesario. Al fin y al cabo, dicen, el punto crítico de cualquier grupo es el segundo disco: “con el primero generas unos seguidores que en el tercero han desaparecido. Puede que nosotros pasemos directamente al tercer disco”.

28 de abril de 2014

Línea 9

- Hijadeputa

La anciana tiene el pelo completamente cano, níveo diría un escritor del siglo dieciocho, y ha soltado el insulto entre dientes al oído de su interlocutora, pero con el volumen suficiente como para que lo oiga ella, su nieta y las cinco personas que la rodeamos a las siete y media de la mañana en la línea nueve.
La afluencia de gente en esta franja horaria varía en cuestión de minutos. A las ocho menos cuarto el andén está lleno de gente que se afana y las escaleras se bajan de dos en dos y de tres en tres; diez minutos antes el ambiente es incluso relajado, adormilado y ralentizado por el madrugar, sucedido a cámara lenta y sin la premura del que no madruga tanto.

- Shhhh, eso no ¿eh? Madre, eso no

En los ojos de la anciana se apaga algo. Más bien, todo. La furia con la que ha insultado desaparece y parece no comprender lo que ha dicho unos segundos antes. De asesina a inocente permanente, de culpable a exculpada perenne. Ha olvidado lo que ha dicho, lo que quiere decir y lo que siempre ha pensado: sus ojos son los del cachorro que todavía no ha visto en la calle los peligros que le aguardan.

- Sí.

El tren que llega se le lleva los ojos y la mirada perdida y también el enfado a la hija, que tiene el pelo rizado y un poco revuelto, como la ama de casa que quiere estar a todo y no llega, y se peina y seca el pelo con prisa a las seis para poder darle el desayuno a la niña y vestir a la madre, tomarse el café con leche  y ponerse el traje de chaqueta rojo que le regalaron en su último cumpleaños, aquel que envejece en el armario sin que llegue ese día especial para el que quería reservarlo cuando lo desempaquetó.

Cuando entran en el vagón y varias personas se levantan uno recupera la fe en el ser humano, como si la buena intención del que cede el asiento redimiera mil años de comportamiento animal. Casi se puede oír crujir la espalda de la anciana y la hija a la par mientras la nieta, la hija, arrastra su mochila entre piernas trajeadas y semblantes dormidos. La edad la dicta el chirriar del cuerpo y no los años y así lo demuestra cualquier trayecto en el transporte público de esta ciudad.

- Siéntese, madre, siéntese. Venga, siéntese, que la dejan sitio, siéntese.

Y la madre de la madre se sienta y extravía la vista en los pasajeros, mientras se suceden las estaciones: Duque de Pastrana, Colombia, Príncipe de Vergara. Ella se olvida de cada una al ritmo que llega, Duque de qué, Colom cómo, Príncipe de tal, bla-bla-bla de una voz robótica que advierte que hay salidas peligrosas, curvas sinuosas, paradas cada vez más lejos de aquel lugar que tu hija llama casa y tu ya no reconoces si quiera como algo habitual.

22 de abril de 2014

Nacho Vegas: "No hay oportunismo en la protesta de los músicos"

Nacho Vegas por Juan Pérez-Fajardo 

Es difícil resistir la tentación de un titular incendiario en una entrevista con Nacho Vegas, si es 'Resituación', su último álbum, de lo que se está hablando. Marcadamente político, el disco sirve de excusa para, también, escuchar qué tiene que decir el asturiano de la situación política actual.

Ha pasado un tiempo inusitadamente largo desde que el asturiano presentara su último EP, Cómo hacer crac (Marxophone, 2011) en el que ya parecía dar pistas de por dónde iba a moverse su siguiente trabajo.

Más de lo habitual, sin embargo, ha tardado Nacho Vegas en poner orden a sus nuevas canciones; él que nos tiene acostumbrado a una prolífica producción de álbumes intercalados de exquisitos EP's.

Vuelve con Resituación (Marxophone, 2014) a incidir en esas canciones de corte pop e inspiración folk a las que nos viene acostumbrando desde La Zona Sucia, aunque quizá con algunos guiños de más a la situación política, social y económica actual.

No es la primera vez que Nacho Vegas hace canciones de marcado sentido social (ahí están, por ejemplo, Nuevos planes, idénticas estrategias, Hablando de Marlene o Canción de Isabel) por lo que no sorprende esta faceta del asturiano.

Quizá lo llamativo y lo que ha hecho que este disco se considere su trabajo más político -a pesar del ya mencionado Cómo hacer crac- es que el asturiano se moja en cada canción, posicionándose junto a o en contra de los personajes que pueblan el álbum.

Cargadas las tintas en ese posicionamiento político, Nacho Vegas reconoce que las reacciones han sido “más tibias y más negativas de lo que pensaba”. “Tengo que reconocerlo”, dice, aunque añade: “Estoy convencido de él, más que en otros discos”.

Pero vamos por partes. ¿Dónde estaba Nacho Vegas que ha tenido que resituarse en estos últimos años? “Es verdad que el título puede llevar a pensar que estaba en algún lugar y que hay un movimiento muy brusco, igual que hay una ruptura aparente entre las letras que hacía hace unos años y ahora, pero tiene más que ver con algo que sucede pensando en el oficio de hacer canciones”.

Es aprender a mirar el mundo, intentar tener la capacidad de cambiar un poco la perspectiva de los cuatro temas universales que siempre tocas de diferente manera, porque el mundo cambia a tu alrededor y corres el riesgo de acomodarte en una manera de hacer las cosas. Intentar renovar esa mirada es una manera de hacer que la música siga viva”.

Aunque Vegas se reconoce más preocupado por “aburrir a los demás” que de aburrirse él, sí que admite que con La Zona Sucia percibió “que algunas de las cosas que hacía antes me interesaban menos”.

No quería ser especialmente retorcido con las canciones. Cuando escribía canciones dejaba que se fueran escribiendo a sí mismas y se convertían en canciones río, muy retorcidas y oscuras. En estos últimos tres años intenté que la mirada de las canciones fuese más hacia fuera que hacia dentro y eso requería podarlas”.

Así, buscando la esencia de sus composiciones, Nacho Vegas ha ido siguiendo la estela de “esas canciones tradicionales que se transmiten por vía oral y que son muy sencillas, pero que tocan teclas emocionales de una manera muy pura”. Ese es el estilo de canción que compone Resituación.

El compromiso, político o social, de estas canciones, sin embargo, explica Nacho Vegas, llega solo, pues dice no concebir su oficio sin un compromiso a priori. “Cuando te dedicas a esto tienes que estar comprometido con tu trabajo: con lo que haces, cómo lo haces, cómo vinculas tu música y cómo intentas que llegue a la gente”, argumenta.

Y también, evidentemente, con las canciones, “con la honestidad con la que las estás contando e intentando no ponerte máscaras y ser completamente honesto. Eso requiere un compromiso que es la única premisa a la hora de escribir canciones y tienes que consagrarte a él”.

En este sentido, el artista pone en duda ciertos aspectos de este disco en los que unos u otros han recalado con más ahínco. “Ni creo que este disco sea el más político, ni creo que los anteriores no lo fueran en absoluto, aunque supongo que es normal que se carguen las tintas sobre algunos temas si tienen más relevancia por una cuestión de actualidad o porque dan más morbo. En otros casos se cargaron las tintas sobre otros temas que tampoco estaban tan presentes en mis discos, como las drogas, por ejemplo”.

Negar, en cualquier caso, que Nacho Vegas se moja como no lo había hecho hasta ahora en sus discos, sería absurdo. “Noto que en lugar de partir de relaciones más íntimas el disco habla más de relaciones sociales y al ser un disco de personajes las relaciones que entablan unos actores con otros son distintas a las que podían entablar en un disco como La Zona Sucia, que partía desde la primera persona, en un tono más confesional. Pero supongo que decir que es un disco político es algo reduccionista”.

De ahí, precisamente, que le preocupe que esa visión del disco haga que canciones como Luz de Agosto en Gijón o Rapaza de San Antolín se diluyan dentro del álbum, cuando son composiciones de peso en el mismo.

¿Quizá esa parte de la críticas más tibias y negativas venga de un sector algo hastiado de que los músicos protesten ahora que pintan bastos y antes callaran?

Yo no percibo nada de oportunismo en la protesta en la música, a pesar de que esto es una conversación recurrente últimamente. Al contrario, lo que me resultaría raro es que nadie hablara de lo que está pasando”.

Quieres hacer canciones y tu materia prima es tu vida, entendiendo ésta como tú en un mundo y todo lo que te rodea. Entonces tienes que hablar de lo que está sucediendo. Lo extraño era que hace diez años nadie hablara de ello, se dedicara a mirar hacia otro lado y que hubiera esta especie de resignación autoconvencida. Eso, en cierto modo, era más oportunista que ahora que la gente está hablando de ello, sin embargo nadie llamaba oportunista a quien hablaba de paseos en bicicleta cuando la gente vivía instalada en una precariedad social realmente insoportable”.

Las críticas, sin embargo, ahí quedan, más justas o injustas, merecidas o inmerecidas, para que el autor de la obra haga con ellas lo que considere. “Si una revista de la que soy lector y con la que crecí me hace una crítica negativa, como mínimo me da qué pensar y me hace cuestionarme lo que hago. La crítica sirve porque me parece importante ver lo que hago con perspectiva”.

La crítica, entonces, sirve de algo al autor, y de poco a los criticados por el autor ¿De qué sirve entonces protestar en las canciones? “Para entrar en comunión con un montón de gente. A mi las canciones me sirven para sentir que lo que se expresa en esas canciones es un sentimiento común y eso sirve para constatar que estás vivo y para empoderarte de alguna manera. Creo que esa es la función de la música popular”.

La música popular habla más de sentimientos colectivos que de sentimientos individuales o por lo menos el viaje que se hace es desde lo particular hacia lo colectivo. La música es un lenguaje previo en cualquier sociedad a los idiomas, por eso tiene tanto poder”.

Las referencias a la música popular a lo largo de la conversación no son en vano. Nacho Vegas reconoce que este es un disco de pop, entendido el género como una música llena de contrastes y de sentimientos encontrados que dan lugar al nacimiento de una canción.

Polvorado, que es una canción con una letra poco amable, pero tiene un aire de celebración, o Runrun, que es una canción muy sosegada pero que en la letra hace referencia a un mundo hostil” son dos buenos ejemplos de esa concepción de la música popular que tiene el asturiano, que admite que el folk juega un papel muy importante en sus recientes composiciones.

Como en la música tradicional, quería “desplazar las canciones desde el yo a un nosotros, hablar de personajes y utilizar canciones con estructuras un poco más sencillas, pero que apelasen a sentimientos más profundos”.

Así, Vegas ha continuado con un proceso que inició tras Actos Inexplicables (Limbo Starr, 2001) de ir deshaciéndose de la primera persona, que “te limita mucho a la hora de escribir”. “Es más factible cuando vas creando personajes y a la vez vas dándole tú voz a esos personajes. Estás hablando de ti, pero te permite distanciarte de ellos y mirar las cosas de otra manera”.

En un disco de personajes hay uno en concreto que viste de azul que no sale bien parado en ninguna de las canciones. El autor dice no haber sido consciente de ese papel de malo que le atribuye a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y, aunque cree que en ciertos momentos la mirada que les dirige es compasiva, sí reconoce que no les ha dedicado sus mejores líneas.

Alguien que trabaje en la UIP y que duerma bien no forma parte del mundo que a mí me gustaría que existiera”, sentencia el asturiano, que cree que la Policía está al servicio del poder cuando reprimían manifestaciones de trabajadores en su tierra y cuando sacan de sus casas a los desahuciados. “Digamos que la represión policial visibiliza la pantomima de democracia que nos quieren vender y por eso se ha colado en las canciones”.

Unas canciones que, siguiendo la tónica habitual del estilo de Nacho Vegas exploran esa línea “que separa lo que puede estar permitido contar en una canción confesional de lo que es puramente impúdico”.

En el disco planea un poco la vulnerabilidad que tenemos todos y lo indefensos que estamos”, señala el autor poniendo como ejemplo la canción de Adolfo Suicide, “lo más cercano a una canción de amor” que hay en el álbum.

En otras, como Un día usted morirá o La vida manca, Vegas vuelve a la muerte “como una excusa para celebrar la vida”.

Nacho Vegas, blanco y negro. Foto: Juan Pérez-Fajardo 

Al final las cosas más importantes son las más frágiles, igual que el amor, que sabes que siempre puede acabar. La vida es igual, sabes que se va a acabar y eso hace que sea inevitablemente algo muy poderoso; por eso hablar de la muerte es un buen motivo para reivindicar la vida”, al más puro estilo de Antonio Gamoneda.

Pero quizá donde mejor se perciba ese pendular sobre el lado más salvaje de la retórica sea en las referencias explícitas o implícitas a la violencia que se incluyen en Resituación. “Hay una llamada a la acción en las canciones, pero no es realmente al motín. Desde luego si hubiera una revuelta popular violenta tampoco nos pillaría desprevenidos, motivos hay, pero en las canciones está todo expresado de una manera más metafórica”.

No hay una llamada a la violencia, es más bien que tenemos que tomar conciencia de que lo que sucede sucede porque se está ejerciendo una violencia muy agresiva, y aguantar y no responder con más violencia es un ejercicio muy difícil”.

Lo que se está intentando precisamente es apelar a un sentimiento de comunidad y a una lucha colectiva, porque al final somos más, pero lo de la violencia me crea muchos dilemas. Creo que con lo que está pasando todo el mundo puede tener un problema ético con la legitimidad o no de la violencia”, señala el artista que, sin embargo, se define como una persona pacífica, aunque no pacifista.

De momento, opina, algo está cambiando en la sociedad española, en la que movimientos como la Plataforma Anti-Desahucios se revelan “como los verdaderos agentes de la transformación social, mucho más que los partidos a los que estaba encomendada esa labor”.

La esperanza es que esa voluntad de cambio se mantenga cuando las cosas vuelvan, si es que vuelven, a su cauce. “Creo que es muy difícil hacer el camino a la inversa: tomar conciencia y volver a instalarte en un discurso cómodo es más difícil que lo contrario, estar en un sitio cómodo y tomar conciencia de las cosas. “Es lo que me gusta pensar, pero -concluye- dentro de unos años volveremos a hablar”.

9 de abril de 2014

Rapsusklei: “En España no hay educación, ni en los colegios, ni en lascasas”

Rapsusklei & The Flow Fanatics. Foto: www.boamusica.com

Probada la fórmula de la banda de acompañamiento durante más de dos años, el zaragozano se ha decidido a fijar la fórmula en un álbum, 'Reality Flow', en el que, junto a The Flow Fanatics repasa los géneros más destacados del rap con banda, del soul al rock y al reggae aderezados de su característica verborrea y estilo vocal.

A sus 34 años, Rapsusklei forma parte de esa segunda generación de raperos que ha contribuido con sus diferentes proyectos, acompañado o no, al auge del género rap en España. Zaragozano de escuela, sus trabajos se reparten entre Fuck tha Pose, innumerables maquetas, una alianza con Hazhe y dos discos en solitario, el primero de ellos Pandemia (2010, Muffin records/BOA).

A diferencia de aquel debut sin compañía, Reality Flow (2014, Eterno Miusik/BOA) se asienta en la banda de músicos (Arecio Smith, Juan Pablo Balcazar, Antonio Torres Vega y Toni Mena) con la que el Mc se ha hecho acompañar en sus conciertos durante los últimos años y con la que, hasta este disco, había trabajado sobre todo el reggae.

Tras dos años probándose sobre los escenarios, Rapsusklei y The Flow Fanatics han decidido explorar otros géneros y estilos, desde los ritmos más duros del rock a las melodías más sinuosas del R&B o el soul, pasando por trazos de música latina y blues.

Todo ello ha requerido un cambio de hábitos en el Mc. “Normalmente escribo a capela y monto las letras sobre el ritmo, porque me imagino como debería ser la música. Con la banda ha sido al revés, primero la base rítmica y luego la letra”, explica durante la entrevista.

Aunque el resultado le ha convencido y satisfecho y aunque toda la banda ha ejercido un poco como director de orquesta de las composiciones, el rapero confiesa: “Si ahora volviera a hacer el disco, lo haría a mi estilo”.

Lo ha visto en algunas de las canciones del álbum, Con 33, Llamada en Espera o Reality Flow y Fánatico del Flow, con las que dice haber conseguido la meta que se propuso al empezar a crearlas, tanto en forma como en contenido.

“Sin ellos (los Fanáticos del Flow) no hubiese salido el disco”, dice a continuación, dejando claro que se trata más de un querer ser meticuloso con cada canción que escribe que una crítica a sus compañeros de proyecto, que le han dado la base para los 16 tracks que componen el álbum.

“Los ritmos te inspiran, desde luego, uno melancólico te inspira nostalgia y te ayuda a rebuscar lo que decir. La música te suelta palabras”, señala Rapsusklei, que ha mantenido en este trabajo “un lado poético y un lado social, un mensaje con conciencia; no para educar a la juventud, pero si para dar un mensaje positivo”.

Porque para el zaragozano el hip-hop tiene una función didáctica y moralista. “Cuando empezó todo era paz, amor, unidad y diversión, era música para pasárselo bien en las fiestas, hasta que llegó un grupo que hizo una canción que se llamaba The Message”.

Ese punto de inflexión que Rapsusklei sitúa en la canción de Grandmaster Flash & The Furious Five fue también “la honda” a la que el Mc se acogió y se acoge dentro del género. “Creo que la cultura hip-hop hace una labor muy grande y que en muchos países está ayudando a salir de las pandillas o a salir de las drogas a mucha gente”.

Sus experiencias en países como Panamá, Mauritania o Guatemala refuerzan esa opinión y le convencen de que el hip-hop requiere de más unidad y amor al prójimo. “Vamos a dejarnos de tonterías, tú haces lo mismo que yo, aunque tú hables de otra cosa o tengas otro estilo”, dice.

El problema, ya centrándonos en España, es “que nos gusta mucho el marujeo” y hablar algo más de la cuenta, opina. “Yo creo que todo parte de la educación. En España no hay muy buena educación, ni en los colegios ni en las casas. Si en tu casa te enseñan a ser buena persona ya puedes ser un analfabeto que vas a ser buena persona, pero si te enseñan a ver cómo discute Belén Esteban es lo que vas a ser”.

A juicio del músico, falta en este país, además de educación, motivación, modelos que instruyan en la lectura y la música, instituciones que se hagan cargo de lo que hoy por hoy es un gran vacío cultural e intelectual. “¿En este país qué te motiva? Si prohiben muchas de las cosas, no hay ayudas a la educación... ¿Qué hace la juventud? Se va al parque a fumar porros y a hablar de que el otro no sabe hacer nada o de lo que ha visto en la tele”.

No es, reflexiona, una cuestión únicamente de imponer nuevos modelos culturales y educativos, si no también de principios. “Puedes cambiar la mentalidad de un país, pero solo se hace con años de esfuerzo y educación. No hace falta ser catedráticos, igual eres un catedrático pero eres mala persona, pero inculcar principios es básicamente inculcar educación”.

Quizá por todo lo anterior, Rapsusklei confiesa que su “fijación” con este disco y en adelante es intentar hacer rap con conciencia, aunar en su medida justa la diversión y las letras comprometidas y el mensaje social.

En ese punto se le plantea el dilema. El estilo del zaragozano pasa en muchas de sus composiciones por una balacera de palabras, un torrente de imágenes, referencias y alusiones que no siempre son fáciles de captar en una primera escucha.

“Eso permite que lo escuchen cuatro veces y cada vez descubran algo nuevo”, dice sonriendo. “A mi me sigue pasando con canciones que llevo escuchando diez años, igual que cuando lees poesía o estás ante un cuadro muy elaborado”.

Un objetivo sin duda algo complicado en un tiempo en el que la música se consume muy rápidamente y en el que la perdurabilidad de las cosas es cada vez menor. “En las nuevas generaciones hay sobreinformación -dice- Nos pasa con las mujeres, la música, las relaciones, nos pasa con todo. Todo es de usar y tirar”.

La solución tampoco pasa por un proceso sencillo. “O te reinventas cada mes o haces música eterna. Hay canciones que envejecen como el vino y cada vez que las escuchas son mejores ¿Cómo se consigue eso? No lo sé, pero hay algo ahí que alguien ha sabido coger”.

Tirando de este hilo, Rapsusklei admite que todavía le queda mucho camino por recorrer. “Me hubiera gustado ser un crack y hacer mi mejor disco con 30, pero después supongo que habría muerto de sobredosis, que es lo que han hecho los grandes”, bromea, y aunque dice que en ocasiones volvería a empezar de cero con su carrera y aunque no ha conseguido esa “canción definitiva” que parecen perseguir muchos artistas, Rapsusklei tiene claras sus opciones: “Yo he preferido vivir mi vida, que lo mío me ha costado; pero me quedan cuarenta años por vivir. Tengo cuarenta años por delante y creo que puedo hacerlo”.

3 de marzo de 2014

Ses: “En la música hay mucho yonqui del prestigio social”

La coruñesa Ses, xenio e figura. Foto: www.folmusica.com 

Xenio e figura, María Xosé Silvar presenta un segundo álbum tan heterodoxo como su debut discográfico. Doce canciones que pasan por el blues, el rock and roll o los sonidos latinoamericanos y que Ses hace suyos con un estilo tan camaleónico como genuino.

Ses es un torrente de palabras que se acelera e hilvana el discurso tan a golpes como suenan las canciones de su último trabajo autoproducido, Co Xenio Destrozado (Fol Musica, 2013) un álbum de doce canciones cuyo único hilo común es el idioma en el que las canta, el gallego.

“Son doce canciones de estilos muy diferentes, hablando de lo que pienso, siento y opino, pero utilizando todos mis lenguajes”, explica esta coruñesa que ha aunado en un solo trabajo todas las músicas que consume habitualmente.

Rock and roll, rockabilly, blues, country, habaneras, folklore latinoamericano, se combinan en el disco con Ses como intérprete, amoldándose a cada estilo con naturalidad. “No puedo cantar una ranchera como un rock and roll, ni una canción latina como una balada”, alega.

El eclecticismo del álbum responde bien a la filosofía de la artista gallega: “Todos somos muchas personas”. “Soy en cada momento lo que estoy diciendo, igual que tú no pones la misma cara cuando estás triste que cuando estás protestando”.

Por eso cada canción tiene su momento interpretativo en el álbum, su modulación vocal y su propia actitud. “Hay diferentes actitudes porque no hay un diseño a priori de lo que yo quiero ser ni de lo que yo quiero hacer. No decido 'voy a ser una cantante de rock' porque me gusta Joaquín Sabina, Jorge Cafrún, Compay Segundo” y cada uno de ellos se lleva un poquito de Ses en cada composición.

“Hay varios estilos de música para cada estado de animo, si estás triste puedes ponerte rock and roll para venirte arriba o ponerte una ranchera para acabar de destrozarte, depende de si eres masoquista o no. Yo compongo dependiendo de mi estado de animo”.

Y aunque Co Xenio Destrozado no sea un álbum para un estado de ánimo en concreto debido a su variedad, Ses sí que cree que es “un disco vitalista”. “Yo siempre digo 'si no quieres vivir no vivas, las gilletes son baratas y tienen un 7 por ciento de IVA'. Lo mío no es el positivismo, es el vitalismo; la vida es positiva y negativa y simplemente tienes que decidir si quieres vivirla y si quieres intentar disfrutar lo más que puedas de lo positivo que te da y superar lo antes que puedas lo negativo”.

Formada en la música tradicional gallega y en las foliadas, Ses dice haber llegado hasta este punto, su segundo álbum, “de rebote”. “Llegue aquí porque un día Santiago Auserón se fijó en mi y lo que él dijo sirvió para que la gente me prestara atención. Pasé de trabajar en un ámbito académico a subirme a un escenario sin nunca tener la voluntad de hacerlo o querer vivir de ello”.

“Por eso cuando me encima de un escenario lo disfruto muchísimo, pero toda la vida me dediqué a estudiar y a trabajar en la hostelería para pagarme los estudios y si mañana tengo que volver a hacerlo pues lo vuelvo a hacer sin ningún tipo de problema”.

“Yo estaré aquí mientras la gente quiera que esté aquí. El día que yo vea que la gente no me quiere escuchar a mí me dará vergüenza seguir”, sentencia mientras la adelita de tinta en su brazo se mueve constantemente. “Yo el rollo de agarrarse a algo y cambiarte para que la gente te acepte no lo hago como persona y no me gusta que lo hagan. Puedes ser como quieras, pero me gusta que seas como tú eres y que hagas la música que quieres”.

Igual de claro que tiene cómo es -o cómo no quiere ser- Ses tiene claro lo que le gusta de la música y de subirse a un escenario. “Lo que me gusta de la música es hacer música, la expresión de la música. Yo aprendí a disfrutar de la música sin el protagonismo y la aceptación y el prestigio social que eso podía conllevar; aprendí eso y eso no se desaprende con el tiempo”.

“Quizá la gente ve eso sin querer; me ve disfrutar de cantar y de que canto para divertirme y no para vender o para resultar de una manera u otra”, explica, añadiendo que todo lo posterior al nacimiento de un disco es lo que menos le importa de este oficio.

“El disco es un hijo para mí, pero o puedo pensar en que la sociedad lo acepte o no, si no lo estaría educando como un hipócrita para que lo aceptaran”, de ahí que haya canciones del álbum que suenen a sus fuentes musicales latinoamericanas, aprehendidas de su padre y sus abuelos: Carlos Puebla, Víctor Jara, Mercedes Sosa o Violeta Parra, por la parte latinoamericana, Robert Johnson, Janis Joplin o los Beatles, por la parte anglosajona.

Ses y su adelita. Foto: www.folmusica.com

“Vengo de una tradición de gente que lo que realmente le apasionaba era su música y quería hacer un disco y lo hacía, pero no existía ese concepto de rockstar, porque una rockstar es de todo menos un artista. Yo no me imagino lo que sería llegar a un estudio y que un tío te dijera te vas a vestir así y vas a cantar con estos arreglos. Básicamente lo que eres es un producto, podrías ser tú u otra persona. No eres nada”.

Quizá por eso define lo mayoría de letras del álbum como “verdades”. Por un lado verdades de protesta, en las que Ses censura “que se criminalice opinar y que ser una disidente ideológica sea delito. Ahí está Pablo Hasel, que le aplicarán la ley antiterrorista. Yo lucho contra un sistema que mediante la precariedad en la educación consigue una masa que no se da cuenta que decir que vives en un Estado de Derecho e imputar a una persona por una canción es una incoherencia de base”.

Por otro lado, “son momentos de mi vida, si estoy cantando Boto En Falta Unha Ilusión, que está basada en un amor de bolero de esos de si tu me dices ven lo dejo todo, o te cuento cuando mi padre se iba a morir es difícil que te lo cuente con una sonrisa”.

“Para eso yo tengo una de buena, como se dice en mi tierra, es que soy muy visceral y me sale (esa interpretación de cada canción) sin querer. Porque a mi lo que me cuesta es no romper las cosas y además yo nunca fui guay. Fui una niña que pesaba 20 kilos más, un poco tractorilla y que no le gustaba a los chavales; me dedicaba a estudiar y a ir con los colegas y como era la gorda simpática nadie se metía conmigo”.

“Ahora de repente esa sinceridad y esa falta de pretensión te convierten en alguien distinto, en alguien que no puede ser guay porque nunca lo fue. Entonces: yo no soy una yonqui del prestigio social y yo creo que en la música hay muchos yonquis del prestigio social”.

“Hay mucha gente que tiene más a no gustar a los demás que a no gustarse a si mismo y yo tengo mucho más miedo a lo segundo; tengo miedo de escucharme a mi misma las gilipolleces que les oigo a los demás, así de claro. A veces le digo a mi hermana, si algún día me escuchas decir eso, mátame”.

“Tengo miedo a que se me robe, a convertirme en una yonqui del aplauso, porque el aplauso es bonito y sabe bien cuando te lo dan a ti y no a algo en lo que te convertiste para ganarlo”, argumenta Ses, que dice que si algún día toca dejar de hacer música lo único que necesitará entonces es poder seguir escuchándola.

6 de febrero de 2014

Monstruos que fuman

En un estanco al sur de Madrid una joven muy maquillada y de cara algo equina me enseña una gran sonrisa mientras entro por la puerta apurando el cigarrillo, seguido por el invierno mesetario, que se cuela en cualquier parte cuando le das la espalda. 
Hace un frío del demonio estos días.
 
- Buenos días, caballero ¿fuma usted? 
Me cuesta siempre recordar que en los estancos además de fumadores puede uno encontrar a otro tipo de clientela asidua, porque si no, qué sentido tendría ese cartel: Prohibido Fumar que colocan en las puertas y que se antepone entre tú y seis millones de cigarrillos y otros tantos gramos de picadura para pipa y papelillos con actitud algo grouchiana: un club de fumadores donde no permiten fumadores.
Me hago mayor, pienso también, y las azafatas jóvenes me tratan de usted, como ha debido tratar esta ante la que me disculpo por no acostumbrar su marca al anciano que rasca con unas llaves un boleto o a la señora de la que cuelga un niño, del que cuelga un muñeco antropomórfico y rojo.
- ¡Beatriz, cuánto tiempo!- Dice la estanquera- Ya pensaba, esta no vuelve a aparecer por aquí ¿cómo va todo?
- Pues liada, hija, como todos, dame dos paquetes de Camel y el abono del mes, me traigo ahora a este del colegio para comer y luego a la peluquería, y dame también un encendedor, hasta que llegue Antonio, que aquí cada uno tiene sus horarios.
- Uy, Antonio, hace tiempo que no le veo tampoco, digo ¿habrá dejado de fumar?, el de la zona A, como siempre ¿verdad? toma, esto por un lado, pues también la Clara me preguntaba por ti el otro día ¿vas a darte tinte? y esto por otro
- No, no, qué va, a pagarle el mes pasado, este no toca, gracias, toma cóbrate también lo que te debo de la otra vez, el cartón y el abono
- Dos cartones
- Eso, dos cartones y el abono, que una no puede estar yendo al peluquero cada dos por tres, que con la gracia son cuarenta euros que ahí se quedan
- Pues yo te iba a decir que te veo mucho mejor así, como con las mechas californianas esas y el pelito suelto

La criatura antropomorfa y roja trepa por la pared hacia el mostrador y el cristal de doble grosor haciendo ruidos guturales que atestiguan el esfuerzo de la escalada y lo temible de su llegada. El niño parece dispuesto a permitir que destruya con fuego, rayos o hielo, indistintamente, todo lo que vaya a encontrar a su paso una vez corone la cima.

- Buenos días, caballero ¿fuma usted?
- No, no, buenos días Tomás ¿rascando un cuponcito?- Otro anciano y el invierno se acercan hacia el hombre enfrascado en su tarea. El frío es un vahído a los pocos segundos y las hojas secas hacen un remolino y se quedan en la puerta.
- ¡Hombre! Pues sí, a ver si toca y nos saca de pobres, que si no, no hay manera.
- Eso está bien, hombre ¿Qué tal los nietos?- Le da una palmadita en la espalda y se queda a su lado, atento a la segunda fruta que aparece en el boleto, por si fueran tres sandías y hubiera suerte y de pronto todo el estanco se convirtiera en una algarabía de dos mil quinientos euros- ¿Tu hijo y tu nuera siguen buscando trabajo?
- Y sí, que está fastidiada la cosa y no hay manera, fíjate que el otro día decía Toño que si se iban al pueblo de su madre a coger trabajitos de camarero, que así se adelanta a los que van a buscar empleo para el verano en la playa y yo que sé- Alza la mano con algo de desdén y vuelve al ataque con la tercera fruta oculta empuñando su llavero- y, qué digo yo, si no habrá también aquí turistas para atender todo el año que se tienen que ir y dejarnos a nosotros con los críos, que se pasan toda la semana comiendo y cenando en casa.
- Bueno, menudos son, y los míos igual, no te creas, está mi mujer preparando comida y tuppers a todas horas, que ya hace comida para cinco y compra como para siete, rasca, rasca, a ver si sale, vamos que no sé yo cómo estiramos la pensión ¡no sé yo!

Evidentemente, la tercera sandía no sale. Creo que son unas cerezas o una fresa o no sé, porque quiero comprar mi bolsa de filtros sin que una criatura antropomórfica y roja me devore o me escupa fuego o rayos o hielo, que sé yo, y acabe aquí frito o congelado por venir a un estanco en el momento menos oportuno.
- Buenos días, señora ¿fuma usted?
Una señora sobre la que pesan ciento doce años así a ojo de buen cubero entra apoyada en un bastón de nogal barnizado dando pasitos muy cortos, impelida por el viento más de lo que este debería obligar a apresurar el paso a alguien de su tamaño y edad. 
No parece apropiado intentar venderle tabaco, me digo cuando me cruzo con ella de salida, a tenor del tubo de goma que lleva insertado en las fosas nasales y que serpentea hasta la bufanda y por debajo del chaquetón gris y desgastado.
Aún así, la azafata sostiene la sonrisa y el parpadeo con valiente heroísmo, por la gloria de Marlboro, gritaría si pudiera, aquí un buen cigarrillo y después gloria.
 
El invierno se me engancha a la barba, me tira de las orejas y cuelga de mi nariz, mientras huyo de un monstruo rojo que todavía no ha comido hoy, de cuarenta euros pendientes en la peluquería y el abono de la zona A de este mes y del pasado, de unos hijos y unos nietos que se cenan la pensión, de una anciana que se enfrenta al frío con botellas de oxígeno, como se enfrentan al Annapurna los alpinistas.
El invierno es hostil, pero, igual que el día a día, siempre lo ha sido. Ocurre que durante mucho tiempo se nos había olvidado, quizá por la calefacción, quizá por lo largo que puede llegar a hacerse el verano en una ciudad de cemento, pero la memoria del frío parecía algo pasado. Como las deudas, los hijos y los nietos a cargo, la muerte o aquellos años en que fumar costaba doscientas pesetas. Había quedado todo atrás, en el trastero, olvidado. Como los monstruos antropomórficos que escupen fuego, rayos o hielo.

8 de enero de 2014

Trilogía del Movimiento: Tres

A veces la vida parece pasar entre momentos y circunstancias que se asumen como excepcionales, como si se hubiera instalado en lo provisional y así estuviera cómoda, sin necesidad de asentarse en una rutina o de adolecer de una costumbre. Esas veces la vida parece como un eterno fin de semana en el campo o cerca del mar, que más da, el caso es que parece un fin de semana lejos de la gente corriente.
La sensación, sin embargo, es la de un impostor, la de alguien que está ahí de prestado.

Recuerdo esa sensación a cuenta de un tipo al que conocí durante mis años en Fayetteville, en el bar cerca de la facultad de Filología y Literatura Española donde ejercía como profesor adjunto y que solía frecuentar junto a mis colegas de departamento. Le llamaban Bob, aunque sospecho que no era su nombre real.
Aparentemente, Bob, o como se llamara, si es que su nombre auténtico llegó a importarle a alguien en algún momento, no tenía más ocupación que la de sentarse a la barra de madera de alcornoque a vaciar una pinta tras otra, lentamente y sin prisas, como el que ha hecho del tedio su ocupación y se dedica a ello en cuerpo y alma, concentrándose en cada pequeño sorbo, en cada viaje a sus labios, en la fina capa de espuma o en las burbujas de su budweiser cuando se acercaba sorbo a sorbo al culo del recipiente.
Le acompañaba siempre una flat coated retriever de pelo liso y azabache, con un pañuelo verde enroscado a modo de collar a un cuello ancho y que en otro tiempo debió ser altivo y esbelto. Jamás llegué a saber el nombre del animal, igual que nunca entendí ni una sola palabra de las que pronunciaba Bob, siempre en evidente estado de embriaguez o demasiado ensimismado en su cerveza como para molestarse en alzar la voz lo suficiente como para hacerla si quiera audible.
Si bien a día de hoy, pasados ya tantos años de aquellas tardes entre la luz tenue y las paredes verde ocre, solo acertaría a esbozar cuatro detalles de Bob -quizá lugares comunes de cualquier mendigo: el pelo ralo y sucio, el chaquetón desgastado, la tez morena y curtida, surcada de arrugas- sí recuerdo con claridad los dos pares de ojos de aquel curioso dúo. Los de él de un azul casi extinto, los de ella cubiertos por esa capa blanquecina y tétrica que dejan las cataratas sobre las miradas.
Paseaba la perra, pese a aquella niebla en la vista, con total seguridad por el bar, olisqueando el suelo en busca de algún cacahuete extraviado, olfateando a los clientes no habituales, moviendo el rabo y apoyando el hocico sobre el regazo de los parroquianos que frecuentaban el establecimiento en busca de un gesto o una palmada en el lomo.
Titubeaba pocas veces en ese andar parsimonioso y cansado que solo muestran los animales más viejos. Quizá al dar con el morro en un taburete fuera de su lugar habitual o al perderse en el laberinto formado por mesas y sillas de grupos alborozados y numerosos. Nunca, sin embargo, la vi perder la pista de su dueño.
Ya de noche, cuando el bar olía a los primeros cubos de lejía y los últimos rezagados remoloneaban codo en barra y arrastrando la lengua, se postraba junto a él, pendiente de su respiración pesada y rota, de su sueño intranquilo con la cabeza escondida entre los brazos, el cuerpo encorvado y volcado sobre la barra y la última pinta del día.
Aguardaba pacientemente a que el dueño agitara a Bob y le acompañara a la puerta o se encargaba de lamerle con cariño la cara cuando completamente borracho se caía del taburete y continuaba su sueño en el suelo, estirado todo lo largo que la gravedad no le permitía cuando se hallaba en posición vertical.
El animal ciego era entonces el guía y acompasaba su paso a los tumbos del amo, girándose de tanto en tanto para oler el aire y cerciorarse de que continuaba junto a ella el camino hacia las vías del tren, perdiéndose ambos al final de la calle, bajo la luz mortecina de las farolas que al día siguiente les volverían a ver llegar hasta la puerta del bar.

Pienso en aquellos años y en Bob y en la perra ciega y no puedo evitar sentir cierta nostalgia por todas esas escenas del pasado a las que asistí sin participar en ninguna de ellas. Ni siquiera para acariciarla o preguntar su nombre, como si saberlo fuera a situarme fehacientemente en aquella trama y me sacara del papel de espectador de un entreacto en el que siempre me esforcé por permanecer.