24 de diciembre de 2007

De idas y de vueltas

Regresar parece siempre peor que ir, porque implica volver a algún lugar en el que has estado antes, quizá infinidad de veces, y puede parecer que no encontrarás en él nada novedoso, nada que pueda sorprender a tus cada vez más viejos sentidos. Pero eso sólo lo tienen presente los que siguen a pies juntillas la idea de que el hombre recorre el camino de la vida únicamente una vez, que no existen segundas oportunidades para corregir los -lógicos- errores cometidos en la primera vuelta.
Mas, otros, puede que los románticos empedernidos, no se conforman exclusivamente con mirar hacia delante en el camino y de tanto en tanto disfrutan echando la vista -y los pasos- atrás. Las cenizas del pasado se transforman entonces en lacónicas ruinas protegidas por la memoria, los rostros de los que una vez huías en brazos donde volver a dejarte caer, las piedras que apartabas a patadas en adoquines serigrafiados de recuerdos y esa neblina apestosa en una suave bruma que evocas con media sonrisa estupida en la cara.
Y es cierto que aquí pocas cosas cambian y las que lo han hecho ha sido lentamente, a un ritmo tal que permite calcular el recorrido que seguirán las arrugas y canas o predecir que muro será derribado o que campo será arrasado para dejar paso a una nueva mole de cemento y hierro, tan triste como es a veces el salto de la madurez a la vejez y el paso de la antigüedad tediosa a la bien hallada modernidad, pero nadie puede afirmar que ese regresar atrás para observar con inmensa nostalgia todos esos cambios es perder el tiempo en el pasado.
Nota al Pie: Hay algunos que creen que regresar es peor que ir, pero es que ellos nunca han estado en la isla de la calma.

11 de diciembre de 2007

El 'caso Fiber'

Navarros y navarras, riojanos y riojanas, pueden respirar tranquilos, nuestra insigne clase política ha sabido superar las trabas de la burocracia, defender la dignidad de los ciudadanos de estas dos comunidades autónomas ante las instituciones europeas y ofrecer una rauda y eficaz respuesta a los últimos y graves problemas que se viven en el cauce del río Ebro.
Por partes. Los hechos se remontan a la primavera de 2003, cuando algún ecologista desalmado del centro de Europa introdujo en esa parte de esta España nuestra varios ejemplares de una especie conocida por su ferocidad y animadversión hacia el ser humano, tan indefenso como está éste ante el resto de animales: el castor fiber.
El caso puede sonar a coña, pero lo cierto es que las autoridades de las comunidades afectadas, especialmente las de La Rioja, se quedaron espantadas al conocer la terrible noticia. Se calcularon una veintena de estos temibles roedores protegidos por las leyes europeas campando a sus anchas en más de 60 kilómetros de la cuenca y dedicándose a eso que se suelen dedicar los animales salvajes; ya saben, buscarse un refugio, husmear de tanto en tanto en aquellos sitios que les hacen gracia y apañarse la alimentación como puedan.
A la Administración se le han descuadrado los papeles, aunque, por supuesto, a nadie de la misma se le había ocurrido darse una vuelta por la zona hasta que algún ciudadano o ciudadana ha llamado rebotado porque algo ha revuelto su basura, se ha comido sus frutales o se ha puesto en plan chungo con su perro, pero ese es otro tema. El problema es que la especie no es autóctona y no ha cruzado la frontera de forma natural, sino que se lo han traído sin papeles, con alevosía y puede que con nocturnidad, para hacer más romántica la hazaña ecologista.
Pero el asunto tiene unas raíces históricas que ya quisieran muchos nacionalistas autóctonos para sí, porque el castor habitó esas tierras hasta el siglo XVII, datando algunos registros de la época en la que los romanos mamoneaban por la Península. Sin embargo, los animalitos no aguantaron lo suficiente ante los rifles de nuestros primos como para ser considerados nacionalidad peculiar española, reformar su estatuto de libre albedrío y reclamar la gestión de las aguas en las que establecieron sus madriguera.
Así que ahora que les pillamos despistados y antes de que exijan el derecho de autodeterminación vamos quitárnoslos de enmedio, pensó papá Estado, siempre tan opresor él, y se fue a las oficinas de la Unión Europea para pedir los permisos necesarios para darles matarile, no sentemos precedentes y cualquier hippie amante de las flores altere ese cuadro estático en el que a veces queremos convertir nuestros parajes protegidos como si esto fuera el coño de la Bernarda.
Y con los papeles en regla en una mano, los técnicos, que no tienen el tiempo necesario para pararse a contar el número exacto de la colonia de castores, ponerles el collar y darles el DNI para que no se pierdan -tan ardua es la tarea de velar por el medio natural-, se van a echar al monte con el rifle en la otra para evitar que nada dañe el ecosistema; como si pidiendo permiso pudiera uno ir a descerrajarle cuatro tiros al genio que parió el proyecto en el desierto de los Monegros o a los que se han dedicado a llenar de cemento nuestras costas.
Así somos, así nos va.

6 de diciembre de 2007

Manolo está pa'que le quieran

Manolo está pa'que le quieran, ni para peleas a cuchilladas por escaños, ni para que le muevan la silla a meses vista. Marín es uno de esos políticos como los que ya no quedan, de los que creen que el debate parlamentario, aunque no debe separarse de las aceras por donde pasean los ciudadanos, tiene el imperativo primordial de volar alto.
Hace ya unas semanas que dijo hasta aquí hemos llegado a sus señorías, que lo que quiere es olvidarse de mediar en escaramuzas rastreras y dedicarse a leer a Marco Aurelio o a investigar sobre el cambio climático en una universidad, a lo Al Gore, que se liga más que haciendo de niñera de diputaditos de baja estopa en la Presidencia del Congreso.
Pero antes de poner rumbo a su retiro en la capital de La Mancha le ha puesto los puntos sobre las íes a todo insigne individuo que hasta el Salón de Pasos Perdidos se ha acercado para hacerse unas fotos con la señorita Constitución, que a sus 29 y al contrario que su prima la bandera no se casa con nadie -su dios la salve- por mucho que la pretendan.
Y allí, apretaditos todos, les ha puesto firmes con ese garbo y salero que sólo él sabe ponerle al asunto del discurso solemne. Que ya está bien, señores, que uno no es el pito del sereno y a ustedes se les ve el plumero, que lo que han hecho esta legislatura lo denuncio yo como 'mobbing' y con la indemnización le pago la jubilación a mi señora, hartita como está de verme sufrir la úlcera todos los miércoles por la noche. Y amén.
Así, sin despeinarse, ha reprendido a los niños que están enzarzados ya en la carrera a las urnas, por insultarse en clase, por hacer del discurso demagogia, por no saber continuar el collage de la mano y por convertir lo que debiera ser constructiva pedagogía en constante y mediática bronca.
Y cuando, por enésima vez este mes, los otros pongan cara de póker, se miren la punta de los zapatos y aleguen que yo no he sido, que el crispador es aquí mi primo, Manuel Marín ya no se quitara las gafas con gesto cansado ni tratará de poner orden en la sala mirando desesperado al tendido, mordiéndose la lengua para que no le salga una palabra más alta que otra.
Porque la ventaja de que a uno le sustituyan a minutos del final del partido es que el resultado se lo pasa uno por el arco del triunfo, y si nadie se da por aludido, corte de mangas desde el banquillo. Y aquí paz y después, gloria.

28 de noviembre de 2007

Quejío jondo

Ay! hermano, si tú entendieras que no soy yo, sino mis manos, que este tiempo que invierto lo dedico por entero a descifrar lo que me quieran decir y una vez que dan por terminada su automática perorata sólo puedo mirarlas con temor por el engendro inesperado que se han dignado en escupir.
Después es sencillamente ver sucederse los segundos en una larga y tensa espera, haciendo tamborilear los dedos para que no enmudezcan por falta de uso, escribiendo milongas sobre el mundo que nos rodea y aguantando con estoicismo el extraño cante jondo que toma forma aquí, bajo el esternón, envuelto de carne y hueso.
Si tú comprendieras que no soy yo el que agarra eslabón, yesca y pedernal y prende fuego a las palabras, que no persigo más que librarme del peso de las cenizas de las que renacen, olvidar su origen, articulación o significado, que no pretendo otra cosa que librarme de ellas amontonándolas en cualquier rincón.
Ay! hermano, si tú supieras que no soy yo, que son mis manos.

16 de noviembre de 2007

...en minuto y medio...

"… ponerse uno a escribir una cosa sin saber adónde ha de ir a parar, descubriendo terreno según marcha, y cambiando de rumbo a medida que cambian las vistas que se abren a los ojos del espíritu. Esto es caminar sin plan previo y dejando que el plan surja"

...teclear porque sí y acabar no sé cuando, reinventar el ensayo de Unamuno es jugar a ser el vivíparo que espera que seas, los dedos acompañan a la música con la insolente ligereza del que hace playback y más bien se limitan a contar mentiras del yo o actos fatuos que acontecen en el universo, describen con quirúrgica precisión, por ejemplo, el número de vueltas que es capaz de dar un aro de humo bajo la luz intermitente de la lampara de mesa, o arrojan sobre el papel excelsas opiniones, el corazón en las yemas y solemne el baile de pulsaciones, y otras veces, las menos, pero las peores, les da por lanzarse a contar intimidades...
Nota al Pie: Unamuno no lo advirtió, pero ser un mamífero debería estar prohibido para el cualquiera que es incapaz de gestar una criatura con sentido

11 de noviembre de 2007

El tono de moda

El Rey es campechano. Eso es, como que Barcelona es cosmopolita y Soria existe, un dogma de fe, y por eso todos sus hits están junto a los de sus súbditos en youtube y sus correrías son la comidilla de una sobremesa cualquiera. Aceptamos su genio y figura, como accedemos a que el Sol salga por el Este y muera en el Oeste o a que la Tierra gire sobre sí misma, sin legítima elección, porque, al fin y al cabo, así se aceptan los asuntos regios desde que decidimos que la guillotina no era ni mucho menos la mejor solución.
Siempre están, lógicamente, los insatisfechos con su actuación por el Estado o los que se sienten ofendidos porque lo que le puso en el trono fue el dedo del hombrecillo del uniforme siniestro. Aunque con los que le cuestionan con cierta gracia parece no existir agravio, porque, como buen español y a pesar de lo mucho que tiene de Borbón, con unos tintos de por medio hablando se entiende la vasca, como debió decirle la presidenta a lo chulapa, acogiéndose a sagrado por tal locutor. Por eso pocos políticos y empresarios se pierden alguna de esas recepciones, tan monárquicas ellas como el término que las engloba; sólo faltan los que temen que se les atragante la corona.
Con otros que no le sacan ni una sonrisa, no se molesta en disimular, que es lo bueno que tiene ser de la cercana y familiar monarquía desde hace tanto tiempo: que puedes montar un cisco de bar en cualquier lugar y circunstancia y en casa todos dicen que eres un tío de puta madre, porque, en el fondo, a tus súbditos les recuerdas, cada vez más, al abuelo enrollado pero tierno que la monta a lo Fernando Fernán-Gómez.
Y nadie de casa se te acercará y te dirá que esas no son formas, que el papel del Rey es levantarse en señal de indignación desde el principio o poner los puntos sobre las íes con sobriedad y contundencia; que mientras otro pide respeto como base esencial para cualquier diálogo democrático uno no puede dirigirse en tono de reyerta gitana al interlocutor, por mucho que éste se merezca las dos hostias que le quiere dar. Y mucho menos si eres el jefe del Estado.
Ni de lejos. Tal y como está el patio, en casa sacaremos las gloriosas enseñas nacionales en alegres manifestaciones en tu defensa y, de paso, en defensa de la nación, dios, la familia y de tu libertad de expresión, que es la que más mola. Y, cuando en la Casa Real miren hacia otro lado, los unos y los otros utilizarán el vodevil para seguir intentando partirse las piernas, que los asesores han dicho que cada voto cuenta, así que a sangre y fuego.
¿Por qué no te callas? debe ser a estas horas el tono de móvil de moda, porque sí, en casa somos todos gilipollas.

4 de noviembre de 2007

Ladrones de sabores

Jean-Baptiste Grenouille guardaba en pequeños frascos los perfumes de los más diversos objetos, el olor fresco de la madera humeda, el herrumbroso del metal oxidado, el añejo de las piedras contorneadas por el río, el caduco de las hojas castañas... mas guardó el recipiente de mayor delicadeza, aquel que encalidaba únicamente por la belleza de su forma, para la esencia que consideró la cumbre de lo sublime, la fragancia que desprendía la piel de la joven más bella de Grasse.
La conquista del bálsamo tuvo su precio -pues así dicta la naturaleza su justicia, igual que otorga, arrebata- y en el proceso murió el tarro que contenía el codiciado bálsamo, tan torpes como eran las correosas manos de su captor; aún viéndola sufrir, los ojos del abominable Grenouille brillaron de éxtasis, hipnotizado como estaba con la sola idea de poseer en un envoltorio perfecto el aroma perfecto.
El paso del tiempo y la falta de uso -el mimo que le tenía a aquellas gotas le impedía siquiera acercarse a menos de dos pasos para admirarlo, allí en su pedestal- corrompieron lentamente la superficie del diminuto contenedor, que fue perdiendo su translucidez, y terminaron por hacer huir el alma del perfume.
Únicamente ese aciago día comprendió el esmerado artista que, pese al regocijo que había inundado su alma en los años que pasó en compañía de su preciada alhaja, jamás le habían robado el sabor de los labios, nunca supo que la muchacha del otro lado del Pont du Cours tenía almizcle en la punta de la lengua, que la caña de azúcar bautizaba cada una de sus mordidas o que su barbilla rebosaba cardamomo.
Y fue entonces, sólo entonces, cuando a Jean-Baptiste Grenouille le invadieron las ansias de matar y dejó de ser amante empedernido para convertirse en asesino.

2 de noviembre de 2007

A mano alzada

Hay gente que nace con un profundo deseo de inmortalidad adherido a su espíritu. Otros se limitan a estar vivos. Claro que siempre está el que abandona y, con el paso del tiempo, se rinde a la inercia del camino humano. Se conforma entonces con dejar huella en los suyos, sin saber -ingenuo de él- que los demás también se irán y que nadie hablará de él cuando todos hayan muerto.
Nota al Pie: Alguien dijo una vez que temía que sus grandes aspiraciones fueran empequeñeciendo con el paso del tiempo y que los sueños, la pueril esperanza de ser algún día astronauta, el guerrero de la turbulenta adolescencia, el líder de la madurez, el sabio en la vejez, fueran cayendo uno a uno, para dar paso a un insondable conformismo.

14 de octubre de 2007

El misántropo

En el patio de luces corre el rumor de que el vecino del cuarto es un tarado.
Ha pintado sus ventanas de color verde, los barrotes de la terraza de rojo carmín, delicadas enredaderas cubren sus muros y ha arrancado de su lugar los toldos; dice que no necesita nada que le pueda robar el sol. A los otros vecinos no les gusta el cambio, quieren al inquilino anterior, que nunca mostró mayor objeción por la armonía monocolor de la fachada, esa cuya primera mano tanto se demoró por las continuas discusiones en torno a los posibles matices de brillo que cada vivienda podía aplicar en sus persianas.
Hubo, claro está, quien protestó y exigió que cada uno diera su propia y original capa de pintura, pero esos díscolos apenas lograron rebajar el tono final de cálido a tenue y acabaron aceptando, creo que a regañadientes, que el gris dominara el edificio y todos sus recovecos. Desde entonces, el color no se ha cambiado por lo que algunos llaman el bien común -los primeros habitantes del bloque cuentan todavía historias terribles de los años en los que ni siquiera el número del portal estaba claro- aunque al vecino del cuarto poco parecen importarle las grandes declaraciones.
Algunos dicen que lo que quiere es vivir aislado, al margen del resto, y le temen, le envidian o le odian por ello, otros creen que su objetivo final es dejar de pagar la cuota o incluso librarse de la derrama mensual. Hay quien censura que alguien que no respeta las reglas que en su día se escribieron en el libro fundacional utilice las zonas comunes como uno más, y siempre está el que apunta que podría tratarse de un simple misántropo y que, en estos casos, lo prudente es imponerle las decisiones acordadas por el resto y mantenerse en permanente estado de alerta, no sea que, en su enfermiza obsesión, le dé por saltarse los estatutos y cambie también el color de la bombilla de su rellano.
Y es cierto que a veces las excentricidades del vecino del cuarto pueden resultar irritantes, que impide que los niños jueguen en su tramo de escalera, mira con recelo al que decide detenerse frente a su puerta a tomar aliento para llegar a los pisos superiores, pretende que los peldaños que dice que le corresponden reluzcan siempre un poco más que el del resto, protesta por lo mucho que ensucian el resto de inquilinos el ascensor o acude, cuando lo hace, de mala gana a las reuniones de la comunidad.
Sin embargo, cuando observo la hermosa policromía de su trozo de fachada, la autonomía de la que goza en lo que ha definido como su reino, la falta de interés por sonreír hipócritamente a quien no soporta o la ilusión con la que se esmera en la limpieza de los rodapiés de su planta, pienso que todos los vecinos deberían ser tan libres como él y dejar que cada uno eligiera qué quiere hacer con su hogar.
Y entiendo que no quiera jugar en el mismo tablero que el resto, pero es que el habitante de la cuarta planta no cuenta con un cancerbero que le pegue un tiro al que infrinja el cartel de no molestar.

10 de octubre de 2007

Kronos, compañero

Quiere borrar los lunares que pueblan tu geografía, robarte los versos, la ficción y la sonrisa, invadir de arrugas tu rostro, convertir en una masa flácida tus sinuosas curvas, desgastar tus huesos y articulaciones y encorvarte lentamente para que tu frente, altiva y arrogante por la juventud, se incline hasta que tu vista sólo pueda descansar en las baldosas sobre las que te obliga a arrastrar tus pies.
Pretende que olvides tu pasado y que mires con desesperanza el mañana, que aborrezcas a los compañeros de viaje a los que antes amabas con fervor -repugnantes sus gestos, insoportables sus palabras- transformar tus manos en herramientas inútiles para labrar eso que llamas futuro y que, en el fondo, sólo es una más de sus trampas para convencernos de que cada paso hará que nos alejemos de la maraña.
Intenta tomarse barra libre con tus deseos, emociones y sentimientos, y lo consigue. Te arrebata cada uno de ellos para confundirlos entre sí y devolvértelos corrompidos por la escasez de memoria, las mentiras del pensamiento o los adornos de la voluntad, de tal forma que lo que era amor ahora es sólo carne y lo que fue una buena noche, un triste vacío existencial.
Nunca hace ni una sola concesión, da igual que su víctima esté completamente derrotada, proclame a gritos su rendición y no espere más que su estocada, le aferra con sus garras, le exprime entre sus dedos y observa, lacónico, como su presa se deshace lentamente, convertida en fina arena color ceniza, otro cadáver que arrojar al mar.
Del polvo venimos, y al polvo volveremos.

2 de octubre de 2007

Los olvidados

Revoluciones que saben a especia, militares que huelen a podrido; a Birmania le cambian el nombre y nadie se entera. Errol Flynn podría haber aterrizado en un puente muy lejano, quizá sobre el Kwai, y haber besado a la chica equivocada. Eso sí, matando al mismo número de japoneses y con esa gloria poética de la que carecen las guerras ahora.
Mas, aún ni sabiendo situar geográficamente un nombre tan éxotico como Myanmar, resulta esperanzador saber que, en ciertos lugares de este planeta, el ser humano -esa especie en peligro de extinción por culpa de sus propios excesos- todavía sabe cómo atarse los machos delante de un rifle para defender una causa aparentemente noble.
La sospecha, en todo caso, no es infundada; al fin y al cabo puede que las ansias de poder de los que agitan sean del mismo calibre que las de los que ordenan apretar el gatillo. Es cierto, lo decía un maestro -una fábrica, tal vez- de elitistas sin fronteras, la masa no sólo es amorfa, sino que además, idiotiza. Es casi de recibo pensar que puede tratarse de un enorme puñado de idiotas bien dirigidos.
Pero no pequemos de pesimistas, pensemos que aún queda algo de fantasía romántica, que todavía hay ganas de hacer la revolución, de atravesar la puerta de Saint-Antoine y echar al fuego lento el sistema establecido. Alabemos entonces su sangre, porque un día, al despertarnos, nos permitió recordar dónde se había metido Yangón.

24 de septiembre de 2007

Inofensivos, indefensos

Pasean por las calles de todas las ciudades, inofensivos a ojos de la mayoría, que no aprecia en su sutil contoneo el hipnótico remolino de un presente bravío, de un futuro incierto. Beben en elegantes copas su dulce vino blanco y ocultan tras revueltos bucles repletos de sonrisas secretos inconfesables, cálidos brazos, preguntas inconexas como todas estas palabras.
Encantadores de serpientes, presionan siempre las notas de un recuerdo, abren bien los ojos, inclinan la cabeza y tuercen el gesto al conversar. Así recorren su camino, felinos trasnochadores, aspirando vidas de los pocos privilegiados que tienen acceso a ellos, conquistando nuevas tierras con cada paso, levantando tumbas anónimas sin volver nunca la vista atrás.
Y dicen que sus víctimas caen de rodillas llevándose la mano al pecho, dolorido el espíritu, extenuada el alma, yacen con la mirada pérdida rendidas ante sus asesinos. Mas su corazón deja de latir repleto y conforme, admitiendo la derrota del que no es más que otro incauto. No hay cadáver más hermoso que el del hombre satisfecho de su obrar, sin arrepentimientos.
Aquí yace otro ser humano indefenso.

20 de septiembre de 2007

Ninguna, sólo una

Eres grande, enorme, omnipresente. Ejerces tu autoridad con armonioso empeño, constante como eres en cada una de las tareas a las que te aplicas, sereno el gesto, fruncido y concentrado el entendimiento. Feroz amante, solícita hermana, dulce compañera, aplicada hija, tenaz profesora. Madre. Ante todo, madre.
De firmes principios que dejarás en herencia, te has entregado hasta en tus momentos bajos a la tarea para la que -lo creo firmemente- viniste al mundo, sin pensar -como yo, pesimista de mí, pienso a veces- que todo está perdido, convencida como estás de que la educación continúa teniendo el poder ancestral de engrandecer a las personas, de convertirlas en rocas ante el vaivén de la ignorancia.
Has sido la pasión por las artes y las letras, la lectura de la ficción y la historia, también el periodismo, la poesía, los cuentos, y ahora, a tus cuarenta y nueve primaveras, y a pesar de toda la tierra y el mar que nos separa, tus hilos siguen siendo largos y la memoria de tu obrar sigue prácticamente intacta.
Eres grande, enorme, omnipresente. El vivo ejemplo de que madre, sólo hay una.
Molts d'anys, mare

17 de septiembre de 2007

...en el fondo del mar

El otoño se acerca lentamente y, al mismo tiempo que los árboles preparan su muda, nuestra clase dirigente cuelga en el armario la malograda toga del apocalipsis y se viste con el elegante sayo de la economía. Quieren demostrar así que siguen cerca de aquellos que les votaron, que no todo serán rendiciones del Estado o metafísica en torno a sentimientos identitarios. Pero sus números, sus augurios, su prepotencia y su optimismo les delata: continúan en lo alto de sus pedestales, creyendo, como Ortega, que su lejanía es el precio a pagar por dirigir a la masa.
Y mientras ellos juegan con sus calculadoras, los problemas reales de los ciudadanos -manida frase; que coño sabréis- afloran sin prestar atención a las estaciones. En Barbate, tierra de toreros y pescadores, su mayor preocupación está en el fondo del mar, donde presumimos que deben estar las llaves. Allí, el imaginario colectivo se ha teñido de color muerte, y quién sabe qué tonalidad habrá escogido esta vez la muy puta, pero se ha llevado a ocho jóvenes que regresaban de faenar frente a la costa de Marruecos.
Requiem por nuestros pescadores.

12 de septiembre de 2007

Un día cualquiera

Es mentira que las despedidas sean difíciles, lo realmente complicado es saber encadenar las palabras suficientes para conformar una buena bienvenida. Será que un adiós tiene la melancolía suficiente como para arrancar a cualquier frase todo su lirismo, o será que un saludo es igual de sobrecogedor, pero el mejor fotograma lo robó aquel 'siempre nos quedará París'.
Y es cierto, París queda en la memoria colectiva como una bonita despedida, pero un día cualquiera uno se despierta y descubre que un amanecer a orillas del Nilo, las últimas horas de faena de los pescadores en las islas griegas, un brindis de ron añejo en la Habana vieja, la llegada del otoño en el mirador de Na Burguesa o el nítido olor que desprende una churrería madrileña cuando a primera hora de la jornada levanta sus barreras, huelen a cálida bienvenida.
Ese día cualquiera, que podríamos situar en cualquier mes, de cualquier año, pero ese día en concreto, uno vuelve a creer en los buenos principios y decide empezar una nueva página en su cuaderno.
Este podría ser el mío.
Bienvenidos