6 de diciembre de 2007

Manolo está pa'que le quieran

Manolo está pa'que le quieran, ni para peleas a cuchilladas por escaños, ni para que le muevan la silla a meses vista. Marín es uno de esos políticos como los que ya no quedan, de los que creen que el debate parlamentario, aunque no debe separarse de las aceras por donde pasean los ciudadanos, tiene el imperativo primordial de volar alto.
Hace ya unas semanas que dijo hasta aquí hemos llegado a sus señorías, que lo que quiere es olvidarse de mediar en escaramuzas rastreras y dedicarse a leer a Marco Aurelio o a investigar sobre el cambio climático en una universidad, a lo Al Gore, que se liga más que haciendo de niñera de diputaditos de baja estopa en la Presidencia del Congreso.
Pero antes de poner rumbo a su retiro en la capital de La Mancha le ha puesto los puntos sobre las íes a todo insigne individuo que hasta el Salón de Pasos Perdidos se ha acercado para hacerse unas fotos con la señorita Constitución, que a sus 29 y al contrario que su prima la bandera no se casa con nadie -su dios la salve- por mucho que la pretendan.
Y allí, apretaditos todos, les ha puesto firmes con ese garbo y salero que sólo él sabe ponerle al asunto del discurso solemne. Que ya está bien, señores, que uno no es el pito del sereno y a ustedes se les ve el plumero, que lo que han hecho esta legislatura lo denuncio yo como 'mobbing' y con la indemnización le pago la jubilación a mi señora, hartita como está de verme sufrir la úlcera todos los miércoles por la noche. Y amén.
Así, sin despeinarse, ha reprendido a los niños que están enzarzados ya en la carrera a las urnas, por insultarse en clase, por hacer del discurso demagogia, por no saber continuar el collage de la mano y por convertir lo que debiera ser constructiva pedagogía en constante y mediática bronca.
Y cuando, por enésima vez este mes, los otros pongan cara de póker, se miren la punta de los zapatos y aleguen que yo no he sido, que el crispador es aquí mi primo, Manuel Marín ya no se quitara las gafas con gesto cansado ni tratará de poner orden en la sala mirando desesperado al tendido, mordiéndose la lengua para que no le salga una palabra más alta que otra.
Porque la ventaja de que a uno le sustituyan a minutos del final del partido es que el resultado se lo pasa uno por el arco del triunfo, y si nadie se da por aludido, corte de mangas desde el banquillo. Y aquí paz y después, gloria.

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