15 de diciembre de 2012

El arte absolverá

Pongo en situación: concierto de un grupo de Barcelona en Madrid, un cuarteto que canta en catalán y que se atreve con el público de la capital. Con la que está cayendo, me dijo alguien, hay que echarle valor. Pero la verdad es que no.
La música tiene la capacidad de reconciliar al ser humano, pienso mientras les veo hacerse lentamente con el público. He oído en la puerta a varias personas hablando en catalán y me topo dentro con algún que otro conocido de mis años madrileños y con un grupo de italianos en la barra. Juegan en un campo algo heterogéneo, se podría decir.
Sin embargo, sobre las tablas veo a toda una banda de catalanes desenvolverse con naturalidad y sé que nadie está pensando en Wert y Artur Mas. No es que se hayan olvidado de ellos o de los demás corifeos políticos y mediáticos, es que lo que digan les importa, perdón, una mierda.

España tiene una gran virtud: cuenta con más buenos artistas que mediocres políticos y hooligans de tertulias televisivas o foros en la Red. En cierto modo, ellos y su público son los que mejor desacreditan a los que se empeñan en ver más las diferencias que los puntos de sutura.
Lo he visto en las muchas y distintas entrevistas que he podido mantener con músicos de todo tipo de géneros. Los que están tocando esta noche y han hecho que el patio de butacas se ponga en pie me lo dejaron muy claro en la conversación que tuve con ellos: “al final todos somos vecinos”.
Mientras hablábamos en aquella ocasión se les iban colando muletillas catalanas y barbarismos en el discurso, igual que esta noche en Madrid, pero todos parecen entenderlos sin necesidad de misiones de españolización. Al final, se trata de comunicar algo, no de hacer de la lengua trinchera.
“El problema es que en Cataluña sabemos poco de lo que se hace en Galicia culturalmente hablando, igual que en Andalucía poco saben de lo que hacen en País Vasco”, me decían, augurando, en cierto modo, que poco a poco conseguiremos que la cultura fluya de un lado a otro libremente y por canales distintos a los emponzoñados.

Y entonces, tras escucharles en aquella ocasión y verles esta noche actuar, me reafirmo en el poder reconciliador de la música y llego a una conclusión: Necesitamos mucha menos política y mucho más arte.

Publicado originalmente en: LaSemana.es

21 de noviembre de 2012

Regalitos

Además del permiso de residencia por la compra de una vivienda el Gobierno debería añadir al lote una cesta con surtidos ibéricos y una participación para la Lotería de Navidad, que son de esas cosas tan nuestras que servirían para hacer algo de patria aprovechando el impasse. Seguro que el ministro Wert apoya una propuesta tan españolizadora.
La entrega de las escrituras se podría convertir asimismo en una gran celebración en la que el notario y el banquero cantarían, brindarían y bailarían junto al generoso potentado que suscribiese la hipoteca. Un alto cargo gubernamental acudiría al acto para abrazar y besar al comprador, salvador del país con su inversión, y un representante del sector inmobiliario le llevaría en brazos hasta su nuevo hogar, llorando –seguro- de júbilo por tener en España un nuevo mártir contra la sobreoferta de stock.

Si tras la última ocurrencia del Gobierno no se palpara la desesperación por reactivar un mercado en estado de coma, el empeño por volver a un modelo de crecimiento económico agotado y la estrechez de miras de nuestra clase dirigente, económica y empresarial creo que todo este asunto tendría mucha más gracia.

Seguimos en lo de siempre, el ladrillo, solo que ahora en lugar de venderlo a precio de oro le damos un envoltorio así como de mercadillo.

Publicado originalmente en: LaSemana.es

14 de noviembre de 2012

Orchha

Podríamos decir que en Orchha los buitres reinan la cima del mundo y las vacas gobiernan la tierra. 

Ellos vigilan de día la planicie a orillas del río Vetravati, desde su nido en una de las cúpulas alargadas del mandir de Chaturbhuj o sobrevolando la fortaleza, el palacio y el templo real, mientras que ellas campan ufanas a sus anchas entre ruinas, cenotafios y tumbas y se adueñan de las tres calles que conforman la ciudad. 
Envidiamos a los buitres como seguramente hacen las vacas: la vista aérea del conjunto de Orchha enmudece. A decenas de metros sobre el mercado de baratijas, en la techumbre del templo donde anidan las rapaces, después de ascender por angostas escalinatas piso tras piso, esquivando de forma casi laberíntica los tramos tomados por los murciélagos, descubrimos que el Madyah Pradesh nos ha estado ocultando su mejor escena. 
La ciudad se agrupa en torno al río, un punto minúsculo en mitad de la selva que en algún momento construyó un suntuoso palacio real de balcones ornamentados y relieves en andesita que por la noche pertenece, como parecen pertenecer todos los lugares del Norte de la India, a insectos, lagartijas y vacas.
Están estas últimas más rollizas que sus hermanas de la ciudad, será que no tienen que hurgar entre desperdicios para procurarse el alimento. 

Ya nos hemos habituado a verlas entrometiéndose en las calzadas y en los portales con total descaro, pero aquí realmente parecen ser las dueñas del lugar. Se diría que aquí las vacas sonríen al comprender que viven mejor que muchos hombres y mujeres en todo el país: Envidian a los buitres, pero los humanos las envidian a ellas. 
En días como este, en los que el sol es capaz de nublar el juicio, nosotros mismos desearíamos estar en su pellejo y poder acercarnos, sin prisa, a darnos un baño al río.

5 de noviembre de 2012

Qué asco

Para evitar posibles atentados las autoridades japonesas decidieron hace años retirar las papeleras en las grandes ciudades del país. A día de hoy, la mayor parte de los ciudadanos lleva siempre consigo una bolsa de plástico donde echar los desperdicios que genera a lo largo del día y que deposita en los contenedores de su domicilio.

Siguiendo la lógica nipona, la alcaldesa Ana Botella cree que para evitar que en el futuro se produzcan nuevos siniestros como el del Madrid Arena lo mejor es suprimirlos. La resolución de la ecuación desde un punto de vista matemático es, hay que reconocérselo, impecable.
"Nunca más, mientras yo sea alcaldesa, cederemos ningún edificio del Ayuntamiento para este tipo de eventos".
Y a tomar por culo, añadió mientras ensayaba el discursito ante el espejo.

El problema, maldición, surge cuando hay que definir "este tipo de eventos", pero de eso ya se encargarán los -en el mejor de los casos- técnicos, que a ella solo le toca salir bravucona ante la prensa. Por supuesto, contará con la inestimable ayuda de los medios de comunicación, esos que son capaces de rentabilizar hasta el final el suceso con grandes titulares, realistas recreaciones, entrevistas a los asistentes, croquis de lo acontecido, exhaustivas investigaciones en el facebook y el twitter de las víctimas, tertulias sobre todo lo ocurrido.

Y, mientras tanto, nosotros aplaudiendo como imbéciles las ocurrencias de unos y otros, como si de todo se pudiese polemizar, como si en todo se pudiese escarbar hasta la saciedad.
Nuestros dirigentes gobiernan a golpe de titular porque nosotros lo permitimos.

Qué asco.

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PS: ¿En qué medida habrá influido el incremento en el IVA a los espectáculos en la voluntad del 'conocido empresario de la noche madrileña' por mantener unos pingües beneficios? ¿Prohibir "este tipo de eventos" contribuirá a qué la gente acuda a lugares menos preparados aún para "este tipo de eventos"? ¿Podremos algun día ser tan civilizados como los japoneses? 

Publicado originalmente en: LaSemana.es

24 de octubre de 2012

Las carreteras de Madhya Pradesh

La India tiene una extraña capacidad para concentrar el tiempo en sus caminos. En cada uno de ellos parecen entretenerse las horas, asidas a las plantas de arroz en las praderas o escondidas en los socavones de la carretera.

Hay montañas de ladrillos de adobe y bueyes de agua escoltando el vaivén de la furgoneta, su temblor y traqueteo a medida que avanza por caminos empolvados y carreteras socavadas.

Aqui los pueblos parecen no tener límites, se permiten extenderse a los márgenes de las vías sin control alguno, en una línea poco recta que parece no acabarse nunca. Las construcciones de ladrillo, de hormigón, de cemento o contrachapado se alínean siguiendo el contorno del camino, como si el único lugar interesante al que salir cada mañana fueran estas carreteras tan dejadas, tan perdidas.

Los niños piden bolígrafos y gafas, reclaman su lugar en el mundo posando para una fotografía, parlotean entre ellos a gritos mientras le extienden una mano al visitante extranjero. Desde un templo cercano llega el olor a incienso y los cánticos de un anciano.

La soledad se vende cara en las carreteras de Madhya Pradesh. La encontramos kilómetros más adelante, en una explanada dominada por un intenso color verde y el plomizo gris del cielo. Corre el viento y la humedad hace salir a los insectos que salpican toda esta geografía. Durante unos minutos, encontramos uno de esos lugares del mundo en el que poder mirar el horizonte en silencio.

Nuestra presencia ha llamado la atención en los pueblos cercanos. Tres hombres se acercan en una bici, les siguen dos chavales al trote, desde el Este. Un grupo de niños y un anciano desde el Oeste.
Se nos quedan mirando atónitos ¿Qué extranjero podría querer detenerse en un lugar como este, un lugar en ningún sitio?
Queremos hacer una fotografía de nuestros visitantes, pero los del pueblo del Este se niegan a ponerse junto a los del pueblo del Oeste. Se la hacemos solo a los segundos.
Hasta aquí, en mitad de la nada, los hombres tienen rencores.

El reloj indica que el sol se está poniendo, quién podría decirlo con esas nubes espesas, tan estáticas en el firmamento. Hace muchas horas que salimos de Agra, es hora de llegar de una vez a nuestro destino.

22 de octubre de 2012

La mirada de Fidel Castro

Castro desaparece lentamente ante los ojos de un mundo que solo se acuerda de él por los empeños de su entorno por demostrar que sigue vivo. Y aún así, últimamente pasa desapercibido.
En la era de lo digital, Fidel reaparece en fotografías impresas en papel, sujetando la edición de un periódico de anteayer, con sombrero de paja cuidando de un huerto. Son las pruebas fehacientes de que el comandante continúa con vida y también de que se trata de un hombre de otro tiempo, alguien que ha vivido casi cien años y a quien el nuevo siglo ha pillado con el pie cambiado.
Al verle, me doy cuenta de que su mirada es otra. Ya no es la de aquel enardecido orador que recuerdo a mediados de los noventa, clamando contra el imperialismo yankee frente a un estadio repleto o el comandante que dirigía a sus tropas en Bahía Cochinos con actitud decidida que puede verse retratado en el fondo documental del Museo de la Revolución.
Los suyos son unos ojos limpios, ajenos al mundo, perdidos en algún lugar muy lejos de él. Al verle, me doy cuenta de que del héroe cubano, del revolucionario incontestable, del dictador comunista, solo queda una carcasa que se apaga lentamente.
Recuerdo entonces sus propias palabras un 16 de octubre de 1953: "(...) sé que me obligarán al silencio durante muchos años; sé que tratarán de ocultar la verdad por todos los medios posibles; sé que contra mí se alzará la conjura del olvido (...)". Sin duda supo adelantarse en aquel alegato a lo que serían sus últimos años de vida.
Fidel todavía no ha muerto, pero se encuentra ya en otra vida.

Publicado originalmente en: LaSemana.es

16 de octubre de 2012

Ciudadanos rotos

La crisis no sólo ha vaciado nuestros bolsillos, también ha provocado que nos rompamos.

Cada uno de nosotros se afilia involuntariamente a un grupo del que forma parte quiera, o no. Antes de la crisis, España se dividía históricamente y andaba siempre a la gresca entre izquierdas y derechas. Ahora hilamos aún más fino.

Uno es político, banquero o funcionario, parado o trabajador, catalán, gallego, vasco o español, inmigrante, emigrante o nativo, griego o alemán, religioso o ateo, rico o pobre, activista o conformista.

Nos empeñamos en dividirnos y clasificarnos en compartimentos estancos. Puede comprobarlo en los periódicos y telediarios, en la barra de cualquier bar, en la boca del político de turno: todos formamos parte de una sociedad limitada, ajena y aislada del resto. Por supuesto, ninguno de nosotros aceptaría el ingreso en su club de alguien como él.

Todos somos ahora un poco grouchomarxistas y también un poco independentistas. Todos llevamos dentro, digamos, un pequeño nacionalista. Uno de esos tipos que se esfuerza por reivindicar constantemente lo suyo frente a lo de los demás. Su condición, su estatus, su lengua, su hogar, su especialidad, su generación y un larguísimo y pormenorizado etcétera son su trinchera. Un terruño que defender a capa y espada en tiempos de guerra.

Guerra, desavenencia y rompimiento de la paz entre dos o más potencias, según la RAE. No encuentro otra definición mejor para los tiempos que estamos viviendo, porque la crisis no sólo nos ha esquilmado, también nos ha fracturado en mil pedazos enfrentados.

Publicado originalmente en: LaSemana.es

10 de octubre de 2012

Agra

Salimos antes del mediodía desde Jaipur y recorremos el Rajastán hacia el Noreste por la carretera que conduce hasta Agra.
Llegamos al anochecer y nos recibe una ciudad con las luces apagadas. En las últimas semanas, el monzón y un exceso de demanda al malogrado y envejecido tendido eléctrico indio han provocado cortes de luz y el colapso de las comunicaciones y el transporte de todo el Norte del país.
Agra es una ciudad oscura y embarrada que huele a la gasolina con la que los generadores se esmeran por mantenerla en funcionamiento esta noche. Bajo las bombillas aparecen los comerciantes de las mil y una noches que ofrecen licores y opio, cerveza y tabaco, especias y naan
Como si nos fueran siguiendo, los monos parecen dominar el recinto del hotel. Su profundo celo territorial ha derivado en el enverjado de los tragaluces y la terraza que preside la parte trasera del primer piso. Las habitaciones lindan unas con otras en un ancho pasillo destechado en origen y cubierto de uralita posteriormente sobre la que se les oye correr.

Paradójicamente, llegamos al anochecer para ver amanecer al Taj Mahal, sereno y vacío a esas horas del día, blanco en un intenso cielo azul, ahora que el monzón ha dejado paso a un sol inmisericorde, como si se hubieran repartido las horas del día para soportar la convivencia. 
Bajo la tenue oscuridad del fortín de entrada, hace su entrada en escena el gigantesco mausoleo, tan lentamente como se dirijan los pasos hacia él: la gran cúpula y los chattris que la rodean, dos minaretes, cuatro minaretes, la fuente a los pies de su plataforma de mármol, los jardínes que lo rodean, la mezquita roja y su eco, el jawab.

La estricta simetría de todo el recinto lo delata como la invención de un poderoso hombre algo excéntrico a quien el tiempo y el pueblo han convertido en una leyenda de amor: a la muerte de su esposa favorita, un emperador mogol ordenó construir el mausoleo y empezó una estricta vida célibe; cuando tras 20 años concluyeron los trabajos, quiso levantar otro de mármol negro que acogiera su propio cuerpo, ya cercano al fin de sus días; sin embargo, quizá temiendo que hundiese al imperio por su carísimo capricho, uno de sus hijos le arrebató el trono y lo encerró en lo alto de una torre, donde falleció viendo a lo lejos su legado. Puede que el parricida le hubiera tratado con más consideración si hubiera sabido los beneficios económicos que, a largo plazo, traería consigo esta gran atracción funeraria.
Rudyard Kipling, británico enamorado de la India, dijo del Taj Mahal que parecía la encarnación de todas las cosas puras, santas y al mismo tiempo infelices de la vida. El mérito de esa belleza insultante, de esa fina decoración, de toda esa calculada y armónica construcción, más que a un emperador mogol se podría atribuir a los arquitectos y obreros, canteros y carpinteros, orfebreristas y esclavos que la levantaron. La leyenda dice de ellos que fueron decenas de miles en un trabajo conjunto sublime; también que al acabar fueron asesinados o mutilados para evitar que trataran de emularlo, por si después de dos décadas de trabajo tuvieran fuerza y ánimo para volver a empezar.

El Taj Mahal debe volver a mirarse, como hacemos, desde una de las azoteas de la ciudad, desde donde el conjunto, pese a ser el envoltorio de dos simples cenotafios -dos tumbas al fin y al cabo- se presenta como un oasis vivo, verde y limpio dentro de la calurosa y polvorienta Agra. Mármol, ladrillos y coca-cola para despedirnos de ese coloso translúcido y moteado
Querríamos verlo bajo un cielo nublado, cuando el mármol se vuelve gris y se camufla con las nubes, o al atardecer, cuando la luz de los últimos rayos de sol lo anaranja, o al anochecer, cuando la piedra luce su peculiar fluorescencia y se ilumina fingiendo el esplendor de la luna. Pero debemos emprender rumbo al Sur, dejando atrás Uttar Pradesh y recorriendo las carreteras rurales de Madhya Pradesh hacia nuestro próximo destino.
No somos conscientes de ello aún, pero el Taj Mahal le ha dado un vuelco a este viaje, como si solo el haberlo contemplado justificara todas las horas de viaje desde España hasta aquí o hubiera dejado esa impronta que solo tienen unos pocos lugares y que te dice que en algún momento deberás volver.

9 de octubre de 2012

Mas, la senyera y el pan

Artur Mas aplaude cada vez que se agita la bandera catalana o la estelada independentista. Extiende el brazo y alza el pulgar al cielo, por seguir el símil.
Mientras sigan los juegos del España sí, España no, nadie pensará en los dos años de gestión de Gobierno que ha encabezado.

Veo las 98.000 cartulinas de colores agitándose y las imagino aventando a los casi 837.000 parados catalanes (22,16%) o a los casi 1,5 millones de personas que viven en riesgo de pobreza en la Comunidad.
Las cifras bailan al son del grito independentista en el Camp Nou: previsión de déficit en 2011, 5.408 millones, déficit real, más de 6.600 millones; deuda total de Cataluña, 42.000 millones (21% del PIB); rescate solicitado al Estado central, 5.023 millones.
Y los puntos de Liga -mañana será la Champions- aplastan las protestas de meses anteriores por los recortes en Sanidad y Educación, a los intentos por malvender parte del sector público, al cierre de ambulatorios, al gasto farmacéutico, a la reducción de la inversión pública y un larguísimo etcétera.

Esto no es una cuestión identitaria, ni un enfrentamiento Cataluña-España, ni un gran pulso por el lícito derecho de autodeterminación de los pueblos, ni algo que atribuir a la desafección.
Esto es un caso de apropiación indebida de unos símbolos y unos sentimientos que roza la vergüenza ajena.
Tras las banderas, las algaradas y el manido debate se abre paso la realidad: Artur Mas ha descuidado el pan y ha elegido el circo.
Me pregunto cuántos catalanes se lo creerán.

Publicado originalmente en: LaSemana.es

5 de octubre de 2012

Jaipur

Tras la precipitada Delhi, Jaipur parece poder detener el tiempo.
Es una ciudad extrañamente colorida: rosada en su casco antiguo, ambar en sus almenas, amarillo desconchado o blanco derruido en la mayoría de sus casas. Hasta el cine erótico tiene color: azul.

Desde el centro histórico a la laberíntica periferia, toda la ciudad esconde exquisitas trampas para el turista. Los vendedores de plata y gemas preciosas, las fábricas de esparto que dicen vender seda, los cazadores de comisiones, conductores que se vuelven políglotas mudos que gesticulan, niñas malabaristas, niñas contorsionistas, elefantes que se dejan acariciar la trompa, camellos que te esperan a la puerta de un cibercafé, hombres que te ofrecen El País de la semana pasada.
In India, everything is possible, gritan los vendedores mientras sonríen y balancean la cabeza. Es cierto, aquí todo es posible si tienes rupias que gastar.

Aqui un niño de 14 años posee un palacio y se hace llamar maharajá mientras en las calles se mueven libres todo tipo de animales que imponen su ley al tráfico y las mendigas corren con bebés en los brazos hacia el próximo autocar. En un patio interior del palacio hay cuatro puertas decoradas y policromadas y unas persianas tras las que esconder a las mujeres de su vergüenza y una sala de armas y un gran cuadro que relata gloriosas victorias en batallas legendarias. Fuera un niño vende figuritas de madera al sol y otros pescan en el agua estancada entre plásticos, cartones y lo que parecen ser los restos de cien comidas flotando a la luz del mediodía. 
En el centro de ese lago, otro hombre que dijo ser maharajá levantó el Jal Mahal. Hoy espera inundado hasta las plantas superiores que amainen los efectos de la última crecida, aunque parece ser que ya ni siquiera existe un puente por el que acceder.

Y mientras todo eso se amontona y sucede a la vez en la ciudad de Jaipur, en las montañas viven los monos, protegidos por el dios Hanuman, crecidos ante cualquier invasor, vigilando la puesta del sol desde las almenas del fuerte de Nahargarh, controlando que el viento vuelva a dormir otra noche y se guarde tranquilo entre las mil y un ventanas del Hawa Mahal.

10 de septiembre de 2012

Delhi

Mumbai nos enseña que el frenesí puede danzar hasta la madrugada y que a ciertas horas del día el asfalto de las calles es más seguro que sus aceras. 
Aunque Delhi respeta de alguna manera ambas reglas -en cierto modo todas las grandes ciudades del mundo pueden decir lo mismo- parece que está decidida a mostrarse únicamente en un continuo anochecer. 

El bazar de Delhi, la calle que serpentea hasta la estación de ferrocarriles y sus callejuelas aledañas, no guarda secretos para nosotros siempre que se nos abandone en él a partir del atardecer. Es el calor, tupido e insoportable, lo que retiene presa a la vida en esta ciudad hasta que el sol se halla bien escondido tras el horizonte.
Cuando por fin llega la noche, hasta las vacas parecen celebrarlo dejándose ver por la arteria principal del bazar, cuyas plazas se iluminan de neones y focos de comercios y donde algún burro despistado huye de las perrerías a las que le someten varios indios ebrios.

Delhi no quiere dejarnos dormir y se abre las venas para mostrarse desnuda: miseria, menudeo, alcohol, regateo. No es este un lugar donde olvidarse que es el dinero lo que mueve el mundo.
Hay gente durmiendo en el suelo de la estación, vigilada por uniformes armados que parecen ajenos a que a tan solo unas manzanas un ático tiembla por la música y la cerveza, despertando a los vecinos que se han echado en los tejados. En los hoteles los extranjeros se van a la cama con chinches y cucarachas mientras los bares echan el cierre y los últimos en salir deciden pasar la noche alli donde les lleven.

Delhi no quiere dejarnos dormir, pero hace acostar a sus hijos en cualquier parte. Será que a ciertas horas del día se olvida uno de cuánto dinero se necesita para mover el mundo y, por fin, puede rendirse a la noche tranquilo.

5 de septiembre de 2012

Mumbai

Nadie dijo que esto fuera un destino fácil. 
Recorrer en rickshaw las calles del Norte de Mumbai no deja un buen sabor de boca. La humedad es una densa capa sobre la ropa y alguien ha sustituido las palomas por cuervos negros, tétricos, que hacen guardia por turnos ante los montículos de basura más prominentes y picotean verduras podridas, plásticos y papeles, hortalizas descompuestas, deposiciones.
Los claxons repiquetean constantemente en el aire, hay chozas de neumático y madera bajo los árboles más antiguos o en fila al margen de la acera, pero todos los elementos de la ciudad parecen regirse por una extraña armonía sin sentido que permite su funcionamiento. El caos es el director y Mumbai ejerce de orquesta.

Puede que existiera un tiempo en el que no fuera así. Quizá se accedía a la ciudad navegando de noche sobre las luces del palacio Taj Mahal, entre los barrios de Colaba y Fort, para amarrar donde hoy se levanta la puerta de Mumbai. Habría que caminar entre las mercancías y los comerciantes para poder tomar un transporte hasta la imponente terminal Victoria o quizá hacia la parte alta de Marine Drive, desde donde la vida en las calles parece algo lejano a la realidad, que solo puede vislumbrarse con unos prismáticos.
Puede que fuera así o puede que, como hoy, Mumbai haya tenido siempre esta capa de polvo y esta cara tan descuidada, como necesitada de una permanente reconstrucción.

Hasta los perros parecen abrumados por la vida en esta urbe de más de 12 millones de almas. A pesar de su continuo hedor y su aparente peligro, hombres y mujeres pasan el día sentados esperando una lismona, duermen sobre un trozo de cartón, venden cuencos metálicos abollados, ropa, abalorios, mecheros o tentempiés, forman monumentales atascos en todo tipo de vehículos manuales o motorizados y se hacinan en autobuses. Se dedican, en fin, a pasar el día lo mejor que pueden.
La vida se hace en las calles y entre ellas corre pese a todo. Existen lavanderías de agua y piedra al aire libre que ocupan varias manzanas, comercios en cúbiculos que por la noche son viviendas de familias numerosas, templos diminutos donde los niños se pintan las chanclas en los pies y andamios de bambú que sostienen a decenas de afanados trabajadores. 
En cada esquina Mumbai parece escupirte o sonreirte y sus habitantes parecen comprenderlo a la perfección. Quizá ese sea el secreto para vivir en el continuo divorcio al que se asiste en esta ciudad: en un lado todos sus seres y edificios revueltos en una perenne nube tan marrón como el océano que la baña, en el otro los carteles publicitarios y las peliculas de Bollywood. Quizá el secreto esté en dedicarse a pasar el día de la mejor manera posible y no dejarse llevar por el sentido del olfato.

Haz lo que quieras, donde quieras y como quieras, nadie te reprenderá. Puede que no sea una mala forma de vivir.

3 de septiembre de 2012

Nuevos planes, idénticas estrategias

Pretendía escribir una suerte de oda rimbombante sobre lo que septiembre simboliza en el imaginario colectivo: fascículos coleccionables, cursos de pintura por entregas, bibliotecas organizadas por tamaños y colores, videotecas de títulos imprescindibles, estanterias rebosantes de cachibaches con los que presumir ante las amistades.
Sin embargo, he preferido ir al grano por temor a caer en el absurdo de las promociones estacionales.
 
Nos encargamos cada cierto tiempo de enseñarnos a emprender una nueva etapa. Afronta un nuevo ciclo, deja de fumar, haz deporte, plantéate metas y cumplelas, completa la colección de los cómics renovados del vengador enmascarado, aprende a tocar la guitarra o mucho mejor el piano, se ese tipo que quieres ser pero que la realidad -tu realidad- te impide ser.

Me estoy despistando.

Parece que, cada cierto tiempo, nos obligamos a dejar de mirar atrás y nos empeñamos en decirnos que el mañana será más ilusionante. Damos la bienvenida a los nuevos tiempos -con independencia de que lo sean- y nos olvidamos de decirle adiós a los que ya hemos vivido, que son, a fin de cuentas, los reales; los primeros, las quimeras sobre el futuro, todavía no existen.

¡Y son tantas las despedidas! 

Si a partir de mañana ya no hago mi camino habitual hasta el trabajo, si ya no vuelvo a moverme bajo las luces mortecinas de la redacción, ni pido el café con hielo en el bar de al lado, ni cumplo ninguna de las ciento y un rutinas con las que se adornan los monótonos días del año ¿me echará de menos el estanquero que sabe qué marca de tabaco de liar compro, el quiosquero que me ve pasar dos veces al día, la guapísima farmacéutica que me ha curado decenas de catarros, el peluquero que espera que vuelva a entrar para un carísimo corte de pelo?
Lejos de las amistades afianzadas por el paso del tiempo ¿me echará en falta alguno de las docenas de actores que componen mi día a día? ¿o será simplemente un teatrillo que seguirá funcionando sin mi en el escenario y seré yo el que añore, por ejemplo, al rumano que se aposta frente al establecimiento de Loterías del Estado?

Llega septiembre, el mundo sigue girando y en el nuevo ciclo lo que más me preocupa son los actores secundarios.

3 de julio de 2012

Madrid y las calabazas

Ocurre que a veces Madrid te deja tirado en uno de sus rincones menos atractivos, con la agenda desbaratada y todos los planes torcidos y uno no tiene más remedio que matar el tiempo en una de esas franquicias en las que es tan difícil encontrar un buen café.
Como estamos a principio de mes puedo permitirme un desayuno completo, aunque sé que dentro de quince días lamentaré haberme decantado por ese lujo. He comprado además un diario, no importa cuál, que ayuda a que la sensación de aislamiento en un punto inexacto del espacio-tiempo sea aún mayor: con él entre las manos me siento como una reliquia del pasado; más o menos como debe sentirse él.

Mientras ojeo las páginas y compruebo lo obsoleto del concepto 'diario' en un mundo que reclama más bien un 'minutario' entra en el local y se sienta en la mesa adyacente una chica que supera por poco la treintena y tiene la mirada huidiza, como la del que entra en un lugar con miedo a que alguien le reprenda el atrevimiento.

En una novela de Moccia o en Hollywood, ella sería bellísima y yo le echaría arrestos para afrontarla con cierta petulancia; o sería al contrario, pero el guión nos llevaría con determinismo a los mismos consabidos resultados.
Suerte que esto es Madrid y son las nueve de la mañana; ella, como yo, es más bien del montón y aqui nadie parece tener el cuerpo para sobresaltos románticos.

Me llama la atención, en cualquier caso, la familiaridad con la que la recién llegada se mueve, hasta el punto de que uno de los camareros sabe cómo es el café-como-siempre y que solo tomará un desayuno-ligero-número 2: pan integral, tomate en rodajas y queso fresco- para acompañarlo.

Y allí estamos, sentados en sendas mesas para dos, mirando yo el diario, ella su teléfono o al mismo tiempo ambos al frente, donde el horizonte lo componen un sillón de cuero color blanco roto y una mesa llena de desperdicios, migas, azúcar y manchas de zumo y leche.

Me doy cuenta, en ese mismo instante, de lo relativo que resulta en ocasiones el concepto 'soledad' y que si este pudiera representarse como una habitación cerrada, todos sus moradores estarían tan acompañados como solos se sentirían.
Entonces, durante unos segundos, debo reprimir las ganas de intercambiar unas palabras con mi vecina circunstancial. Pienso en preguntarle cómo es ese café-como-siempre, si mira su teléfono móvil por apartar la vista de las sobras hipercalóricas de la mesa de enfrente, o si cree, como yo en este preciso momento, que en otra ciudad del mundo alejada del decadente Occidente un chico puede abordar a una chica -o viceversa- por el simple placer de charlar.

Después de 15 o 20 minutos, la chica paga con tarjeta 6 euros y se marcha con la misma mirada azorada con la que había entrado. Y yo, mientras paso las páginas de contactos del diario, me pregunto si en ocasiones no sería mejor ser de otro planeta regido por unos usos distintos. Quizá así uno podría combatir la desazón que provoca que la que te deje tirado sea una ciudad con algo más que un desayuno caro y un periódico caducado.

2 de julio de 2012

Paradoja de La Roja

Apago la televisión y todavía no sé que pensar.
No sé qué tiene más mérito, el triunfo de la selección española de fútbol o que dándole -muy bien- patadas a un balón los chavales hayan conseguido arrancarle al presidente del Gobierno unas palabras a la prensa, con todo lo que luego le cuesta ofrecerlas en sede parlamentaria o en el Palacio de la Moncloa.
Gracias a la selección a muchos -más de los que lo dicen- se les ha alegrado la noche y yo, algo profano en todo esto, me acuesto un poco más tranquilo: lo que tiene el presidente entre manos son "líos europeos" (sic).

Enciendo el ordenador y mi confusión es aún mayor.
Entre palabras como 'historia', 'leyenda' o 'eterno', aparece una imagen de los jugadores celebrando la victoria en el vestuario. Les acompañan Mariano Rajoy y el Príncipe. Unos chicos que juegan como nadie al fútbol eufóricos por lo logrado y dos hombres que se encuentran al borde del tiempo de descuento a su lado.
La historia popular recordará durante décadas los nombres de algunos de los presentes, se hablará de Iniesta y Xavi, del 'santo Iker', de 'la España de Del Bosque', pero nadie recordará que allí estuvieron Mariano y Felipe.

Apago mi último cigarrillo y llego a una conclusión.
Dentro de cuatro días se nos habrá pasado la borrachera y volveremos a la deprimente realidad, veremos las decenas de miles de hectáreas de bosque calcinado en Valencia y la guerra en Siria por televisión, y a final de mes nos acordaremos de las medicinas, la luz y el gas.
Así que, sabiendo que todo volverá a su lugar, por qué no alegrarse unas horas por ese grupo de deportistas y su victoria y, como dice un buen amigo, intentar no mezclar el tocino con la velocidad.

Lo dejó escrito un filósofo árabe nacido en Córdoba: "Dejad que las almas se explayen en alguna niñería que les sirva de ayuda para alcanzar la verdad".

Publicado originalmente en: LaSemana.es

31 de mayo de 2012

Sobre un bolardo

Le he visto matar las horas sentado en aquel absurdo bolardo de hormigón que algún técnico colocó con muy poco acierto frente al portal de mi edificio. Pasa la mayor parte del tiempo mirando, haya luz o no en el interior, hacia la ventana del primer piso, la que habita ese hombre de aspecto lánguido que rondará la treintena y al que siempre he considerado algo gris. 
Esté abierta o cerrada, haga frío o calor, él espera y la observa durante horas, como si tras las cortinas azules se adviniera una nueva vida que casi pudiera alcanzar a tocar y fuera a elevarle dulcemente desde las axilas, un metro, dos, tres, sobre el absurdo bolardo, el dióxido de los coches y los viandantes y su paso azorado, hasta agarrar el quicio y colarse dentro.
Si, como yo, él pudiera ver lo que yo veo desde esta altura, no estaría esperando que sucedería algo especial con aquella ventana y se habría marchado hace tiempo.
Pero ahí le sigo viendo, cada noche igual que la anterior.
A veces siento ganas de bajar y besarle yo, aunque sé que no serviría de consuelo. No creo que todo esto trate únicamente de conseguir solo un beso.


17 de mayo de 2012

¿Para qué un 15M?

El simple hecho de negar la repercusión del 15M es admitirla. Como dejo dicho un griego: Hasta para negar la filosofía hace falta la filosofía.


Se discute mucho sobre la utilidad del movimiento -del crisol de movimientos conjugados que en realidad supone- la mayor parte de las veces basando el análisis en un pensamiento cortoplacista.
Es lógico en cierto modo dada la prisa que tenemos todos por algo: En el siglo de la información todos queremos hacerlo todo muy rápido.

Sin embargo, la repercusión de lo que hemos visto suceder en España en el último año debe tratar de calcularse en el largo plazo. Algo así como hacer uno de los ejercicios de psicohistoria que planteaba Isaac Asimov.
En el corto plazo comprobamos su discutible influencia en las elecciones y en la economía; en el medio plazo asistimos a su ha incorporado al debate político y a su argumentario, a la agenda de los medios de comunicación; en el largo plazo veremos hasta qué punto ha cuestionado el sistema establecido.

Me lo decía una gran comunicadora: el 15M ha demostrado que existe otra manera de hacer las cosas, que otro mundo es posible.
Pensar lo imposible, me decía.

En gran parte lo ha demostrado: la opinión pública, la acción política, la voluntad reformadora, ya no se encuentran exclusivamente en manos de los agentes a los que nos habíamos acostumbrado. Partidos, gobiernos, sindicatos, medios de comunicación, mercados, todos hacen sitio a un nuevo jugador.
Digamos que el 15M ha conseguido que en los canales habituales del poder se le haya abierto una pequeña vía en la que actuar, un soplo de aire freso en un sistema viciado y en decadencia.

Porque, admitámoslo, la crisis no es únicamente económica y política, ni tampoco coyuntural. Llevábamos un tiempo conduciendo a tumba abierta con los ojos vendados hacia donde ahora estamos; no podemos esperar seguir andando el camino como lo hacíamos,deseando regresar a un estadio anterior, fingiendo que nada ha pasado.

Existe otra forma de hacer las cosas y el 15M llegó para intentar demostrarlo. Solo por ello, su existencia resulta vital para el desarrollo social y democrático y solo por ello discutir el movimiento es aceptarlo: de no haber existido, puede que nadie hubiera iniciado la discusión. Puede que no tuviéramos alternativas.
Entonces sí que no se vería luz al final del túnel.

En los tiempos que corren, pensar en encontrar alternativas es lo único sensato.
 
Publicado originalmente en: LaSemana.es

9 de mayo de 2012

El gobierno de los grises

Cada cambio de gobierno que se produce en la vieja Europa -y van casi 20 provocados por los mercados en los últimos cuatro años- trae a un personaje más anodino y oscuro que el anterior.
Francia es solo el último ejemplo de ello.

Dice adiós Sarkozy, con sus formas de adolescente enamorado y caudillo impertinente, el hombre que casi se atribuyó la caída del muro de Berlín.
Le sustituye Hollande, un tipo del que su exmujer ofreció una demoledora descripción: ¿Alguien recuerda uno solo de los logros de François en 30 años de carrera política? Ségolène Royal, esa mina antipersonal.

En el recuerdo lejano está Reino Unido, que cambió a Gordon Brown, abotargado y con cara de amargado, por un aristócrata estirado muy british llamado David Cameron, que se antoja salido de un gag de los Monty Python y que prefiere jugar en el fuera de juego, algo, por otra parte, también muy british.
O Italia, que renunció a ese putero tan lleno de salero como de malos modales que era el inefable Cavaliere Berlusconi. La vida es un poco más aburrida ahora que solo sabemos de Silvio por los testimonios de los juicios que tiene abiertos. La principal característica de Mario Monti ha sido su sumisión y, además, le pese a quien le pese, sus titulares no dan juego.

Qué decir de esta España nuestra, que dio boleto a un tipo capaz de recitar sin pestañear aquello de 'la Tierra no pertenece a nadie, salvo al viento' ante dirigentes de medio mundo que solo esperaban la hora del canapé.
Era el alma de la fiesta, el pobre, y lo cambiamos por este presidente del que tenemos noticias por sus notas de prensa y porque alguien alguna vez lo vio en otro país desdiciéndose de algo que dijo que haría, anunciando que hará lo que dijo que no haría o dándose a la fuga para que no cunda el pánico.

A falta de sabios, del circo político elegimos a los payasos y cuando nos cansamos de ellos se quedaron los tristes.
Nos gobiernan hombres grises y, como en la novela de Michael Ende, se fuman nuestro tiempo para sobrevivir.

Publicado originalmente en: LaSemana.es

24 de abril de 2012

Recuerdo de una noche

Me lo dijo con aquel aire de desdén con el que vestía todas las palabras su acento del sur levantino, fumándose un pitillo mal liado y oteando la calle a la espera de un taxi libre. Aún así, había más melancolía que rabia en su tono de voz, como si al decirlo sintiera nostalgia por algo que llegó a su fin hace demasiado tiempo.

"¿Miedo? Claro que tengo miedo. Como todos supongo. A la soledad, al fracaso, a la muerte... y sigo teniendo pesadillas a veces y como los niños chicos me entra también miedo a la hora de irme a dormir.
A veces le temo a la noche y a veces le temo al día, pero voy notando mejorías: ya nunca tengo miedo de él. Ya no se cuela entre mis terrores, ni sale en mis pesadillas. A veces tengo miedo, pero ya nunca es por él".

Me dio dos besos y una sonrisa. Apagó el pitillo con la punta de uno de sus zapatos de tacón, como imitando a la femme fatale de una película, y se marchó. 
Había mucho de exceso y otro tanto de pose en toda ella, pero nunca le faltó valentía.

23 de abril de 2012

El traje nuevo del Rey

Qué sorpresa, al Rey se va de cacerías, tiene modales de pudiente aristócrata y, asegura el 'Bild', una amante en Alemania. No parece que los jóvenes sin empleo le quiten el sueño tanto como nos decía.

Qué contrariedad, su yerno acusado en otro escándalo de la orgía económica, la Reina ejerciendo únicamente cuando lo dice la agenda y uno de sus nietos haciendo méritos por seguir la tradición familiar. 

La Familia Real ocupa titulares y tiempo en los telediarios sin razón. Este país es como un patio de vecinos en el que llevamos bastante tiempo sabiendo de qué pie cojea cada uno.
Y eso va por los Borbones, pero también por el resto. 
Tanto ellos, como nuestros políticos locales, empresarios y banqueros han actuado con nuestra rumorología cómplice como telón de fondo. Haciéndose los sordos ellos y nosotros fingiendo ser ciegos. 

Por eso, cuando el Rey pide perdón, como si lo que hubiera hecho fuera una travesura y no un modus operandi habitual entre nuestra jet-set, no nos lo creemos. 

De nada sirve que tras las disculpas le aplauda su inmensa corte de aduladores. Las informaciones que le rodean en los últimos meses solo vienen a evidenciar lo que sabemos desde hace tiempo: El Rey no tiene un traje nuevo, simplemente está desnudo. 

Más que una cadera, lo que parece haberse roto es un silencio cómplice. Y eso no hay cirugía -política, mediática o real- que lo repare. 

Publicado originalmente en: LaSemana.es

9 de abril de 2012

Lo que dice Günter

Presupongo que Günter sabía dónde se estaba metiendo, aunque la alevosía no hace más que añadirle valor a sus palabras. 
Sabiendo en qué podía acabar la jugada, deduzco que el Premio Nobel de Literatura pretendía exactamente lo que ha conseguido con su último poema, en el que, a grandes rasgos, viene a cuestionar la política que desde hace años Israel mantiene hacia Irán. Pretendía, creo, divulgar lo máximo posible su mensaje. 
Un mensaje valiente, decía, porque viene a romper esa ley del silencio que en Alemania se ha impuesto en torno a todo lo que tiene que ver con el Estado hebreo y porque muestra una de las caras menos reconocidas del poliedro que es Oriente Próximo: el papel clave de Israel, su retórica y su política, para con el resto de países de la región. 
Günter Grass parte de un hecho concreto reciente, la cesión de un submarino nuclear al Tzahal por parte de Alemania, para alertar del inimaginable peligro que supondría una ofensiva israelí sobre Irán. 
Luego uno puede sacar sus palabras de contexto, tacharle de antisemita, acusarle de oponerse a la existencia de un Estado judío o recordar su pasado en las SS nacionalsocialistas -como se ha hecho desde la derecha occidental y las instituciones israelíes- pero desde luego el ataque o la ofensa no estaban entre sus intenciones. 
Con toda la cautela del mundo, el anciano Günter se siente obligado a poner negro sobre blanco el peligro que corre Oriente Próximo, con el ánimo de que no se repitan esos errores del pasado que el se ha dedicado a diseccionar en su obra. Y lo hace aún a sabiendas de que sus detractores, que son muchos, emplearán cualquier argumento, cualquier verso sacado de su estrofa, para buscar la estocada. 
Eso es, precisamente, lo que resulta más admirable del acto de Günter, no solo la verdad que pone sobre la mesa, sino el coste personal al que está dispuesto a someterse a cambio de divulgarla. Es, como bien dice, lo que hay que hacer; es, como ha demostrado, lo que hay que decir.

Publicado originalmente en: LaSemana.es  

27 de febrero de 2012

Supersticiones

Descendía dejándose llevar por el ritmo pausado de las escaleras mecánicas, cargando con media docena de bolsas de plástico del supermercado. Había vuelto a comprar de más.
Existen ciertas costumbres que tardan más en asimilar que las situaciones que les rodean han cambiado. Son tozudas y persisten en mantenerse innamovibles, con sus antiguos gestos y viciadas manías. Por eso continuaba haciendo demasiado café y saliendo a fumar al patio de luces.

Camino del maletero de su Renault, una de las bolsas se rajó y dejó caer un tarro de cristal. Cinco salchichas de Frankfurt rodaron por el suelo.
Hay pérdidas que llegan precedidas de pequeños avisos, detalles que sumados constituyen pistas de lo que se aproxima. Su carácter inevitable le añade cierto componente de morbo a todo el proceso, aunque su fin sea el esperado y la laceración termine siendo mayor.

Se quedó mirándolas varios segundos. No tenían una pinta muy apetecible ahora que giraban sobre si mismas, como flotando ufanas en su líquido amniótico.
Había cogido el frasco de la sección de ofertas con cierto automatismo e inapetencia. Probablemente habría acabado olvidado tras otros botes de conservas.
Sin embargo, existen nimimiedades que cargamos de simbolismo. Gestos impercetibles que nos dan esperanza, señales en el cielo que nos hacen cambiar de rumbo o momentos a los que atribuímos un misticismo impropio. Somos grandes inventores de supersticiones, por así decirlo.

En su caso, aquella pérdida sin mucha importancia significó el comienzo de una nevera más vacía en la que nunca más entraron aquel tipo de salchichas. 
Parecía que así se alejaba un poco más de sus fantasmas.

23 de febrero de 2012

Algo falla

Me pregunto en qué nos hemos equivocado, porque está claro que algo falla.
Algo falla en una sociedad cuando una protesta que empezó siendo de adolescentes de instituto acaba transformada en varios días de batalla campal en el centro de la ciudad; cuando se considera que la fuerza del Estado es la única solución en una manifestación de estudiantes; cuando una reclamación más que loable se transforma en algo que la fractura y polariza en dos sociedades de distinto color enfrentadas, condenadas a no entenderse.

Hace unos años, habríamos aplaudido una protesta espontánea de los alumnos de un instituto reclamando más dinero para su centro. Claro, eran los años de la opulencia y el despilfarro y entonces esas cosas no se pedían, se daban por supuestas. Estábamos todos a otra cosa. A ganar dinero, por ejemplo.
En nuestra opulencia inmobiliaria, permitimos que nuestro sistema educativo quedara en manos de unos políticos y gestores cortoplacistas que se dedicaron a endeudar a la administración a base de ladrillo y fuegos artificiales muy caros.
Cuando se acabó el festín, se miraron los bolsillos y se dieron cuenta de que no podían pagar la cuenta. Un aeropuerto fantasma, unas cajas de ahorros rescatadas, una clase dirigente en permanente sospecha, unos proyectos faraónicos abandonados y, mientras tanto, el sistema educativo presentando las facturas puntualmente.
Ahora, la Comunidad más endeudada de España no puede hacer frente a las deudas de su sistema de enseñanza. Dicho así no suena tan sorprendente, pero parece que a ellos -los políticos, los gestores, la clase dirigente- y a nosotros -los ciudadanos, los votantes- nos ha pillado por sorpresa.
Dicho todo lo anterior de otro modo: "Entre todos la mataron y ella sola se murió".

Quiero pensar que los estudiantes salieron a la calle tras comprobar el estado de las cosas, que leyeron en la prensa todo lo anterior y cuando ahora les cortan la calefacción, el papel en los servicios, el personal de limpieza y mantenimiento o las actividades extraescolares se dicen ¬no hay derecho¬. Quiero pensar que los que les critican han olvidado que reclamar dinero para mantener el sistema educativo no debería ser censurable en ningún razonamiento lógico; y mucho menos en un país donde nos hemos especializado en tirar dinero al sumidero con ágil atino.
Sin embargo, aunque quiero, dudo que sea cierto.

Entonces vuelvo a empezar y me pregunto en qué nos hemos equivocado, porque está claro que algo falla en una sociedad cuando pierde la perspectiva y permite que su educación se tambalee.

Publicado originalmente en: LaSemana.es

13 de febrero de 2012

Lapidario de Martín Osuna

"La vida tratará de derrotarte en cuanto te descuides".
Se llamaba Martin y había sido boxeador.

"La vida se defenderá de tu presencia en ella a base de bien. Lanzará ganchos, fintará tus respuestas y sabrá encajarte a veces donde más te duela".
Debía superar por muy poco el metro setenta, pero conservaba ese físico compacto que adquieren las cosas que están acostumbradas a recibir impactos.
Algo así como un monolito envejecido era Martín Osuna.

"Y nunca te dará una tregua. Cuando suene la campana tú tendrás que haberle enseñado todo lo que sabes, haberla mantenido a raya todo lo largo que haya sido el primer y único asalto que se te ofrece".
Desconozco cuántos combates ganó.
El cuerpo anota únicamente sus derrotas; dificilmente encontraremos huellas en él de las victorias que logremos.
Cada muesca que lucimos es un recordatorio de que algo falló y Martín tenía la cara llena de ellas.

"Regocijate unos segundos en cada tanto que le anotes. Saboréalo como si no fuera a haber otro. Tú serás el único juez y, sumando cada punto a tu favor, deberás decidir si puedes proclamarte vencedor del combate".
Falleció a finales de diciembre. Como únicas posesiones, en el bajo en el que vivía alquilado desde hacía tres décadas encontraron una esclava de plata y un solo guante de boxeo.
Desconozco si Martín Osuna se llamaría a sí mismo campeón. Quién soy yo para robarle el valor de sus aciertos.

3 de enero de 2012

Rajoy y su vergüenza torera

Lo más preocupante de las primeras medidas adoptadas por el Gobierno de Mariano Rajoy no es el recorte de miles de millones de euros para las administraciones públicas, ni la subida de impuestos, ni siquiera esa voluntad de regresar al modelo económico anterior basado en la construcción y la especulación inmobiliaria.
Quizá lo más alarmante es la complacencia con la que han sido recibidas por parte de la sociedad, los aplausos o silencios que se oyen en la mayoría de los medios de comunicación del país bajo la bandera del -es lo que hay-.
Esa conforme equidistancia de la sociedad, ese beneplácito mediático es lo que permite a un político desdecirse de todo lo que ha sostenido durante una mediocre campaña de oposición carente de ideas y salir de rositas de cara a la opinión pública.
Hace tan solo dos días defendía que la subida de impuestos solo provocaba más paro y recesión. Hoy lo vende como algo inevitable ante la caja vacía que se ha encontrado, ante el déficit inesperado. Pero no cuela.
No esperaba uno que un Gobierno de derechas tomara medidas que no se atrevió a tomar uno de izquierdas. No esperaba que Rajoy apretara las tuercas fiscales de las grandes fortunas, limitase los beneficios de los altos ejecutivos de la banca o recortase los muchos privilegios que posee la clase política.
Sin embargo, y alguno que otro lo considerara una ingenuidad, si esperaba que el nuevo presidente del Gobierno tuviera algo más de vergüenza torera a la hora de tomar esas medidas que aprietan a los de siempre y que aplauden los de siempre.
Aunque, bien mirado, puede que sea un acto de valentía mostrar así de claramente el rostro del que las urnas han convertido en presidente.
Al fin y al cabo, si hay algo que no sabe hacer Mariano Rajoy es dar la cara.

Publicado originalmente en: LaSemana.es