27 de febrero de 2012

Supersticiones

Descendía dejándose llevar por el ritmo pausado de las escaleras mecánicas, cargando con media docena de bolsas de plástico del supermercado. Había vuelto a comprar de más.
Existen ciertas costumbres que tardan más en asimilar que las situaciones que les rodean han cambiado. Son tozudas y persisten en mantenerse innamovibles, con sus antiguos gestos y viciadas manías. Por eso continuaba haciendo demasiado café y saliendo a fumar al patio de luces.

Camino del maletero de su Renault, una de las bolsas se rajó y dejó caer un tarro de cristal. Cinco salchichas de Frankfurt rodaron por el suelo.
Hay pérdidas que llegan precedidas de pequeños avisos, detalles que sumados constituyen pistas de lo que se aproxima. Su carácter inevitable le añade cierto componente de morbo a todo el proceso, aunque su fin sea el esperado y la laceración termine siendo mayor.

Se quedó mirándolas varios segundos. No tenían una pinta muy apetecible ahora que giraban sobre si mismas, como flotando ufanas en su líquido amniótico.
Había cogido el frasco de la sección de ofertas con cierto automatismo e inapetencia. Probablemente habría acabado olvidado tras otros botes de conservas.
Sin embargo, existen nimimiedades que cargamos de simbolismo. Gestos impercetibles que nos dan esperanza, señales en el cielo que nos hacen cambiar de rumbo o momentos a los que atribuímos un misticismo impropio. Somos grandes inventores de supersticiones, por así decirlo.

En su caso, aquella pérdida sin mucha importancia significó el comienzo de una nevera más vacía en la que nunca más entraron aquel tipo de salchichas. 
Parecía que así se alejaba un poco más de sus fantasmas.

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