10 de octubre de 2012

Agra

Salimos antes del mediodía desde Jaipur y recorremos el Rajastán hacia el Noreste por la carretera que conduce hasta Agra.
Llegamos al anochecer y nos recibe una ciudad con las luces apagadas. En las últimas semanas, el monzón y un exceso de demanda al malogrado y envejecido tendido eléctrico indio han provocado cortes de luz y el colapso de las comunicaciones y el transporte de todo el Norte del país.
Agra es una ciudad oscura y embarrada que huele a la gasolina con la que los generadores se esmeran por mantenerla en funcionamiento esta noche. Bajo las bombillas aparecen los comerciantes de las mil y una noches que ofrecen licores y opio, cerveza y tabaco, especias y naan
Como si nos fueran siguiendo, los monos parecen dominar el recinto del hotel. Su profundo celo territorial ha derivado en el enverjado de los tragaluces y la terraza que preside la parte trasera del primer piso. Las habitaciones lindan unas con otras en un ancho pasillo destechado en origen y cubierto de uralita posteriormente sobre la que se les oye correr.

Paradójicamente, llegamos al anochecer para ver amanecer al Taj Mahal, sereno y vacío a esas horas del día, blanco en un intenso cielo azul, ahora que el monzón ha dejado paso a un sol inmisericorde, como si se hubieran repartido las horas del día para soportar la convivencia. 
Bajo la tenue oscuridad del fortín de entrada, hace su entrada en escena el gigantesco mausoleo, tan lentamente como se dirijan los pasos hacia él: la gran cúpula y los chattris que la rodean, dos minaretes, cuatro minaretes, la fuente a los pies de su plataforma de mármol, los jardínes que lo rodean, la mezquita roja y su eco, el jawab.

La estricta simetría de todo el recinto lo delata como la invención de un poderoso hombre algo excéntrico a quien el tiempo y el pueblo han convertido en una leyenda de amor: a la muerte de su esposa favorita, un emperador mogol ordenó construir el mausoleo y empezó una estricta vida célibe; cuando tras 20 años concluyeron los trabajos, quiso levantar otro de mármol negro que acogiera su propio cuerpo, ya cercano al fin de sus días; sin embargo, quizá temiendo que hundiese al imperio por su carísimo capricho, uno de sus hijos le arrebató el trono y lo encerró en lo alto de una torre, donde falleció viendo a lo lejos su legado. Puede que el parricida le hubiera tratado con más consideración si hubiera sabido los beneficios económicos que, a largo plazo, traería consigo esta gran atracción funeraria.
Rudyard Kipling, británico enamorado de la India, dijo del Taj Mahal que parecía la encarnación de todas las cosas puras, santas y al mismo tiempo infelices de la vida. El mérito de esa belleza insultante, de esa fina decoración, de toda esa calculada y armónica construcción, más que a un emperador mogol se podría atribuir a los arquitectos y obreros, canteros y carpinteros, orfebreristas y esclavos que la levantaron. La leyenda dice de ellos que fueron decenas de miles en un trabajo conjunto sublime; también que al acabar fueron asesinados o mutilados para evitar que trataran de emularlo, por si después de dos décadas de trabajo tuvieran fuerza y ánimo para volver a empezar.

El Taj Mahal debe volver a mirarse, como hacemos, desde una de las azoteas de la ciudad, desde donde el conjunto, pese a ser el envoltorio de dos simples cenotafios -dos tumbas al fin y al cabo- se presenta como un oasis vivo, verde y limpio dentro de la calurosa y polvorienta Agra. Mármol, ladrillos y coca-cola para despedirnos de ese coloso translúcido y moteado
Querríamos verlo bajo un cielo nublado, cuando el mármol se vuelve gris y se camufla con las nubes, o al atardecer, cuando la luz de los últimos rayos de sol lo anaranja, o al anochecer, cuando la piedra luce su peculiar fluorescencia y se ilumina fingiendo el esplendor de la luna. Pero debemos emprender rumbo al Sur, dejando atrás Uttar Pradesh y recorriendo las carreteras rurales de Madhya Pradesh hacia nuestro próximo destino.
No somos conscientes de ello aún, pero el Taj Mahal le ha dado un vuelco a este viaje, como si solo el haberlo contemplado justificara todas las horas de viaje desde España hasta aquí o hubiera dejado esa impronta que solo tienen unos pocos lugares y que te dice que en algún momento deberás volver.

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