31 de mayo de 2012

Sobre un bolardo

Le he visto matar las horas sentado en aquel absurdo bolardo de hormigón que algún técnico colocó con muy poco acierto frente al portal de mi edificio. Pasa la mayor parte del tiempo mirando, haya luz o no en el interior, hacia la ventana del primer piso, la que habita ese hombre de aspecto lánguido que rondará la treintena y al que siempre he considerado algo gris. 
Esté abierta o cerrada, haga frío o calor, él espera y la observa durante horas, como si tras las cortinas azules se adviniera una nueva vida que casi pudiera alcanzar a tocar y fuera a elevarle dulcemente desde las axilas, un metro, dos, tres, sobre el absurdo bolardo, el dióxido de los coches y los viandantes y su paso azorado, hasta agarrar el quicio y colarse dentro.
Si, como yo, él pudiera ver lo que yo veo desde esta altura, no estaría esperando que sucedería algo especial con aquella ventana y se habría marchado hace tiempo.
Pero ahí le sigo viendo, cada noche igual que la anterior.
A veces siento ganas de bajar y besarle yo, aunque sé que no serviría de consuelo. No creo que todo esto trate únicamente de conseguir solo un beso.


3 comentarios:

Javi_LR dijo...

Tal vez para ti sí sea importante darle ese beso. A veces, se trata solo de eso, Miguel.

M de Elle dijo...

Javier, los besos nunca se dan por lástima, aunque solo se trate de dar un beso ;). Salut!

Javi_LR dijo...

¡Claro que no! Estoy de acuerdo contigo. Si se trata de lástima, entonces no es importante.