5 de septiembre de 2012

Mumbai

Nadie dijo que esto fuera un destino fácil. 
Recorrer en rickshaw las calles del Norte de Mumbai no deja un buen sabor de boca. La humedad es una densa capa sobre la ropa y alguien ha sustituido las palomas por cuervos negros, tétricos, que hacen guardia por turnos ante los montículos de basura más prominentes y picotean verduras podridas, plásticos y papeles, hortalizas descompuestas, deposiciones.
Los claxons repiquetean constantemente en el aire, hay chozas de neumático y madera bajo los árboles más antiguos o en fila al margen de la acera, pero todos los elementos de la ciudad parecen regirse por una extraña armonía sin sentido que permite su funcionamiento. El caos es el director y Mumbai ejerce de orquesta.

Puede que existiera un tiempo en el que no fuera así. Quizá se accedía a la ciudad navegando de noche sobre las luces del palacio Taj Mahal, entre los barrios de Colaba y Fort, para amarrar donde hoy se levanta la puerta de Mumbai. Habría que caminar entre las mercancías y los comerciantes para poder tomar un transporte hasta la imponente terminal Victoria o quizá hacia la parte alta de Marine Drive, desde donde la vida en las calles parece algo lejano a la realidad, que solo puede vislumbrarse con unos prismáticos.
Puede que fuera así o puede que, como hoy, Mumbai haya tenido siempre esta capa de polvo y esta cara tan descuidada, como necesitada de una permanente reconstrucción.

Hasta los perros parecen abrumados por la vida en esta urbe de más de 12 millones de almas. A pesar de su continuo hedor y su aparente peligro, hombres y mujeres pasan el día sentados esperando una lismona, duermen sobre un trozo de cartón, venden cuencos metálicos abollados, ropa, abalorios, mecheros o tentempiés, forman monumentales atascos en todo tipo de vehículos manuales o motorizados y se hacinan en autobuses. Se dedican, en fin, a pasar el día lo mejor que pueden.
La vida se hace en las calles y entre ellas corre pese a todo. Existen lavanderías de agua y piedra al aire libre que ocupan varias manzanas, comercios en cúbiculos que por la noche son viviendas de familias numerosas, templos diminutos donde los niños se pintan las chanclas en los pies y andamios de bambú que sostienen a decenas de afanados trabajadores. 
En cada esquina Mumbai parece escupirte o sonreirte y sus habitantes parecen comprenderlo a la perfección. Quizá ese sea el secreto para vivir en el continuo divorcio al que se asiste en esta ciudad: en un lado todos sus seres y edificios revueltos en una perenne nube tan marrón como el océano que la baña, en el otro los carteles publicitarios y las peliculas de Bollywood. Quizá el secreto esté en dedicarse a pasar el día de la mejor manera posible y no dejarse llevar por el sentido del olfato.

Haz lo que quieras, donde quieras y como quieras, nadie te reprenderá. Puede que no sea una mala forma de vivir.

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