2 de octubre de 2007

Los olvidados

Revoluciones que saben a especia, militares que huelen a podrido; a Birmania le cambian el nombre y nadie se entera. Errol Flynn podría haber aterrizado en un puente muy lejano, quizá sobre el Kwai, y haber besado a la chica equivocada. Eso sí, matando al mismo número de japoneses y con esa gloria poética de la que carecen las guerras ahora.
Mas, aún ni sabiendo situar geográficamente un nombre tan éxotico como Myanmar, resulta esperanzador saber que, en ciertos lugares de este planeta, el ser humano -esa especie en peligro de extinción por culpa de sus propios excesos- todavía sabe cómo atarse los machos delante de un rifle para defender una causa aparentemente noble.
La sospecha, en todo caso, no es infundada; al fin y al cabo puede que las ansias de poder de los que agitan sean del mismo calibre que las de los que ordenan apretar el gatillo. Es cierto, lo decía un maestro -una fábrica, tal vez- de elitistas sin fronteras, la masa no sólo es amorfa, sino que además, idiotiza. Es casi de recibo pensar que puede tratarse de un enorme puñado de idiotas bien dirigidos.
Pero no pequemos de pesimistas, pensemos que aún queda algo de fantasía romántica, que todavía hay ganas de hacer la revolución, de atravesar la puerta de Saint-Antoine y echar al fuego lento el sistema establecido. Alabemos entonces su sangre, porque un día, al despertarnos, nos permitió recordar dónde se había metido Yangón.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Tu siempre serás del club d'esplai de sineu...