10 de agosto de 2014

Brevísimo apunte autobiográfico incompleto

Esnifábamos cocaína como disparábamos a los perros con nuestras escopetas de balines, bebíamos litronas calientes o hablábamos de follarnos a todas las mujeres que nos cruzábamos a la salida de la discoteca. Lo hacíamos porque era lo que creíamos que debíamos hacer.
Y lo hacíamos todo igual, con la misma intensidad desesperada del que lo quiere todo en el preciso momento en el que lo imagina, la del que no se puede permitir guardar nada para mañana, no por nihilismo o hedonismo, sino por el simple hecho de que tiene poco o nada.

Visto ahora y aquí, cincuenta y tantos años después, creo que solo éramos unos niños que tenían prisa por ser adultos cuando solo habían empezado a orillar la adolescencia. 
Por eso seguíamos echando carreras monte arriba, hacia el cementerio, donde los caminos de tierra se encabritaban y sacaban cabriolas de nuestras motos; asaltábamos desnudos el mar, corriendo como para dejar todo atrás; o compartíamos unas setas y nos tumbábamos a mirar las copas de los árboles contra las nubes, el cielo azul, los pájaros y el rumor del bosque.

Niños jugando a cosas prohibidas para los mayores, eso éramos.

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