6 de agosto de 2008

Aspavientos

Más de uno debe estar pensando que a estas alturas de la película ya no pueden tomarle el pelo de esa forma. Que a qué viene tanta sorpresa. Como si la cosa viniera de hace poco. Y es cierto, nadie se traga que ningún alto mandamás del deporte español, político de turno o medio de comunicación acreditado para el evento en cuestión supiera con quién iba a jugarse los cuartos este agosto en China, ese país que manda tanto sobre lo suyo que hace que llueva si así se le pone entre ceja y ceja.
Era evidente que los sucesores de Mao no iban a abrazar el capitalismo y la libertad sólo porque a unos iluminados se les ocurriera encargarle el asunto de los Juegos Olímpicos. Todos sabíamos qué suponía dejar en manos del omnipotente Partido Comunista un evento internacional de estas características. Lo cual quiere decir que nadie puede llevarse las manos a la cabeza si el Ejército Popular de Liberación chino decide tener calentitos y controladitos a los elementos molestos del Tibet con unos meses de antelación, por si acaso se les ocurriera alguna molesta protesta; o si el Partido levanta la censura de Internet cogiéndosela con palillos, para que el personal patrio no se le desmadre con tanta libertad de expresión junta; o si el mensaje de bienvenida del presidente a los deportistas incluye un 'no me alteres la trastienda que te pongo de patitas en la calle'.
En fin, que era más que previsible, que la indignación será muy sentida, pero no cuela.
Pero, aunque pocos días se levanta uno pensando que la humanidad tiene remedio, cabe la esperanza de que se podría sacar algo en limpio de todo este tinglado millonario que se la ha regalado al Estado -que no al pueblo- chino. Tanto grito político escandalizado, cada aspaviento mediático occidental, cada alarma que encendemos con grandes titulares sobre el comportamiento del régimen del Partido debería contribuir a escarbar dentro de su burbuja.
Sin embargo, no se trata de disparar a la bestia, sino de educarla. Lo primero se hizo en Irak, y ahí están los resultados de la intrusión de la Democracia; lo segundo consiste en amonestar a las autoridades y dar ejemplo a alguno de los más de mil millones de ciudadanos chinos que quiera asimilar alguna de las ventajas del Occidente decadente. Algo así como ayudar y transformar antes que pegar fuego y reconstruir.
Los cambios, seguro, serán lentos, pero, si todo este planeta no se va antes al garete, puede que en algún momento podamos aprender algo unos de otros.

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