31 de agosto de 2008

En ascendente

Crees que la vida es una mierda y uno no tiene fuerzas para llevarte la contraria; será que me he olvidado el cinismo en casa. Y es cierto, no tuerzas el gesto, hay días en los que preferiríamos dejarnos morir en la cama a salir a enfrentarnos a este mundo a veces tan perro, uno de esos días en los que despiertas y eres consciente de la estupidez y la maldad humana. 'Homo homini lupus', que decía Hobbes.
Cómo discutir eso, aunque merezca la pena el esfuerzo de arreglarte el alma, también es un asunto que se convierte para uno en un problema en alguna que otra hora, semana, mes o año. Algún que otro día, los menos, podría argumentar que la vida vale la pena también gracias al ser humano; que la música, el arte, la literatura, la ciencia o un sinfín de ideas surgidas de la mente de algunos hombres compensa, en ocasiones, todos nuestros defectos. Podrías llegar a pensar que como raza, no estamos tan mal.
Y si abstraerte en un libro, perderte en una canción, quedarte embelesado delante de un cuadro o una fotografía, palpar un edificio o dejarte llevar por una buena película no te curan el escepticismo, no espantan a esas lágrimas sin horario y no combaten la tristeza, aparta la vista de todo aquello que ha tocado el ser humano, alégrate por esas pequeñas cosas. No quiere decir esto que tu día vaya a ser perfecto por cambiarte la compresa, sino que debes aprender a valorar la vida al margen de los seres que la poblamos, que estorbamos.
Gotas en el rocío, nieve en las montañas, salitre en los dedos, un bicho en mi planta, viento moviendo los árboles, el sol apagándose hacia el otoño... Agarrarse con fuerza a hechos u objetos diminutos es lo único que a veces puede salvarte de algo tan nocivo como querer habitar un sueño eterno. Lo único que puede ayudarte a recordar que la cruda realidad es un buen lugar en el que vivir.

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6 de agosto de 2008

Aspavientos

Más de uno debe estar pensando que a estas alturas de la película ya no pueden tomarle el pelo de esa forma. Que a qué viene tanta sorpresa. Como si la cosa viniera de hace poco. Y es cierto, nadie se traga que ningún alto mandamás del deporte español, político de turno o medio de comunicación acreditado para el evento en cuestión supiera con quién iba a jugarse los cuartos este agosto en China, ese país que manda tanto sobre lo suyo que hace que llueva si así se le pone entre ceja y ceja.
Era evidente que los sucesores de Mao no iban a abrazar el capitalismo y la libertad sólo porque a unos iluminados se les ocurriera encargarle el asunto de los Juegos Olímpicos. Todos sabíamos qué suponía dejar en manos del omnipotente Partido Comunista un evento internacional de estas características. Lo cual quiere decir que nadie puede llevarse las manos a la cabeza si el Ejército Popular de Liberación chino decide tener calentitos y controladitos a los elementos molestos del Tibet con unos meses de antelación, por si acaso se les ocurriera alguna molesta protesta; o si el Partido levanta la censura de Internet cogiéndosela con palillos, para que el personal patrio no se le desmadre con tanta libertad de expresión junta; o si el mensaje de bienvenida del presidente a los deportistas incluye un 'no me alteres la trastienda que te pongo de patitas en la calle'.
En fin, que era más que previsible, que la indignación será muy sentida, pero no cuela.
Pero, aunque pocos días se levanta uno pensando que la humanidad tiene remedio, cabe la esperanza de que se podría sacar algo en limpio de todo este tinglado millonario que se la ha regalado al Estado -que no al pueblo- chino. Tanto grito político escandalizado, cada aspaviento mediático occidental, cada alarma que encendemos con grandes titulares sobre el comportamiento del régimen del Partido debería contribuir a escarbar dentro de su burbuja.
Sin embargo, no se trata de disparar a la bestia, sino de educarla. Lo primero se hizo en Irak, y ahí están los resultados de la intrusión de la Democracia; lo segundo consiste en amonestar a las autoridades y dar ejemplo a alguno de los más de mil millones de ciudadanos chinos que quiera asimilar alguna de las ventajas del Occidente decadente. Algo así como ayudar y transformar antes que pegar fuego y reconstruir.
Los cambios, seguro, serán lentos, pero, si todo este planeta no se va antes al garete, puede que en algún momento podamos aprender algo unos de otros.

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