24 de diciembre de 2008

Un regreso, una visita

De pronto, sin que nadie te ponga sobreaviso, has llegado a ese momento que tanto temías, ese en el que un regreso se transforma en un llegar de visita, en que tu tierra ya no te pertenece o tus ojos ya no son los mismos.
Eres un extraño donde naces y también donde paces; eres extranjero de tí mismo. Y aún así, todo parece en su sitio.
Andrómeda continúa colocándose el cinturón frente a la ventana de siempre, a la hora de siempre, en esa bóveda oscura que ya es de las pocas que frecuentas en las que queda sitio para el brillo de alguna que otra estrella.
Ahí sigue Antares con su parpadeo rojizo sobre esta calle inalterable, con más casas rodeándola y más coches coronándola, pero con los mismos socavones en la calzada, los mismos rotos en los bordillos de las aceras, la misma humedad gélida de cada noche cerrada.
Es en esas ocasiones en las que te parece que el mundo continúa girando en todas partes menos aquí, esta isla que una vez fue el centro de la Tierra, y aún así tu eres incapaz de recordar donde guardaste todas tus cosas.

19 de diciembre de 2008

El amigo americano

El nuevo presidente de Estados Unidos es de esa clase de gente que a uno le gustaría tener de colega. Con él son todo mariposas, flores y besos en la boca. Buen rollito, paz y todas esas cosas que nos han colado gracias a esa mezcla que es de predicador, Jesucristo y Denzel Washington.
Ahí está la ministra de Defensa preparando las tropas para cuando Barack las pida; en Moncloa retoza Zapatero pensando en qué alfombra pondrá para cuando reciba al primer residente negro de la Casa Blanca; allá asoma Mariano para correr a darle la mano. Hasta un comunista de los pies a la cabeza como Cayo Lara canta sus alabanzas.
Hace tres meses, las barras y las estrellas generaban una extraña urticaria por asociarse a una clase de cowboy de gatillo fácil que se nos ha olvidado, pese a que siga siendo una gran parte del electorado americano. Pero de un tiempo a esta parte en este país hasta el último mono se iría de cañas con Obama.
Una de las primeras cosas a las que Barack quiere echarle mano es a Guantánamo. Le va a echar el cerrojo y el mundo entero se levanta y le aplaude. Hay razones, cierto es, uno tampoco entiende por qué la familia Castro sigue enviando por correo certificado los recibos del alquiler a Washington y es plenamente consciente de que convertir una base militar en un centro de interrogatorios -con todo lo que esta palabra puede llegar a suponer- sólo podría nacer de la barbarie de un humano.
Así es él. Se subirá al Air Force One, aterrizará en Guantánamo y vayan saliendo de uno en uno ordenadamente, pasen por las duchas, cojan esos trajes de segunda mano, despidánse de los guardias que ayer les quemaban los huevos con cables y no se olviden del billete de avión de vuelta a casa. Asunto arreglado. Abrazos, apretones de manos, copitas de despedida, jolgorio colectivo y tranquilo colega que ésto no ha sido nada, sólo un mal rato.
Evidentemente, a los malos de verdad se los llevará a una prisión federal para que les partan la cara los guardias y los presos o a otro centro en el interior de Estados Unidos para seguir haciéndoles lo mismo que hasta ahora, pero de forma más discreta. Ya saben, sin poner un cartel en la puerta que dice a qué nos dedicamos.
Otros, los que sin poder decir esta boca es mía fueron capturados, esposados e interrogados por ese efectivo método que la Administración Bush aprobó como válido y que consiste en coger a un tipo y fingir que se le está ahogando -como cuando te puteaba un colega en la playa y te hundía la cabeza bajo el agua, pero con algo más de mala leche- puede que anden algo mosqueados.
Volverán a casa, contarán lo que les ha pasado y grabarán en la memoria de los más cercanos las torturas, vejaciones y humillaciones a las que les sometieron unos tipos del salvífico pueblo americano. Memoria colectiva, se llama. Un magnífico invento que ha servido para mantener viva la mala fama que Occidente se ha ganado durante más de un siglo en África, Asia y Oriente Medio.
Y de la misma forma que los afganos recuerdan que una vez Estados Unidos les ayudó frente a la Unión Soviética y luego les dejó tirados con el monstruo talibán que habían creado; del mismo modo que los palestinos saben desde hace décadas quién apoya incondicionalmente las incursiones de Israel; de la misma manera que los iraquíes recordarán durante lustros quién puso su país patas arribas sin que nadie se lo pidiera, el odio se extenderá a lo largo de generaciones enteras, dispuestas a partirle la cara al amigo norteamericano. No prestarán atención a si el presidente de EE.UU. es negro o blanco y a la primera de cambio agarrarán un rifle para dar por saco.
Duda uno -y perdonen todo este escepticismo- que Obama se presente en un barrio de Teherán, Damasco, Bagdad o Kabul, y la parroquia entera corra para darle un abrazo.
Conclusión: Estados Unidos se ha lavado la cara y algunas partes de Europa se lo han creído, pero otros no tragan. Memoria colectiva, lo llaman.
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15 de diciembre de 2008

Apuesta

Existen ciertos momentos en la vida del cualquiera en los que resulta imperativo que cuando las manos se arranquen a bailar sobre el papel lo hagan con una libertad plena. Algo así como no temer que cada una de las letras que se entrelazan provocarán ardor de estómago en aquel lector más susceptible de vomitar.
Cuando de esos instantes se hace oficio, uno debería poder coaccionarse a sí mismo para teclear titulares como: 'Este y todos los gobiernos van sin un rumbo coherente por la vida, aténse los machos', 'El líder de la oposición es un lila', 'Amaia Montero publica nuevo álbum ¿era necesario?' o 'Movida católica en el centro de Madrid. Proclama heavy de la Iglesia el día de los Inocentes'.
Luego, en las palabras sinceras, las que no se escriben para ganarse el pan, sino por esa extraña incapacidad de expresarse mejor en tinta que con los labios, uno debería poder dejar dicho: 'Hoy la casa se me ha venido encima y a las ruinas les he pegado fuego', 'Quiero ser el único que te erice la piel con sus mordiscos', 'Mañana, es mentira, no será otro día', 'Muérete ya de una vez' o 'Bésame y déjate de tanta historia'.
Pero, es cierto, después se planta el cualquiera ante el otro, el avezado lector, el corazón sensible, con sus ojos de dolor, estupor, desprecio o rabia y se hace difícil no pensar que la sinceridad y la libertad a veces están sobrevaloradas o que, por lo menos, debería ser capaz de controlarlas vestidas de elegancia.
Es el otro el que cohíbe; la certidumbre de que habrá un receptor para cada una de las verdades personales dibujadas es la que oprime y aletarga los dedos. Y aún así, a pesar de que la información es poder en manos extrañas, pese a que a veces cuesta renovar los votos, uno insiste en apostar por el libre albedrío y decirle al otro: que te den por culo, hoy escribo como si fuera para mí solo.

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10 de diciembre de 2008

Los ratones

Detrás de mi armario vive desde hace años una pareja de ratones.
Verlos en su rutina podría llevar a pensar que se trata de dos aburridos compañeros de piso, pero lo cierto es que antaño fueron el uno para el otro. Ahora, sin embargo, apenas se tocan y ella ya no enrosca su cola alrededor de él; tampoco se besan, porque sus labios parecen haber perdido el sentido; y lo que iba a ser una bonita madriguera, no es más que conglomerado de madera apilado entre la mugre, sin orden y sin juicio.
Cuando se acuestan, alguno de los dos siempre da la espalda al otro. Eso si no se llevan algún enfado que otro bajo las sábanas; entonces, la fina capa de pelo que recubre su cuerpo se encrespa y eriza hasta convertirse en una maraña de puas amenazadoras que mantienen al otro en su parte de la cama.
Las noches cálidas, aquellas en las que frotando sus patas el uno con el otro saltaban chispas, han desaparecido, no son más que recuerdos del pasado o la consciencia de un presente frustrante.
Les oigo salir, todos los días, de su refugio malhumorados, entre blasfemias y gruñidos se despiden para correr después a un lugar seguro dentro de sí mismos, aunque lo suficientemente alejado como para que el otro no pueda encontrarlo.
La gente normal no los entiende ¿por qué no abandonan la madriguera? ¿por qué no parten, por separado, a buscar un nuevo mundo mejor que el que parece haberles tocado?
Mas algunos, los menos, les miran y saben la respuesta: son ratones, nadie espera que se comporten como humanos.
Espiándoles desde un agujero, estos dos ratones pueden parecer aburridos compañeros de piso, pero juro que una vez alguno de los dos pensó que estaban destinados.
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