4 de octubre de 2010

8 AM

A través de la ventanilla del taxi veo al sol devorando lentamente las fachadas de Madrid, esas por las que tú y yo paseamos y por las que ahora nos peleamos, para no perder la posesión de unos tejados llenos de recuerdos que no queremos compartir.

Es lunes y no quiero hablar con el taxista. Él especula sobre el tiempo que vendrá en base a las gotas del ayer, maldice a todos los del gremio que no conducen como él o reflexiona -todo en voz alta- sobre la ruta más rápida al destino.
Qué más dará, pienso para mí, si llegaremos al final igual. Mejor será dejarse las prisas que, eso dicen, no son buenas consejeras. Los atascos se forman por su culpa, porque la gente quiere llegar de prisa a donde quiera que vaya por la mañana, para no perder mucho tiempo en el trayecto.
Si fuéramos inmortales seguramente la cosa cambiaría. Si tienes todo el tiempo del mundo, no debería importante cuánto tiempo consumes en ir de un lado a otro. Podríamos pasar horas en aquellos tramos en los que normalmente no deseamos invertir más que unos minutos.

Claro que entonces puede que nos aburriésemos soberanamente.

No hay comentarios: