26 de septiembre de 2011

Outsiders

Los veía desde mi ventana, en el bloque de enfrente. Era una pareja sin duda peculiar, aunque más tarde todos los vecinos los describieran en los telediarios como dos personas adultas normales. Yo personalmente creo que solo querían quererse a su manera.
Siempre pensé que cada uno administra los abrazos como le viene en gana, pero a veces resulta difícil salirse de lo decretado, también cuando esto es el amor. Resulta curioso corroborar cómo, pese a tratarse de una actividad, un sentimiento -si se prefiere el término- íntimo y privado, el amor tiene una incontrolable vertiente pública.
No recuerdo haberles visto pasear sus emociones por las calles del barrio. Se las reservaban para las paredes sordas de su hogar. De vez en cuando, a través de una persiana entreabierta les oía reir o enfadarse, supongo que como todos hemos hecho alguna vez. 
No hubiera dicho que no fueran felices juntos.
 
Aquella forma de amarse llamó la atención de algunos vecinos, tantas reservas levantaron sospechas, se comenzó a rumorear que algo no era del todo correcto, algo no estaba del todo bien, así que decidieron sentarlos en un estrado para analizar las constantes vitales de aquella relación. Algo así como tomar el pulso y dictar sentencia.
Escuchadas las partes, llegó el turno del veredicto: ni mucho menos aquello podía considerarse forma alguna de amor. Lo mejor era, consideró un tribunal popular, que cada uno siguiera por su lado, por el bien de los dos.

Han pasado algunos años y el cartel de se vende sigue adornando el balcón de ese piso vacío, pero desconozco si acataron el dictamen o si eligieron continuar con su vida al margen de la ley.
Lo preocupante es imaginar lo segundo, pensar que hay un lugar donde habitan todo ese tipo de forajidos y que nosotros nos conformamos con seguir amando como nos han dicho que está establecido.

15 de septiembre de 2011

Dalí

Vomita un pez un enorme tigre, de cuyas fauces nace otro como él. Una bayoneta apunta a tu pecho desnudo, pero tu, indefensa y dormida, lo ignoras, como si no creyeses en él.
Estas dormida, pero sé que estás a mi espalda, enamorándote de algún Tanguy, tomando notas para tu próximo poema o enfadándote con las armas y la pobreza, mientras ese elefante de patas largas y delicadas se ríe a carcajadas.
Yo soy las gotas de agua condensada, la abeja molesta que te vino a despertar, el filo de las rocas recortadas sobre el mar. Yo soy quien dibuja este panorama, tan limpio, tan onírico, tan naïf. Soy quien te despierta cada madrugada desde el otro lado de la cama, reclamándote en silencio que me incluyas en tus fantasías.
Podría decirte que no pasará nada, aunque me acorralen los tigres, aunque me devore el pez, aunque la bayoneta se me hunda hasta el fondo del pecho y mis convulsiones te saquen del sueño.
Tu y yo sabemos que mentiría. Prometer solo sirve para defraudar después.
De ahí que prefiera seguir durmiendo, viendo tus pechos derramarse a cada lado,  tu ombligo rompiéndote justo en el centro y tu pelo reposar sobre la piedra gris.
Y cuando el zumbido de la molesta abeja nos despierte, la imagen de tu cuerpo inerte me acompañará hasta que el día toque a su fin.