Pasean por las calles de todas las ciudades, inofensivos a ojos de la mayoría, que no aprecia en su sutil contoneo el hipnótico remolino de un presente bravío, de un futuro incierto. Beben en elegantes copas su dulce vino blanco y ocultan tras revueltos bucles repletos de sonrisas secretos inconfesables, cálidos brazos, preguntas inconexas como todas estas palabras.
Encantadores de serpientes, presionan siempre las notas de un recuerdo, abren bien los ojos, inclinan la cabeza y tuercen el gesto al conversar. Así recorren su camino, felinos trasnochadores, aspirando vidas de los pocos privilegiados que tienen acceso a ellos, conquistando nuevas tierras con cada paso, levantando tumbas anónimas sin volver nunca la vista atrás.
Y dicen que sus víctimas caen de rodillas llevándose la mano al pecho, dolorido el espíritu, extenuada el alma, yacen con la mirada pérdida rendidas ante sus asesinos. Mas su corazón deja de latir repleto y conforme, admitiendo la derrota del que no es más que otro incauto. No hay cadáver más hermoso que el del hombre satisfecho de su obrar, sin arrepentimientos.
Aquí yace otro ser humano indefenso.