24 de septiembre de 2007

Inofensivos, indefensos

Pasean por las calles de todas las ciudades, inofensivos a ojos de la mayoría, que no aprecia en su sutil contoneo el hipnótico remolino de un presente bravío, de un futuro incierto. Beben en elegantes copas su dulce vino blanco y ocultan tras revueltos bucles repletos de sonrisas secretos inconfesables, cálidos brazos, preguntas inconexas como todas estas palabras.
Encantadores de serpientes, presionan siempre las notas de un recuerdo, abren bien los ojos, inclinan la cabeza y tuercen el gesto al conversar. Así recorren su camino, felinos trasnochadores, aspirando vidas de los pocos privilegiados que tienen acceso a ellos, conquistando nuevas tierras con cada paso, levantando tumbas anónimas sin volver nunca la vista atrás.
Y dicen que sus víctimas caen de rodillas llevándose la mano al pecho, dolorido el espíritu, extenuada el alma, yacen con la mirada pérdida rendidas ante sus asesinos. Mas su corazón deja de latir repleto y conforme, admitiendo la derrota del que no es más que otro incauto. No hay cadáver más hermoso que el del hombre satisfecho de su obrar, sin arrepentimientos.
Aquí yace otro ser humano indefenso.

20 de septiembre de 2007

Ninguna, sólo una

Eres grande, enorme, omnipresente. Ejerces tu autoridad con armonioso empeño, constante como eres en cada una de las tareas a las que te aplicas, sereno el gesto, fruncido y concentrado el entendimiento. Feroz amante, solícita hermana, dulce compañera, aplicada hija, tenaz profesora. Madre. Ante todo, madre.
De firmes principios que dejarás en herencia, te has entregado hasta en tus momentos bajos a la tarea para la que -lo creo firmemente- viniste al mundo, sin pensar -como yo, pesimista de mí, pienso a veces- que todo está perdido, convencida como estás de que la educación continúa teniendo el poder ancestral de engrandecer a las personas, de convertirlas en rocas ante el vaivén de la ignorancia.
Has sido la pasión por las artes y las letras, la lectura de la ficción y la historia, también el periodismo, la poesía, los cuentos, y ahora, a tus cuarenta y nueve primaveras, y a pesar de toda la tierra y el mar que nos separa, tus hilos siguen siendo largos y la memoria de tu obrar sigue prácticamente intacta.
Eres grande, enorme, omnipresente. El vivo ejemplo de que madre, sólo hay una.
Molts d'anys, mare

17 de septiembre de 2007

...en el fondo del mar

El otoño se acerca lentamente y, al mismo tiempo que los árboles preparan su muda, nuestra clase dirigente cuelga en el armario la malograda toga del apocalipsis y se viste con el elegante sayo de la economía. Quieren demostrar así que siguen cerca de aquellos que les votaron, que no todo serán rendiciones del Estado o metafísica en torno a sentimientos identitarios. Pero sus números, sus augurios, su prepotencia y su optimismo les delata: continúan en lo alto de sus pedestales, creyendo, como Ortega, que su lejanía es el precio a pagar por dirigir a la masa.
Y mientras ellos juegan con sus calculadoras, los problemas reales de los ciudadanos -manida frase; que coño sabréis- afloran sin prestar atención a las estaciones. En Barbate, tierra de toreros y pescadores, su mayor preocupación está en el fondo del mar, donde presumimos que deben estar las llaves. Allí, el imaginario colectivo se ha teñido de color muerte, y quién sabe qué tonalidad habrá escogido esta vez la muy puta, pero se ha llevado a ocho jóvenes que regresaban de faenar frente a la costa de Marruecos.
Requiem por nuestros pescadores.

12 de septiembre de 2007

Un día cualquiera

Es mentira que las despedidas sean difíciles, lo realmente complicado es saber encadenar las palabras suficientes para conformar una buena bienvenida. Será que un adiós tiene la melancolía suficiente como para arrancar a cualquier frase todo su lirismo, o será que un saludo es igual de sobrecogedor, pero el mejor fotograma lo robó aquel 'siempre nos quedará París'.
Y es cierto, París queda en la memoria colectiva como una bonita despedida, pero un día cualquiera uno se despierta y descubre que un amanecer a orillas del Nilo, las últimas horas de faena de los pescadores en las islas griegas, un brindis de ron añejo en la Habana vieja, la llegada del otoño en el mirador de Na Burguesa o el nítido olor que desprende una churrería madrileña cuando a primera hora de la jornada levanta sus barreras, huelen a cálida bienvenida.
Ese día cualquiera, que podríamos situar en cualquier mes, de cualquier año, pero ese día en concreto, uno vuelve a creer en los buenos principios y decide empezar una nueva página en su cuaderno.
Este podría ser el mío.
Bienvenidos