Lo mejor de la actual crisis que nos ha tocado vivir no es comprobar que en los bares de nuestras ciudades llevan tiempo escondidos avezados analistas políticos o que los más de seiscientos asesores políticos de Moncloa bien podrían ser del gremio del taxi, ni siquiera el poder introducir en una conversación aquello de por fin el modelo capitalista neoconservador ha caído.
No, lo más bonito de todo este nuevo crack económico y financiero, opina el que uno en este humilde espacio firma, es llegar a la conclusión de que podemos vivir en el mundo tal y como lo conocemos, tal y como lo hemos inventado, pero que si le damos la vuelta y lo ponemos completamente del revés, seguimos tirando como si la cosa no fuera con nosotros.
A modo de ejemplo sirvan los feroces
ultraliberales que capitanean las entidades bancarias o ese enorme tiburón blanco que se llama Fondo Monetario Internacional: hasta hace unos meses no había quien les pusiera regulaciones de por medio sin que pusieran el grito en el cielo apelando a la libertad de mercado y ahora casi
provocan lástima cuando suplican dinero de papá Estado.
Qué decir de nuestro Gobierno de izquierdas -si es que el socialismo hoy por hoy sigue siendo esa mano del sistema- ese al que temían los altos empresarios nacionales por su voluntad última de quitarles el dinero a los ricos y dárselos a los pobres. Qué diría Pablo Iglesias si viera al
PSOE que fundó interviniendo en el sistema financiero no para
nacionalizarlo, sino
para salvarlo.
Pero el mejor de todos ellos es, sin lugar a dudas, el pobre Mariano
Rajoy. El hombre que
nunca quiso asistir al desfile militar de la Fiesta Nacional, pero que el año pasado
pasaba lista para poder completar su registro de españoles de bien, potestad única de su aguerrido Partido Popular y de aquella niña que sólo él tenía en cuenta.
Rajoy, el mismo que hace menos de dos años se codeaba con los grandes empresarios, el que proponía una rebaja del IRPF que beneficiaba a los que más tenían, el que estuvo en un gobierno que permitió los desmanes urbanísticos gracias a la Ley del Suelo, se ha pasado al marxismo-leninismo y parece que no hay vuelta atrás.
El nuevo PP, formado por políticos profesionales que nada quieren saber de los principios del padre al que mataron, bien podría rivalizar en votos con la agotada Izquierda Unida. La nueva centro-derecha de Mariano ni es centro ni es derecha y clama a los cuatro vientos su nuevo ideario de quita y pon.
A la mierda con los banqueros y altos empresarios, que el dinero que les dan a ellos acabe
en manos del populacho, gritan desde la calle Génova, donde han cambiado la fotografía de
Aznar -aquella anomalía- por la de
Bakunin y las camisas de color rosa por camisetas de tirantes con la cara de El
Ché.
Mariano está preocupado ahora por los problemas reales de los españoles (sic) por el precio del pan y del café, porque a él sí que le dieron un cursillo relámpago en precios populares antes de soltarle ante la masa, por la hipoteca del común de los mortales e incluso por el precio de los colegios privados que tanto le gustan a la acechante Esperanza Aguirre.
El líder del PP dice que lo que mola ahora es la pequeña y mediana empresa, como si más de la mitad de los españoles trabajarán en el taller de coches de papá, y está harto de que ese sucio capitalista que es Zapatero reparta el dinero de los contribuyentes entre sus "amiguetes" de las entidades financieras.
Sólo un hombre no sonríe ante el nuevo rumbo de los acontecimientos en casa Mariano. Un hombre que está solo ante el peligro y al que algunos han visto vagar como alma en pena por los pasillos del Parlamento Nacional: Llamazares no sólo ha perdido su puesto como la alternativa caduca de la izquierda, sino que encima ahora teme que en las próximas elecciones su escaño se lo lleve el nuevo Partido Popular.
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