31 de marzo de 2011

Perder el tiempo

Ahí está, el más astuto de los hombres, condenado a empujar ese enorme peñasco ladera arriba. 
Obsérvalo agotarse y entorpecerse bajo el calor del verano, afanarse y tiritar en invierno, cargando con su castigo hasta lo más alto para ver luego rodar su esfuerzo ladera abajo.
¡Pobre Sísifo! Rey necio, quiso rehuir la muerte y ahí lo tiene: toda la inmortalidad dedicada a lo absurdo.
Mas, fíjate, ahora que el peñasco se tambalea y cae girando con rabia hasta detenerse, diríase que exhausta por la inercia ¡podrás verle sonreir!
Como él, nosotros empeñamos la vida en causas estúpidas de las que sólo obtenemos una sonrisa momentánea antes de regresar a la faena, a la búsqueda infructuosa, a la lucha sin resultados.

Extraña locura la que compartimos con Sísifo; lúcidos únicamente a última hora del día.

17 de marzo de 2011

El séptimo sello

Antonious Block juega una partida de ajedrez que sabe que va a perder.
La muerte es su rival. 
Le mira altiva, sabiéndose ganadora de antemano, con una sonrisa triunfante y al mismo tiempo compasiva; pareciera que le apena estar segura de su victoria.
El guerrero reza, pero su dios calla.
Ha perdido casi todos los peones, ya ha sacrificado un caballo y un alfil y una de las torres caerá en uno de los cuatro próximos movimientos.
Si no puede ganar ¿Por qué sigue sentado frente al tablero? 
Ninguna de las posibles respuestas a esa pregunta resulta alentadora; en ocasiones, nada hay de gratificante, de resolutivo, de motivador en el por qué.
Rendirse o no podría depender entonces del para qué, del proceso que conduce al final de esa partida que no se puede ganar.
Pero a él le da igual lo enriquecedor que pueda resultar el camino.
El caballero no se rinde porque a él le adiestraron para ser un  guerrero.

13 de marzo de 2011

¿Qué hacemos con Libia?

Los dictadores son algo similar a esa mujer -u hombre- que no acabamos de quitarnos de la cabeza. Cuando nos bailan el agua, les adoramos; cuando se desmadran, los odiamos.
Gadafi es el mejor ejemplo de esta filosofía tan común en las democracias occidentales en lo que concierne a regímenes totalitarios. Le consentimos sus excentricidades -su jaima, su guardia personal de vírgenes, su botox, su look de tonadillera desfasada- hasta que el monstruo se nos fue de las manos.

Y ahora ¿Qué hacemos?
Ha sido el propio dictador el que ha convertido la rebelión Libia en una guerra civil. Esa estrechez de miras rayana a la locura es la que le lleva a negar la realidad que le rodea, a denunciar conspiraciones periodísticas, a atizar el miedo del radicalismo islámico, a mantenerse en el poder aún a costa de bombardear a su propio pueblo.

Y ahora ¿Qué hacemos?
Las democracias occidentales, como siempre, se lo toman con calma. Una rebelión no es una cosa fácil -políticamente correcta, digamos- de apoyar y menos si al que se le rebelan tiene el oro negro en sus manos. Si no, recuerden qué mal sentó que el Gobierno de Aznar se apresurará en apoyar un golpe de Estado en Venezuela que luego fue aplastado. José María nos lo enseñó: antes de tirarse a la piscina, hay que estudiar la situación.
Pero claro, mientras observamos, la rebelión libia choca contra los mercenarios de Gadafi. Se corre el peligro de que el dictador vuelva a su trono, aislado y vilipendiado públicamente en medio mundo, y de rienda suelta a su locura, la cual acabaría por afectar al estimado petróleo. Supone uno que Europa no quiere conducir a 110 durante muchos años.

Así que ¿Qué hacemos?
Descartemos una invasión a la vieja usanza, ya sabemos la mala prensa que eso otorga. Las revoluciones son de quienes las montan y de nadie más. Invadir Libia supondría arrebatarles a los libios su derecho a tomar la Bastilla.
Sin embargo, cada vez más, se hace necesaria una intervención militar. Porque eso es lo que se esconde tras la expresión ¬zona de exclusión aérea¬ que nuestros líderes se esmeran por repetir: cazas batiendo las baterías antiaéreas y dejando limpio el cielo de los aviones de las fuerzas de Gadafi.
¿Qué hacer?
Un golpe selectivo y certero es lo que espera la rebelión libia de la comunidad internacional, pero esta, como siempre, sigue dividida y esperando a verlas venir.

Publicado originalmente en: LaSemana.es