27 de febrero de 2012

Supersticiones

Descendía dejándose llevar por el ritmo pausado de las escaleras mecánicas, cargando con media docena de bolsas de plástico del supermercado. Había vuelto a comprar de más.
Existen ciertas costumbres que tardan más en asimilar que las situaciones que les rodean han cambiado. Son tozudas y persisten en mantenerse innamovibles, con sus antiguos gestos y viciadas manías. Por eso continuaba haciendo demasiado café y saliendo a fumar al patio de luces.

Camino del maletero de su Renault, una de las bolsas se rajó y dejó caer un tarro de cristal. Cinco salchichas de Frankfurt rodaron por el suelo.
Hay pérdidas que llegan precedidas de pequeños avisos, detalles que sumados constituyen pistas de lo que se aproxima. Su carácter inevitable le añade cierto componente de morbo a todo el proceso, aunque su fin sea el esperado y la laceración termine siendo mayor.

Se quedó mirándolas varios segundos. No tenían una pinta muy apetecible ahora que giraban sobre si mismas, como flotando ufanas en su líquido amniótico.
Había cogido el frasco de la sección de ofertas con cierto automatismo e inapetencia. Probablemente habría acabado olvidado tras otros botes de conservas.
Sin embargo, existen nimimiedades que cargamos de simbolismo. Gestos impercetibles que nos dan esperanza, señales en el cielo que nos hacen cambiar de rumbo o momentos a los que atribuímos un misticismo impropio. Somos grandes inventores de supersticiones, por así decirlo.

En su caso, aquella pérdida sin mucha importancia significó el comienzo de una nevera más vacía en la que nunca más entraron aquel tipo de salchichas. 
Parecía que así se alejaba un poco más de sus fantasmas.

23 de febrero de 2012

Algo falla

Me pregunto en qué nos hemos equivocado, porque está claro que algo falla.
Algo falla en una sociedad cuando una protesta que empezó siendo de adolescentes de instituto acaba transformada en varios días de batalla campal en el centro de la ciudad; cuando se considera que la fuerza del Estado es la única solución en una manifestación de estudiantes; cuando una reclamación más que loable se transforma en algo que la fractura y polariza en dos sociedades de distinto color enfrentadas, condenadas a no entenderse.

Hace unos años, habríamos aplaudido una protesta espontánea de los alumnos de un instituto reclamando más dinero para su centro. Claro, eran los años de la opulencia y el despilfarro y entonces esas cosas no se pedían, se daban por supuestas. Estábamos todos a otra cosa. A ganar dinero, por ejemplo.
En nuestra opulencia inmobiliaria, permitimos que nuestro sistema educativo quedara en manos de unos políticos y gestores cortoplacistas que se dedicaron a endeudar a la administración a base de ladrillo y fuegos artificiales muy caros.
Cuando se acabó el festín, se miraron los bolsillos y se dieron cuenta de que no podían pagar la cuenta. Un aeropuerto fantasma, unas cajas de ahorros rescatadas, una clase dirigente en permanente sospecha, unos proyectos faraónicos abandonados y, mientras tanto, el sistema educativo presentando las facturas puntualmente.
Ahora, la Comunidad más endeudada de España no puede hacer frente a las deudas de su sistema de enseñanza. Dicho así no suena tan sorprendente, pero parece que a ellos -los políticos, los gestores, la clase dirigente- y a nosotros -los ciudadanos, los votantes- nos ha pillado por sorpresa.
Dicho todo lo anterior de otro modo: "Entre todos la mataron y ella sola se murió".

Quiero pensar que los estudiantes salieron a la calle tras comprobar el estado de las cosas, que leyeron en la prensa todo lo anterior y cuando ahora les cortan la calefacción, el papel en los servicios, el personal de limpieza y mantenimiento o las actividades extraescolares se dicen ¬no hay derecho¬. Quiero pensar que los que les critican han olvidado que reclamar dinero para mantener el sistema educativo no debería ser censurable en ningún razonamiento lógico; y mucho menos en un país donde nos hemos especializado en tirar dinero al sumidero con ágil atino.
Sin embargo, aunque quiero, dudo que sea cierto.

Entonces vuelvo a empezar y me pregunto en qué nos hemos equivocado, porque está claro que algo falla en una sociedad cuando pierde la perspectiva y permite que su educación se tambalee.

Publicado originalmente en: LaSemana.es

13 de febrero de 2012

Lapidario de Martín Osuna

"La vida tratará de derrotarte en cuanto te descuides".
Se llamaba Martin y había sido boxeador.

"La vida se defenderá de tu presencia en ella a base de bien. Lanzará ganchos, fintará tus respuestas y sabrá encajarte a veces donde más te duela".
Debía superar por muy poco el metro setenta, pero conservaba ese físico compacto que adquieren las cosas que están acostumbradas a recibir impactos.
Algo así como un monolito envejecido era Martín Osuna.

"Y nunca te dará una tregua. Cuando suene la campana tú tendrás que haberle enseñado todo lo que sabes, haberla mantenido a raya todo lo largo que haya sido el primer y único asalto que se te ofrece".
Desconozco cuántos combates ganó.
El cuerpo anota únicamente sus derrotas; dificilmente encontraremos huellas en él de las victorias que logremos.
Cada muesca que lucimos es un recordatorio de que algo falló y Martín tenía la cara llena de ellas.

"Regocijate unos segundos en cada tanto que le anotes. Saboréalo como si no fuera a haber otro. Tú serás el único juez y, sumando cada punto a tu favor, deberás decidir si puedes proclamarte vencedor del combate".
Falleció a finales de diciembre. Como únicas posesiones, en el bajo en el que vivía alquilado desde hacía tres décadas encontraron una esclava de plata y un solo guante de boxeo.
Desconozco si Martín Osuna se llamaría a sí mismo campeón. Quién soy yo para robarle el valor de sus aciertos.