El otoño se acerca lentamente y, al mismo tiempo que los árboles preparan su muda, nuestra clase dirigente cuelga en el armario la malograda toga del apocalipsis y se viste con el elegante sayo de la economía. Quieren demostrar así que siguen cerca de aquellos que les votaron, que no todo serán rendiciones del Estado o metafísica en torno a sentimientos identitarios. Pero sus números, sus augurios, su prepotencia y su optimismo les delata: continúan en lo alto de sus pedestales, creyendo, como Ortega, que su lejanía es el precio a pagar por dirigir a la masa.
Y mientras ellos juegan con sus calculadoras, los problemas reales de los ciudadanos -manida frase; que coño sabréis- afloran sin prestar atención a las estaciones. En Barbate, tierra de toreros y pescadores, su mayor preocupación está en el fondo del mar, donde presumimos que deben estar las llaves. Allí, el imaginario colectivo se ha teñido de color muerte, y quién sabe qué tonalidad habrá escogido esta vez la muy puta, pero se ha llevado a ocho jóvenes que regresaban de faenar frente a la costa de Marruecos.
Requiem por nuestros pescadores.
1 comentario:
denso maravillosamente denso miguelynch...
bso
Publicar un comentario