17 de noviembre de 2008

Onírico

Se sienta y mira fijamente el cuaderno marrón forrado en cuero. Pretende parir a un verso, no el más triste de los que podría escribir esta noche, pero sí algo sincero. Un libro de arte antiguo le escudriña desde el facistol mientras se sienta y garabatea impulsivo.
Pero las líneas no llevan a ninguna parte, que es ese lugar al que van a parar todas aquellas vocales casadas con pretensiones de inmortalidad. Se detiene, ojea fotografías de tablillas y zigurats, mira el papel, divaga, empuña el bolígrafo, se pierde en sus paredes, en su mesa, en sus pensamientos, suena el teléfono.

enciende un cigarrillo
habla de nuevo
sin espacio ni tiempo
fuma, ríe, piensa
y tanto recordar
rompe algo dentro

A la hora de apagar las luces, cuando ya se ha rendido, el brillo de las farolas entra por las ventanas y dibuja sombras tristes cuando se derraman en estanterías sin libros y montones de cajas, en el vacío que deja el mañana.
Y sueña con ojos venidos de lo profundo del desierto, perlas huecas y sin brillo que estallan de madrugada, amantes que tienen frío aunque se abrazan, ropa que escapa de sus cajones y le invade la cama, con un gato que hace ruidos de persona.
Despierto respira hondo, se da la vuelta y deja un gran espacio en el lado derecho de la cama.

...

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