9 de junio de 2010

Un niño, un hombre

El niño tiene los ojos grandes, que se vuelven enormes canicas brillantes cuando mira desde el suelo al hombre y los surcos que parecen continuar sus párpados más allá de sus cejas.
Tienen una relación extraña.
El hombre riñe al niño porque no se comporta como él quiere que lo haga; el niño se enfada con el hombre porque él quiere ser otra cosa distinta a lo que le dicen que sea.
El hombre no reconoce en el niño nada de él, o reconoce demasiado y teme que acabe cometiendo los mismos errores.
El niño reniega de lo que parece su futuro y, aunque copia actitudes del hombre, se siente distinto, menos enfadado, menos vivido; menos hombre, más niño.
Pero el niño y el hombre ignoran que sienten lo mismo. El segundo fue lo primero antes de convertirse en lo que es; el primero será lo segundo después de superar lo que es.
Quizá por eso se enfrentan cuando el uno defrauda al otro, aunque, ante situación idéntica, uno no aplique lo que le enseñaron y el otro incumpla lo que promulgó.
Pese a todo, y aunque no lo digan, el hombre de rostro curtido y el niño de los ojos grandes saben mirarse de igual a igual y con idéntico orgullo.

No hay comentarios: