23 de marzo de 2015

Pájaros sin reloj

Recuerdo, ahora que conduzco por la A-22 y me aproximo a Zaragoza en una tarde de invierno atravesando esta planicie aburrida que puede ser nuestra geografía durante kilómetros y kilómetros, cierta brevísima historia que me contaron hace años.
Me la contó una profesora de primaria nacida en la zona, durante una de sus clases en el colegio público al que yo asistía. Han pasado muchos años ya, aunque menos que los kilómetros que yo llevo recorridos, pero recuerdo aquella historia con todo detalle, igual que el gesto de la maestra al contarla o la impresión que causó a sus tiernos alumnos escucharla, tan cruda como era, tan cruenta como demostraba ser una realidad que apenas empezábamos a conocer.
Cuando era niña, aquella maestra a la que llamaré E., pasaba los días interna en una residencia de Huesca, dado que su pueblo en los Pirineos no tenía capacidad ni alumnado para un instituto propio. Algún que otro fin de semana su padre bajaba de la montaña con un Talbot antiguo y casi acorazado provisto de unos neumáticos de nieve a buscarla, en un camino serpenteante y estrecho de más de dos horas.
En el camino de vuelta, nos contaba, mataba el tiempo mirando por la ventana, observando como las estaciones se sucedían sobre el paisaje y la tierra de semana en semana. A veces, ya con el otoño bien entrado, decía, la nieve y el hielo se adelantaban y cubrían los árboles y los campos, creando un manto blanco que solo rompía el asfalto, ya por el calor de los tubos de escape y el caucho caliente, ya por el paso ocasional de alguna máquina quitanieves, ya por alguna palada casual de sal.
Al rememorar aquel escenario, aquella naturaleza muerta que crea el invierno en el campo, se encontraba puntualmente con unos protagonistas curiosos: pájaros, gorriones corrientes y diminutos, que no habían tenido fuerza para emigrar al Sur o que se habían retrasado en su búsqueda de tierras más cálidas, como si se hubieran olvidado de mirar el reloj y se les hubiera pasado su cita anual con el sol. Lo contaba como si fueran personas despistadas, de las que llegan tarde a los sitios o se les va la cabeza en otra cosa y vuelven con el arroz pasado.
El caso es que esos gorriones rezagados buscaban comida entre la nieve y el hielo con poco éxito, pasando frío y hambre y supongo que, si pudieran, si realmente fueran como personas despistadas que llegan tarde a las citas, arrepintiéndose de no haber abandonado esa tierra antes. Dado que en el campo no encontraban nada, los pájaros volaban hasta la carretera, donde los motores habían ejercido sobre el pavimento el calor suficiente como para echar al hielo de la calzada. Revoloteaban en ella, buscaban qué comer, picoteaban allí y allá y se apartaban deprisa y agitados cuando algún vehículo se aproximaba.
Sin embargo, alguno de ellos, quizás por la inanición, no encontraba la fuerza necesaria o no reaccionaba con suficiente prontitud y moría literalmente aplastado por algún neumático. Sus cuerpos reventaban y se quedaban deshechos y pegados al asfalto por las vísceras y la sangre, mientras sus compañeros de bandada volvían atareados a la afanosa tarea de buscar comida, como si nada hubiera pasado o nada, efectivamente, se pudiera hacer ya.
Así se sucedían los primeros días de invierno para los pájaros en las carreteras del Norte de Aragón que no habían sabido mirar el reloj a tiempo, entre el hambre y la certeza de la muerte.
Escuchábamos la historia boquiabiertos, gesticulando ante ella para avisar a los gorriones de la que se les venía encima; aquel jugársela día tras días por algún insecto con hipotermia o un grano caído duro y correoso. No nos dábamos cuenta de que para algunos de nosotros nuestras vidas iban a ser unos años más tarde muy parecidas a las de aquellos pájaros; la vida nos obligaría a muchos a quedarnos en una tierra ya estéril o fuera de temporada, que no podía ofrecernos más alimento que las sobras de un festín en su crepúsculo a aquellos que no tuviésemos reloj o la inteligencia suficiente como para prever la llegada temprana del invierno.
Recuerdo, ahora que conduzco hacia la nieve, aquella historia y pienso que todos los que escuchábamos éramos pájaros que solo buscan cobijarse a tiempo del frío.

1 comentario:

F.L. dijo...

Me alegra ver que sigue usted currando y escribiendo como siempre. Un saludo, lo seguía hace años ya, con un anterior blog mío, standbynights.